POR HÉCTOR SOTO, DIARIO LA TERCERA, VIERNES 3 DE ENERO DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/01/03/HECTOR-SOTO/BLUE-JASMINE-AL-CESAR-LO-QUE-ES-DEL-CESAR/
Blue Jasmine: al César lo que es del César
Es efectivo que en Blue Jasmine el personaje de Cate Blanchet por momentos deja chica a la película. Es efectivo también que su figura, frágil y a la vez distinguida, pareciera desbordar la pantalla para convertirse en un referente universal de encanto sin contenido y de fulgor sin luz interior. Pues bien, ambas impresiones confirman que se trata de una gran película. Estos efectos no caen del cielo ni son casualidad. Tampoco provienen de una actriz especialmente dotada, en cuya filmografía, sin embargo, abundan títulos por los cuales tendría que dar muchas, muchísimas explicaciones (desde vacunazos como El señor de los anillos hasta leseras como El hobbit, pasando por aprontes que prometieron mucho y dejaron poco tipo Elizabeth o Babel).
A no despistarnos ni un instante entonces: la película funciona no porque en el centro haya una gran actriz sino exclusivamente porque detrás de las imágenes hay un buen cineasta. No sólo eso: es un autor dueño de una muy larga y vasta obra cuyos mejores tramos, no por pura coincidencia, están asociados a personajes femeninos potentes e inolvidables (Annie Hall, Manhattan, La otra mujer…). Así las cosas, no es la primera vez en la trayectoria de Woody Allen que, acabada la proyección de su película y deslumbrados por diversos detalles de puesta en escena o por la agudeza de numerosas observaciones, sintamos que se nos amplió o se nos iluminó mejor el mundo en el cual nos movemos. Es cierto que Blue Jasmine instala un prototipo, un fetiche muy de estos tiempos, un “caso” acerca del cual estaba faltando masa crítica. La protagonista es una eximia socialite que sabe serlo las 24 horas del día pero que, llegado el momento de hacerse cargo de su vida tras el derrumbe del castillo de naipes que era la fortuna de su marido, no tiene la menor idea de cómo reaccionar. Su drama es terrible: sabe todo lo que no hay que saber y no sabe un ápice de lo que sí debiera saber, ya no para sobrevivir sino incluso para ser.
Blue Jasmine prueba que Woody Allen, aparte de ser un buen contador de historias y un gran director de actrices, es también un observador social de temer. Sus apuntes sobre la vida de los ricos tienen al mismo tiempo filo y complicidad y son la arcilla con la cual el realizador perfiló a la protagonista. Jasmine carece de identidad y lo único que tiene es brillo social. En esto, descontado quizás el impulso inspirador inicial, el personaje no tiene nada que ver con la Blanche Dubois de El tranvía llamado deseo, el portentoso drama de Tennessee Williams al que esta cinta está vagamente asociada. Blanche, un personaje al cual Williams llegó después de trabajar fuertemente con su propia intimidad, no es una socialite ni cosa que se le parezca, aunque sí una flor demasiado delicada para sobrevivir en la vulgaridad del mundo. El caso de Jasmine es distinto. Ella no puede desplegarse, no puede brillar, fuera de la burbuja de dinero, lujo y desaprensión en que la mantuvo su marido estafador. Blanche Dubois, en cambio, sí tiene identidad propia, aunque en sus fugas a la fantasía o al lirismo, en su incapacidad de poner los pies en la tierra, es inviable siempre, entre otras cosas porque para Williams la victoria final en este mundo es de los orangutanes.
Woody Allen, que venía perdiendo altura a ojos vista, ha recordado quién es y que su cine aún califica. Corresponde reconocerlo y celebrarlo. Lo que hay que preguntarse no es por qué esta vez le resultó, sino más bien por qué en los últimos años las cosas no se le daban.
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