Publicado en La Tercera, 10 de noviembre de 2012
El ministro Andrés Chadwick está llamado a reinstalar la política en un lugar prominente de su gestión. Como le gusta y es lo que ha hecho siempre, de aquí en adelante el libreto de La Moneda debería cambiar su buen poco.
SE HA INSISTIDO en lo mismo y ya es un hecho: la gestión del nuevo ministro del Interior va a depender mucho de la fuerza de sus convicciones y de su carácter. Pero también del espacio que le conceda el Presidente Piñera para convertirse, efectivamente, en jefe del gabinete.
Como político profesional y avezado, Andrés Chadwick comenzó esta semana a rayar de nuevo la cancha en que se moverá su cartera, visitando al presidente de la Corte Suprema y llamando a los presidentes de los partidos de la oposición. Son gestos valiosos, incluso si de estos contactos en principio no sale nada concreto. Lo importante es que el gobierno rompa su ensimismamiento, se abra más a los partidos de la Alianza, sintonice mejor con la calle, se dé tiempo para escuchar a los parlamentarios oficialistas y mantenga las líneas despejadas para conversar con la Concertación.
Puesto que todo ha estado un tanto sobregirado, el nuevo ministro del Interior tendrá que cuidarse de generar demasiadas expectativas y de los riesgos mediáticos asociados a su desempeño. Una cosa es la transparencia y otra la sobreexposición. No más confusiones, por favor. La política no resiste los micrófonos abiertos ni la puesta en escena non-stop de los realities. Esta es una actividad que florece en los espacios de confianza e implica mucha conversación e intimidad. Y eso, como lo sabe todo negociador, se hace lejos de los focos y las cámaras. Esto no es para florearse en el noticiario central de esta noche.
Lo más recomendable en el año y medio que le queda es que el gobierno se olvide de recuperar los niveles de aprobación que alguna vez tuvo en las encuestas. Muy sensato también sería dejar de comentarlas. Habría que terminar con eso. Hay que saber perder y es sano dar por perdidas las cosas que nunca se pudieron encontrar. El eje de la acción gubernativa no puede estar en esa variable. Lo único que le resta a La Moneda es gobernar sin compulsiones ni ansiedad, de la mejor manera que sea posible, y punto. Menos estudios de opinión y más trabajo de fondo. Si hay agua en la piscina de la Concertación para posibles acuerdos, enhorabuena. Si no la hay, qué diablos. Aquí no termina la historia. No sólo de nuevas leyes viven los gobiernos.
En cualquier caso, Chadwick parte con el viento a favor. En parte se lo entrega la nueva serenidad y el súbito cambio anímico que experimentó la Concertación en la última elección, tras sentir a la hora del recuento de los votos que el regreso al poder podría estar más próximo de lo que sus dirigentes veían hace un mes. Eso significa que los sectores más responsables de la oposición ya no van a estar interesados en generar los difíciles cuadros de ingobernabilidad a que apostaron el año pasado y hasta antes que Camilo Escalona asumiera la presidencia del Senado. Ahora todos quieren que la casa esté en orden; el gobierno porque así quiere dejarla y la oposición porque así quiere recibirla. Esto introduce un cambio importante del escenario político. Al fin una buena noticia para La Moneda. Parte de la gobernabilidad de un país descansa en la posibilidad de tener una oposición con interlocutores válidos, a rostro descubierto y sentada al frente.
Estar y no estar
Andrés Chadwick es un político especial. De los antiguos dirigentes históricos de la UDI, parece el más llano y relajado. Fue el único que aceptó revaluar los supuestos de su comportamiento político en los años de Pinochet. Sin embargo, siendo el más receptivo y el que más se muestra, también podría ser el que menos conocemos. De hecho, de los cuatro coroneles históricos, es el único que nunca ha estado a la cabeza del partido y, sin embargo, hay quienes dicen que él nunca ha estado al margen de nada importante de lo que ha ocurrido o dejado de ocurrir en la UDI en las últimas dos décadas. Si así fuera, se trataría, indudablemente, de un talento. Estar y no estar es una contradicción ontológica que, sin embargo, es parte de la genialidad de un político. No hay poder más efectivo que el que es invisible. No hay adversario más envolvente que el que parte entendiéndote.
Dueño de un estilo de hacer política que es poco frontal y prefiere eludir el conflicto, es probable que Chadwick tenga que apelar a estas capacidades mucho más a la hora de relacionarse con su jefe que al momento de conversar con la oposición. Es ahí donde está su gran desafío. No se trata de andarle diciendo no al Presidente. Se trata de ayudarlo en lo que él quiera, pero no para que salga a rajatabla con la suya, sino sólo con aquello que efectivamente le convenga al país y favorezca al gobierno.
En tiempos como los actuales, no es fácil ser un hombre de contención y equilibrio. Buscar zonas de convergencia entre las prioridades del Presidente, de la Alianza y de la oposición puede llegar a ser un ejercicio geométrico imposible. Más razonable quizás sea empeñarse en que nadie quede con las manos enteramente vacías. Por lo mismo, antes que andar preparando consensos, lo que el ministro tiene que hacer es tratar de cultivar las confianzas, que de momento se notan muy dañadas.
En política y amores/ decir no es barbaridad, cantaba a todo pulmón el elenco de La Pérgola de las Flores en 1960. Fue un momento definitivo del teatro musical chileno. Isidora Aguirre y Alejandro Flores acuñaron la figura de un alcalde que le decía sí a todo mundo y que cuando se quedaba solo hacía lo que le convenía a él. No es ese el modelo, por cierto. Esa fórmula mentirosa no ha hecho otra cosa que desprestigiar la política.
