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Canal San Carlos


"Con el tiempo la importancia estratégica del canal fue disminuyendo debido al crecimiento de la ciudad, y hoy es percibido más como un elemento de riesgo, del cual hay que protegerse, en lugar de considerar su valor patrimonial y su potencial paisajístico, turístico y de conectividad..."


Muchas de las ciudades que visitamos y de las que nos enamoramos tienen como denominador común la presencia del agua. Hay ejemplos notables como Venecia o Ámsterdam, que por su condición topográfica han debido ganar terreno, de modo de hacer posible su desarrollo en un contexto de agua. Otras están construidas en topografías accidentadas de fiordos, como la mayoría de los países escandinavos, donde el agua está presente en todas partes. Existen también ciudades nuevas, creadas de un día para otro como Brasilia, Zhengzhou u otras en el mundo árabe, donde el agua ha sido incorporada artificialmente como elemento icónico y de regulación medioambiental. 

Nuestra realidad dista mucho de todos estos ejemplos y, en general, el agua es un elemento que escasea en nuestras ciudades, salvo excepciones en el sur del país. 

Santiago fue fundada a orillas de un río sin agua, lo que tuvo consecuencias desde la Colonia. Es por esto que en 1742, frente a los constantes problemas de abastecimiento y con el fin de tener una mayor superficie de riego para el valle, se comenzó la construcción del canal San Carlos, con el fin de traer agua del Maipo al Mapocho y garantizar así el suministro de la ciudad y ampliar la zona agrícola.

Las obras concluyeron en 1820, casi 80 años después, bajo el gobierno de Bernardo O’Higgins, y desde entonces la ciudad se ha desarrollado aprovechando esta magnífica obra de ingeniería colonial de casi 30 km de longitud.

Con el tiempo la importancia estratégica del canal fue disminuyendo debido al crecimiento de la ciudad, y hoy es percibido más como un elemento de riesgo, del cual hay que protegerse, en lugar de considerar su valor patrimonial y su potencial paisajístico, turístico y de conectividad. La acción más elocuente en los últimos años, respecto de la falta de reconocimiento de su historia y significado, es el humillante tratamiento que se le dio en su llegada al Mapocho luego de la construcción del mall Costanera Center y la nula relación entre el canal y el complejo comercial, que puso un acceso al estacionamiento al borde de este, sepultando literalmente cualquier interacción entre los ciudadanos y el cauce...

En lugar de tratarlo como una acequia, el canal San Carlos podría ser entendido como el parque continuo más largo de la ciudad, uniendo una serie de comunas a una cota cómodamente transitable, con espacios públicos, ciclovías, juegos de agua, restaurantes y equipamientos culturales. Se podrían aprovechar las estaciones de metro y una serie de centros y sub centros urbanos que el canal une en forma natural, haciendo de su recorrido un paseo integrador a lo largo de la falda del San Ramón. Imagínense la calidad de ciudad que tendríamos si avanzáramos en la transformación de las riberas del canal San Carlos y del río Mapocho, uniendo en bicicleta Pudahuel con Lo Barnechea y las Vizcachas con Providencia. 

Esta idea se podría replicar en lugares donde exista algún cauce, canal o río que hasta el momento no se haya aprovechado como elemento integrador y generador de espacio público.

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