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Poesía Reunida de Cecilia Casanova


por Leonardo Sanhueza
Diario Las Últimas Noticias
Domingo 20 de abril de 2014

La poesía de Cecilia Casanova,
durante ya más de seis décadas,
se ha desarrollado a muy baja frecuencia,
no sólo porque siempre ha circulado
de manera discreta y silenciosa,
por lo menos si se la compara
con la de sus contemporáneos
más sonoros de la llamada
"generación del cincuenta",
sino también porque 
su propio carácter,
su tono, su imaginario
y hasta su léxico remiten
a un espacio diminuto
de intimidad, recato
y contemplación de las cosas 
ínfimas, cotodianas o familiares.

Eso ha cambiado en parte estos días,
ya que la Editorial UV
de la Universidad de Valparaíso
acaba de publicar Poesía reunida,
una antología que recorre
todos sus libros en verso,
preparada por Diego Alfaro Palma
y prologada por Adriana Valdés.

Como complemente,
al final del volumen se incluye un anexo
con textos de Jorge Teillier, Enrique Lihn,
José Miguel Varas y la propia Valdés
acerca de la poesía de la autora.

Gran admirador suyo, Lihn reparó
en un rasgo esencial de Cecilia Casanova:
el particular carácter femenino de su obra.

En una época en que las mujeres
aún enfrentaban el hostil murallón
masculino de la poesía chilena,
Lihn observó que ella se distanció
naturalmente de las soluciones usuales
"al (falso) problema de la femineidad poética",
que hasta entonces (años setenta)
aparecían siempre como reacciones impostadas,
ya fuera por el lado de escribir
"engruesando la voz" o bien
por el de caricaturizar el género
en la "supermadre que rima rondas infantiles"
o la "amante contrariada y frenetizada".

Ella apela más bien a la búsqueda de lo genuino,
de modo que la femineidad no es 
un instrumento expresivo o un argumento, 
sino una de las bases de su experiencia poética.

Cecilia Casanova ha planteado
una poesía intimista y concentrada,
que no sólo pareciera pasar por alto
el debate literario entre machismo y feminismo,
sino que está marcada por el retraimiento
y la hipersensibilidad a los pequeños estímulos:
una poesía de casa, de jardín, 
de abejas que entran a la cocina
enredadas en un racimo de uvas
o de pájaros repentinos
que sin decir nada
hablan de las tensiones
en las relaciones humanas,
del amor incomensurable,
de la pérdida, del breve consuelo
que dan los hallazgos solitarios
de belleza en medio del tráfago cotidiano:

"Todo es blanco desde mi ventana
menos dos árboles 
que bailan como osos 
entre la neblina".

El humor al lado de la tristeza,
la catástrofe detrás de lo maravilloso,
la pequeñez que antecede lo inmenso.

En estos poemas suele haber
ese tipo de pares,
que llevan lo negro hacia lo blanco
o lo trágico hacia lo misterioso.

Con su brevedad,
muestran sólo un flash de la escena,
convirtiendo toda una situación dramática
en sólo una imagen como ésta:

"En la mampara
sin mirar hacia atrás
incólume a todo desastre
flota un cisne de hielo".


Nuevo libro Poesía reunida
La merecida antología de Cecilia Casanova
Pedro Pablo Guerrero 
Diario El Mercurio, Revista de Libros
Domingo 20 de abril de 2014

A sus 88 años, la poeta, novelista 
y pintora de la Generación del 50 
publica un compendio de su obra en verso, 
por iniciativa de Adriana Valdés y Cristián Warnken.  

La luz del mediodía inunda el café de La Reina. 

Cecilia Casanova (Santiago, 1926) 
toma una taza de té a pequeños sorbos 
y diezma las galletas protestando 
que no es justo que se las vaya a comer todas. 

Sonríe. 

Al contestar usa la misma concisión de sus poemas, 
dejando flotar algunas frases en el aire. 

Se distrae viendo a la gente que camina por la calle. 

Cree reconocer a alguien, pero no. 

"Uno vuelve, siempre está volviendo. 
Tú miras la calle, ves pasar caras, 
pero son las caras que llevas adentro. 
Caras conocidas. Te recuerdan a otra gente", comenta.

Las suyas, admite, son las de toda la vida, 
partiendo por los tres Enriques: 
Lihn, Lafourcade y Moletto, su segundo marido, 
al que conoció en una fiesta de amigos. 

Los mismos que se reunían 
en los bancos del Parque Forestal, 
el jardín secreto de la Generación del 50; 
cubierto de neblina en los sueños 
donde ve a un estudiante de Derecho 
sujetando a su perro del collar. 

