HÉCTOR SOTO, DIARIO LA TERCERA, SÁBADO 11 DE ENERO DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/01/11/HECTOR-SOTO/CISMA-POR-GOTEO/
La deserción, esta semana, de tres diputados del partido es una mala noticia para Renovación Nacional, pero no necesariamente para la derecha. Por un lado, bien podría ser sano para el sector diversificar el repertorio de su oferta política. Por el otro, nadie debe ser obligado a estar donde no quiera estar. Cada cual es dueño de tener sus propias ponderaciones para establecer si es más fuerte aquello que se comparte con un colectivo que aquello donde las divergencias separan. Ese equilibrio está expuesto a un testeo diario, cotidiano y permanente, y si para Joaquín Godoy, Karla Rubilar y Pedro Browne llegó a pesar más lo que separaba que lo que unía, paren, no hay nada más que hablar. Se podrá discutir la forma y la oportunidad en que presentaron la renuncia. La decisión de fondo de los tres, sin embargo, es legítima e inviolable.
El tema, con todo, no termina ahí porque el nuevo referente que los diputados quieren instalar en la Alianza no ha nacido libre de reparos. Ellos reivindican el concepto de Amplitud y la idea que tienen es darle a la derecha un polo liberal que efectivamente no ha estado representado en las directivas de los partidos del bloque. El propósito es atendible porque, en principio al menos, ahí hay un nicho político que obviamente está vacante y desconecta a la derecha con un sector de la ciudadanía. El problema es que hay algunos peros. El más serio es el que culpa a los liberales de no haber hecho bien su trabajo en RN. En política, como en todo, siempre hay margen para la lamentación y el gimoteo, pero desde luego, hay mayor autoridad para emigrar cuando se han quemado hasta las últimas naves y disparado hasta los últimos cartuchos del arsenal. La impresión, en este caso, es que aquí no ocurrió ni lo uno ni lo otro.
Este es un factor importante a tener en cuenta, porque en política las cosas no son gratis. Hay que trabajar para conseguirlas y la manera de hacerlo es convenciendo uno a uno a los militantes respecto de que las ideas propias son mejores que las de tu adversario. La impresión dominante desde afuera es que los liberales estaban mirando para el techo cuando Carlos Larraín se hizo del control del partido y desde luego, nadie debería culparlo a él por haber sellado alianzas y lealtades que hoy por hoy lo convierten en un actor hegemónico de la colectividad. Controla al partido, es cierto, pero lo controla porque trabajó. Los liberales se quejan de haber quedado debajo de la mesa, pero no trabajaron y esta circunstancia, de cara al referente que desean instalar, no es una buena carta de presentación.
No lo es esta renuncia, tal como tampoco lo fue la gran movida liberal, esas reuniones-asonadas que tuvieron lugar a fines del 2011, cuando se juntaron militantes descontentos con empleados públicos y amigos del Presidente para quebrar la conducción de Carlos Larraín. Fue una iniciativa mal digitada por La Moneda y que entregó un testimonio patético de la rectificación a que aspiraban sus convocantes. La política no es un asunto de focos ni de tener sólo buenas ideas. Es eso, pero también es sacarse la mugre por ellas, asumiendo riesgos, dando testimonios, persuadiendo y levantando convicciones con fuerza y no entregando la oreja a la primera derrota o adversidad del proyecto.
Si el cisma de RN llega hasta aquí, la verdad es que no le va a servir de mucho ni a los que se fueron ni a los que se quedan. A los que se fueron, porque son demasiado pocos: la bandera de una derecha liberal merece algo más que esto. Para los que se quedan, por su parte, tampoco lo ocurrido es estimulante, porque en el variopinto rebaño remanente todavía se ven pocas ganas de mantenerse juntos y faltan tributos a la unidad. Si vienen otras deserciones, bueno, significa que será un cisma por goteo, lo cual hasta en términos de marketing va a ser poco eficiente.
Aun cuando siempre fue vista como una tremenda debilidad, a lo mejor RN sacó alguna extraña energía del hecho de cubrir siempre un arco ideológico muy amplio, que iba desde el Chile más agrario, patronal y pinochetista, hasta la derecha liberal más modernizada y libre de sospechas golpistas. Es una ironía que el partido haya logrado sobrevivir, mal que mal, con esa diversidad a las tribulaciones de la transición. Lo que no pudo resistir ahora fue el caciquismo personalista, fenómeno que vino a estallar recién, a raíz de la premura por instalar las candidaturas presidenciales para el 2017. Eso tiró todo por la borda: el recato, el sentido de las proporciones, las lealtades mínimas, la vergüenza ajena, las buenas maneras.
Vamos, vamos: no hay que poner la vara muy alta para inferir que nada de esto es muy serio ni está bien hecho.Básicamente, porque huele a personalismo. Aunque la carga podría arreglarse en el camino, ha faltado prolijidad. ¿Qué derecha liberal es esta que se banca -no muy a gusto, es cierto, pero sin chistar demasiado- largos años de afinidad del partido con el régimen militar y que viene a acordarse ahora, justo ahora, 40 años después, que el Golpe era inaceptable? ¿Dónde está la verdadera piedra que divide estas aguas? ¿En el pasado, que por lo demás cada vez debiera pesar menos, entre otras cosas, porque incluso en un partido viejo como RN el recambio demográfico es inevitable, o en la elección del 2017, que hoy a mucha gente le está quitando el sueño? Lo primero, aunque sea histórico, se puede y debe entender; es serio. Lo segundo entra en el género de la ciencia ficción y no pasa de ser un espejismo.
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