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Sensibilidad y categorías literarias‏


Buenos y malos

por Roberto Merino 
Diario El Mercurio, Revista de Libros, domingo 1 de junio de 2014

Si por alguna trastocación del tiempo yo tuviera que volver al colegio y dar controles de lectura, me iría pésimo. Primero, porque se me olvida siempre el significado de palabras como "jitanjáfora" y luego porque no sabría cómo contestar la pregunta invariable de estos certámenes: ¿Cuáles son los valores y los antivalores de la historia leída? La sola formulación de esta pregunta le asigna a la literatura la condición de manual de educación cívica o de sermón edificante. Se trataría, además, de una concepción "prepsicoanalítica" de los peliagudos asuntos humanos.

Es difícil, por ejemplo, señalar cuáles son los valores que promueve el cuento "Casa tomada", de Cortázar. En mi opinión, no promueve ninguno. ¿El apego al hogar, la afición a la literatura francesa? No, nada de esto rinde como valor. En cuanto a antivalores, podríamos señalar que la figura central de "La forma de la espada", de Borges, es la traición, pero a la vez tendríamos que admitir que en este relato el concepto cumple más bien una función dramática. Y, precisamente, el relato nos conmueve en la medida en que reconocemos en nosotros mismos -por allá al fondo, en un lejano recodo- la capacidad de traicionar. Y nos conmueve, además, por la inversión efectuada al final entre el personaje bueno y el malo, cuando nos damos cuenta de que uno habla por boca del otro. Hay un espejismo, una impostura, una historia dentro de una historia. El vibrato del texto es emotivo y estético, no discursivo.

Que los escritores de ficciones no pretendan enseñar nada a sus lectores no significa que, de hecho, no se pueda aprender cuestiones extraliterarias en la lectura de sus textos. Pero eso no se puede proyectar más allá de la experiencia individual. Yo puedo darme cuenta, leyendo En busca del tiempo perdido , de cosas relacionadas con mi propia vida, equivocaciones, cobardías, inequidades, sin embargo no puedo cargar estas constataciones biográficas a la cuenta de los demás.

Si uno enfoca cualquier segmento, cualquier esfera de la vida -y esta acción básica es lo que hace la narrativa todo el tiempo- obtendrá seguramente un destilado de la condición humana, que incluye como ingredientes la solidaridad, el altruismo y la compasión a la vez que la codicia, la miseria del alma o cualquier otra característica despreciable. En la ficción los bellacos son tan necesarios como los héroes porque esa oposición se configura permanentemente en la estructura de la realidad.

Saltando de la literatura al cine, hay una película que desarrolla magistralmente el conflicto buenos versus malos: "Doce hombres en pugna", de Sidney Lumet. El argumento está planteado como una lucha progresiva entre la mirada objetiva de los hechos y aquellas inducidas por el odio, el prejuicio y la sed de castigo. Pero dudo de que alguien con un mínimo de sensibilidad quiera, tras el desenlace, discutir sobre valores. Al final, en este caso, priman otras categorías: la tensión, la perplejidad, el alivio.
 
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Jitanjáfora

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