"Al otro lado", 
como el título de un poema 
que publicó en 1975. 

"Una persona a la que yo quise, 
y que me quiso, pero murió cabro", 
revela Cecilia Casanova.

En sus recuerdos también aparecen Jorge Teillier 
y el malogrado artista Juan Capra, 
autor del retrato a tinta en la portadilla 
de su libro Poesía reunida . 

Con la ya habitual encuadernación sin lomo, 
el volumen fue recientemente publicado 
por la editorial de la Universidad de Valparaíso. 

Incluye una nota preliminar de Adriana Valdés 
y un anexo de los prólogos que dedicaron Teillier 
Los juegos del sol (1963), 
Adriana Valdés a Los invitados de tu memoria (1993), 
José Miguel Varas a El sonido de las estrellas (1998) 
y el sesudo epílogo de Enrique Lihn 
De acertijos y premoniciones (1975).

-¿Cómo consiguió que Teillier y Lihn, 
que no se llevaban bien, le escribieran prólogos a usted?

-Con amor. 
Porque los quería a ambos. 
Éramos muy amigos. 

En la amistad puede haber amor 
y yo creo que Enrique y Jorge 
sentían ese casi amor por mí, como yo por ellos. 

Cuando murieron se me cayó un poco el mundo. 

Me dolió mucho. 
No me acuerdo si fui a sus funerales, 
porque era algo superior a mis fuerzas.

Familia de pintores y músicos

"Tu muerte no se hizo para nosotros" 
es el título del poema que le dedica a Lihn 
en el libro Mí misma (2001). 

Los muertos de Cecilia Casanova 
asoman en toda su obra. 

El Mercury 47 
("que llegó a saber tanto/ de nosotros") 
simboliza la muerte de Enrique Moletto. 

Con la partida de su hijo Humberto, 

"Desde su cielo
  Dios me asestó
  un mortal zarpazo", 

escribe la poeta. 

Igual laconismo usa para despedir 
a su amigo Adolfo Couve 
("Las gaviotas/ marcan cruces en la arena") 
y en "Recuerdos del 80" 
-época del exilio de sus hijos y de vacas flacas-, 

"Oíamos con devoción
  a Gardel
  entre vasos de tinto
  con canela
  y uno
  que otro
  balazo".

Mucho antes, 
los versos de "Esperando"
en Los juegos del sol , 
evocan la tarde de verano 
en que murió su abuelo 
y la hicieron salir al patio 
junto con los demás niños. 

"No había espacio más que para las coronas
  cuando nos sacaron por un pasillo lleno
  de sombreros negros". 

Se trataba 
de Álvaro Casanova Zenteno (1857-1939), 
pintor de marinas. 

"No moleste al tata"
le advertían a ella y a su hermano 
cuando el abuelo se encerraba a trabajar. 

"La muerte del tata fue para mí una cosa tremenda, 
porque uno cree que la gente va a ser eterna, ¿te has fijado?", comenta.

Del abuelo paterno 
heredó su talento para la pintura, 
que practicaba hasta hace un par de años 
en un departamento de Providencia 
con vista al Parque Balmaceda, 
antes de llegar al hogar de reposo donde vive hoy. 

Así como de su madre, 
Blanca Hatch Vidaurre, 
heredó el gusto por la música. 

En el poema "Bemoles" 
la recuerda tocando al piano 
una pavana y, en otro, 
un tema de Scriabin, 
que su hija tararea afinadísima. 

No es de extrañar. 

Sobrina del director 
de la Orquesta Sinfónica de Chile, 
Juan Casanova, Cecilia 
estudió canto lírico 
y tenía condiciones 
para haber seguido 
una carrera en la ópera. 

"Me encantaba. 
Pero lo que a uno le gusta mucho 
a veces no lo hace. 
No sé por qué será, pero es así", dice.

-¿Le gustaba más la poesía?

-No te voy a decir 
que me gustaba más, 
pero me incliné por ella. 

Es curioso. 

Empecé bien niñita. 

Nunca me pregunté 
cómo voy a escribir, 
si rimado o verso libre, 
escribía no más.

-¿La poesía elige por uno?

-No. Uno es el que lo hace.

-¿Su madre quería que usted se dedicara a la música?

-Ella no quería sino que lo que queríamos nosotros. 
Era muy inteligente. No sacas nada con querer 
que un hijo sea lo que tú quieres que sea, 
cuando él quiere ser otra cosa. 
Si persevera va a ser lo que él quiere. 
Siempre pasa lo mismo.

