El humo del Rambo [extracto]
por Leonardo Sanhueza
Diario Las Últimas Noticias, martes 17 de junio de 2014
La muerte de Sigisfredo Venegas,
el Rambo del centro,
me devuelve
una imagen de Santiago
que ya es irreconocible,
pues ha sido filtrada
por la película oscura
y granulosa de la memoria,
de modo que las brumas reales
se han espesado hasta darle al paisaje
una textura de posguerra
o usina carbonífera,
como una foto de Sebastião Salgado.
El Rambo con su bazuca de juguete
era, en efecto, uno de los sobrevivientes
del viejo personal de planta
de las calles del centro.
Como el Gloria al Pulento
o el prestidigitador de tres manos,
su presencia fue adquiriendo,
desde comienzos de los noventa,
un aire de reliquia humana,
un hito de referencia temporal,
mientras el barrio era transformado
hasta quedar definitivamente
descalzado de su recuerdo.
Aunque trataba de "aggiornarse"
creando nuevos personajes
para vocear el diario
o simplemente haciendo el tony
(como la vez que se le ocurrió
vender palomas en el Paseo Ahumada),
algo en él -yo diría la esencia de lo grotesco-
seguía clavado en la estética ochentera,
acaso conectado en el tiempo a su hábitat,
junto al Pingüino y el Hombre de Goma.
Ese anacronismo es inherente
a algunas personas nada más.
La mayoría trata de camuflarse,
pese a que el camaleonismo social
garantiza hacer el ridículo en las fotos viejas,
donde la moda se traduce en aspectos deplorables:
chasquillas de codorniz, pantalones amasados,
brushing sin explicación.
Gente como el Rambo
flota sobre el tiempo, desdeñándolo.
Lo mismo les sucede a las calles,
algunos edificios conservan ecos y olores intactos,
algunas galerías con locales en los que aún ofrecen
pañales Bambino o juegos de pañuelos para caballeros,
siempre a través de vitrinas cuyos marcos de bronce
brillan como manillas de tumba, recién frotados
con Brasso por algún dependiente con cotona.
Otra cosa.
Comparar el cromatismo de los ochenta
y el del presente puede dejarlo todo
en un panfleto de "aquellos años grises"
contra una mentirosa postal
de "estos años luminosos".
Pero algo de eso hay,
por lo menos en las variaciones del gris.
El smog de los ochenta
variaba entre plomo ratón
y un humo negro de petróleo,
que hacía desaparecer
la torre Entel a cierta distancia.
El smog de ahora, en cambio,
a lo más es gris burro
e incluso con alerta ambiental
suele ser blanquecino lechoso
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