El problema es que a punta de puras verdades además se la puede destruir. Y eso es peor.
Llegó entonces la hora de Andrés Chadwick.
SE HA INSISTIDO en lo mismo y ya es un hecho: la gestión del nuevo ministro del Interior va a depender mucho de la fuerza de sus convicciones y de su carácter. Pero también del espacio que le conceda el Presidente Piñera para convertirse, efectivamente, en jefe del gabinete.
Como político profesional y avezado, Andrés Chadwick comenzó esta semana a rayar de nuevo la cancha en que se moverá su cartera, visitando al presidente de la Corte Suprema y llamando a los presidentes de los partidos de la oposición. Son gestos valiosos, incluso si de estos contactos en principio no sale nada concreto. Lo importante es que el gobierno rompa su ensimismamiento, se abra más a los partidos de la Alianza, sintonice mejor con la calle, se dé tiempo para escuchar a los parlamentarios oficialistas y mantenga las líneas despejadas para conversar con la Concertación.
Puesto que todo ha estado un tanto sobregirado, el nuevo ministro del Interior tendrá que cuidarse de generar demasiadas expectativas y de los riesgos mediáticos asociados a su desempeño. Una cosa es la transparencia y otra la sobreexposición. No más confusiones, por favor. La política no resiste los micrófonos abiertos ni la puesta en escena non-stop de los realities. Esta es una actividad que florece en los espacios de confianza e implica mucha conversación e intimidad. Y eso, como lo sabe todo negociador, se hace lejos de los focos y las cámaras. Esto no es para florearse en el noticiario central de esta noche.
Lo más recomendable en el año y medio que le queda es que el gobierno se olvide de recuperar los niveles de aprobación que alguna vez tuvo en las encuestas. Muy sensato también sería dejar de comentarlas. Habría que terminar con eso. Hay que saber perder y es sano dar por perdidas las cosas que nunca se pudieron encontrar. El eje de la acción gubernativa no puede estar en esa variable. Lo único que le resta a La Moneda es gobernar sin compulsiones ni ansiedad, de la mejor manera que sea posible, y punto. Menos estudios de opinión y más trabajo de fondo. Si hay agua en la piscina de la Concertación para posibles acuerdos, enhorabuena. Si no la hay, qué diablos. Aquí no termina la historia. No sólo de nuevas leyes viven los gobiernos.
En cualquier caso, Chadwick parte con el viento a favor. En parte se lo entrega la nueva serenidad y el súbito cambio anímico que experimentó la Concertación en la última elección, tras sentir a la hora del recuento de los votos que el regreso al poder podría estar más próximo de lo que sus dirigentes veían hace un mes. Eso significa que los sectores más responsables de la oposición ya no van a estar interesados en generar los difíciles cuadros de ingobernabilidad a que apostaron el año pasado y hasta antes que Camilo Escalona asumiera la presidencia del Senado. Ahora todos quieren que la casa esté en orden; el gobierno porque así quiere dejarla y la oposición porque así quiere recibirla. Esto introduce un cambio importante del escenario político. Al fin una buena noticia para La Moneda. Parte de la gobernabilidad de un país descansa en la posibilidad de tener una oposición con interlocutores válidos, a rostro descubierto y sentada al frente.
Estar y no estar
Andrés Chadwick es un político especial. De los antiguos dirigentes históricos de la UDI, parece el más llano y relajado. Fue el único que aceptó revaluar los supuestos de su comportamiento político en los años de Pinochet. Sin embargo, siendo el más receptivo y el que más se muestra, también podría ser el que menos conocemos. De hecho, de los cuatro coroneles históricos, es el único que nunca ha estado a la cabeza del partido y, sin embargo, hay quienes dicen que él nunca ha estado al margen de nada importante de lo que ha ocurrido o dejado de ocurrir en la UDI en las últimas dos décadas. Si así fuera, se trataría, indudablemente, de un talento. Estar y no estar es una contradicción ontológica que, sin embargo, es parte de la genialidad de un político. No hay poder más efectivo que el que es invisible. No hay adversario más envolvente que el que parte entendiéndote.
Dueño de un estilo de hacer política que es poco frontal y prefiere eludir el conflicto, es probable que Chadwick tenga que apelar a estas capacidades mucho más a la hora de relacionarse con su jefe que al momento de conversar con la oposición. Es ahí donde está su gran desafío. No se trata de andarle diciendo no al Presidente. Se trata de ayudarlo en lo que él quiera, pero no para que salga a rajatabla con la suya, sino sólo con aquello que efectivamente le convenga al país y favorezca al gobierno.
En tiempos como los actuales, no es fácil ser un hombre de contención y equilibrio. Buscar zonas de convergencia entre las prioridades del Presidente, de la Alianza y de la oposición puede llegar a ser un ejercicio geométrico imposible. Más razonable quizás sea empeñarse en que nadie quede con las manos enteramente vacías. Por lo mismo, antes que andar preparando consensos, lo que el ministro tiene que hacer es tratar de cultivar las confianzas, que de momento se notan muy dañadas.
En política y amores/ decir no es barbaridad, cantaba a todo pulmón el elenco de La Pérgola de las Flores en 1960. Fue un momento definitivo del teatro musical chileno. Isidora Aguirre y Alejandro Flores acuñaron la figura de un alcalde que le decía sí a todo mundo y que cuando se quedaba solo hacía lo que le convenía a él. No es ese el modelo, por cierto. Esa fórmula mentirosa no ha hecho otra cosa que desprestigiar la política.
El problema es que a punta de puras verdades además se la puede destruir. Y eso es peor.
Llegó entonces la hora de Andrés Chadwick.
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