-El poema "Teriosos miste" lo dedica 
"a una niñita sensible que se angustiaba 
con ciertos cantos gregorianos".

-Esa niñita era yo. 

Toda esa mise en scène 
que existía alrededor, 
el olor a incienso y los vitrales, 
me producía cosas muy místicas, 
fuera de este tiempo, 
pero a la vez me atemorizaba.

-"Si dios me hubiera preguntado
¿Quieres nacer?
Lo habría pensado dos veces", 

dice en un poema de 1998.

-Y volvería a decirlo. 
Lo pensaría dos veces. 

Es algo tan personal y a la vez no. 
No sé cómo explicarlo. 

No se elige nacer, 
pero a la vez como que se elige, 
que algo te tira para ese lado.

-¿Cree en la reencarnación? 
Uno de sus últimos poemas lleva ese título.

-Mira, yo creo en todo. A veces.

-¿De quién fue la idea de editar "Poesía reunida"?

-Me llamaron Cristián Warnken y Adriana Valdés. 
Querían hacer una antología y aquí estamos. 

Se puede decir que la hizo Cristián, 
que para mí es una eminencia, 
lo conozco del tiempo 
de Enrique Lihn, toda la vida.

-¿Qué siente al publicar este compendio de su obra?

-Me lo merezco. 

Claro que sí, 
porque siempre uno está pensando 
"voy a hacer esto o esto otro" y no lo realiza, 
pero llega un día en el que das en el clavo. 
Justo en el clavo. 
Yo quiero hacer esto y lo voy a hacer, 
y se lo propone hasta terminarlo.

-¿Sigue escribiendo?

-Todo el tiempo. 
Poesía, cuento, el cuento del tío... ¡ja!

-Adriana Valdés dice que sus poemas 
"han ido adelgazándose y entrecortándose, 
haciéndose cada vez más sintéticos y asombrosos". 

¿Cómo lo consigue?

-Corrijo mucho. 

Porque como a mí me gustan las cosas 
no es como le gustan a todo el mundo, ni mucho menos. 

Yo corto, corto, corto y la gente se espanta. 
"¿Por qué cortaste esto?", me dicen. 
Porque me nace así.

-¿Le gustan los haikus?

-Mucho.

-¿Son uno de sus modelos?

-No. Porque también me gusta 
otro tipo de poesía: larga, explicativa. 
No me rijo por eso no más. 

Me gusta Neruda. 
Tuve la suerte de conocerlo. 

Desgraciadamente no conocí a Huidobro, 
pero lo leí y me encantaba. Tan grande que era.

-¿Cómo se llevaba con Stella Díaz, 
que nació el mismo año que usted?

-Ja. Como se llevaba todo el mundo con la Stella. 
Alcanzamos a ser amigas. 
Por un tiempo, no fue largo, pero fue un tiempo. 
Era una escritora hecha a su manera, muy especial. 
Me gustaba como persona.

-¿Estuvo de acuerdo cuando Lafourcade 
la comparó a usted con Emily Dickinson?

-De acuerdo no, 
porque ella era muy grande, 
un peso pesado. Agradecida sí.

-¿Cómo se reconoce un poeta?

-"Me gusta cuando callas porque estás como ausente...". 

Un poeta se reconoce cuando calla, en sus silencios.

-¿Cómo definiría la poesía?

-La poesía es lo que sientes de verdad. 
Porque también hay mentirillas verdaderas. 
Pasan autos, personas, ¿y son de verdad? No sé.

-¿Duda de la consistencia de la realidad?

-A veces dudo de mí y de todo. 
Y es cuando estoy más segura. 
No sé si se entiende. 
La poesía juega con esa verdad-mentira.
¿Es de verdad esa persona que pasa o es de mentira?

-¿Si hubiera una frase para definirse, cuál sería?

-Una persona que le gusta volver a lo que ya ha vivido. 
Volver, volver, como el tango. Me considero un alma tonta, 
porque regresa tantas veces a lo mismo 
que ya es como nacer cientos de veces en el mismo lugar.

-"Si los sueños
   no se realizan
   es por despertar
   antes de tiempo", 

escribe en su libro más reciente, 
"Poemas del vago y del simpático" (2010). 

¿Ha realizado todos sus sueños?

-No creo. Nadie los ha realizado nunca.

-¿Cuál es el más importante que le falta?

-Soñar más. Si lo hiciera 
a lo mejor realizaría más cosas también.






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