-"El lobo de Wall Street", de Martin Scorsese-
por Christian Ramírez
Diario El Mercurio, Artes y Letras, domingo 5 de enero de 2014
Curioso que a Scorsese hoy lo estén criticando
por las mismas cosas que alguna vez le celebraron sin parar:
su capacidad para el desborde y el exceso, su energía superlativa,
su pasión por personajes plagados de fisuras e imperfecciones.
Así, "El lobo de Wall Street" -su nueva película,
abundante en todas esas cualidades y muchas, muchas otras-
estaría pasada de revoluciones, corriendo como caballo loco
durante tres horas ante una audiencia que la mira con la boca abierta,
sorprendida de ver tanta locura, vicio e inmundicia
concentrados en una sola función.
¿Y qué más querían?
Mal que mal, se trata de la verdadera historia
de un broker de Wall Street,
Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio, extraordinario),
que durante los años 90 escaló
hasta el tope de la cadena alimenticia
valiéndose de todos los trucos sucios del negocio bursátil,
pero que en vez de celebrar la codicia con frialdad y distancia
como su héroe -el ficticio Gordon Gekko, creado por Oliver Stone-,
se refocila en ella junto a sus secuaces, financiando para sí
una interminable seguidilla de fiestas, correrías y escapadas:
un festín que, entre las drogas consumidas, el sexo consumado
y las víctimas (económicas) esparcidas en el camino,
solo cabría calificar de bacanal romana.
Razón entonces tienen los críticos estadounidenses,
quienes fueron los primeros en calificar a "El lobo..."
como el "Satiricón de Scorsese",
en alusión al infame libro de Petronio
y a la estrafalaria cinta de Fellini,
pero también mirando hacia el punto de origen
de una fiesta financiera que parecía imparable
hasta que se detuvo violentamente en septiembre de 2008,
con bombásticas consecuencias para su país y la economía internacional.
Claro que, al contrario de filmes
bienintencionados y comedidos como "Margin Call" (2011),
que al intentar ofrecer una respuesta coherente
a la debacle se encuentran con un abismo de sinrazones,
esta fábula no pretende arroparse de juicios morales,
condenas verbales o moralejas narrativas:
el Belfort de DiCaprio -demoníaco, desaforado y sobrehumano,
tan hijo del actor como de su director- no tiene el menor uso para ellas.
Quebranta la ley porque quiere.
Se aprovecha del prójimo porque puede.
Su hambre no viene alimentada
por el deseo de revancha, ni por la inseguridad,
ni por la lucha alguna de clases.
Su voracidad no es ni más ni menos
que la del sistema; sus impulsos,
los que dicta para sí; sus límites,
los que impone su desbocada,
incontrolable y diabólica imaginación.
Puesto de esa forma, el pantagruélico Belfort
no sería muy distinto a otras criaturas de Scorsese,
poseídas por una ansiedad devoradora
-gente como Jake La Motta en "Toro Salvaje" (1980),
Howard Hughes en "El aviador" (2004),
o Elia Kazan en "A letter to Elia" (2010);
los tres, por cierto, personajes reales-;
pero mientras los demonios de estos
se percibían dolorosamente internos y personales,
vueltos sobre sí mismos, los de Belfort
dan la cara al viento, tal como la película misma,
embebida de una furiosa vocación pública,
de una mirada hacia afuera
que el solipsista Scorsese de "Taxi Driver"
no habría sabido controlar.
Es en las imágenes de ese "afuera",
con su miniimperio reducido a despojos,
y su historia convertida en titular de tabloide,
en chiste cruel, que el auge y caída de Belfort
se contrasta por fin de cara a las vidas
de la gente común y corriente.
Es en este punto
-cuando los sueños desaforados
de este criminal se recortan
contra la dignidad de los otros,
contra su gris día a día-
que "El lobo de Wall Street"
se completa como espantosa
pero atractiva pesadilla diurna.
Una que los realizadores
elaboraron con total abandono,
conscientes de estar recreando
una realidad que se te escapa de las manos,
dejándote a veces en shock ,
pero siempre ávido por más y más.
________
El lobo de Wall Street
Dirección: Martin Scorsese.
Con: Leonardo DiCaprio y Jonah Hill.
País: Estados Unidos, 2013.
Duración: 179 minutos.
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