Hace unos días, la Presidenta Bachelet dijo que no quería que la reforma educacional se transforme en un nuevo Transantiago. Es bueno que en estos meses en que su gobierno está impulsando grandes reformas, esas memorias vuelvan a su cabeza. Es bueno, porque si sacó las lecciones correctas de aquel terrible experimento social que fue el Transantiago, debiera darles dos vueltas a la forma y fondo de la reforma tributaria, que tan aceleradamente está tratando de impulsar.
¿Cuáles son esas lecciones que la Presidenta debiera haber aprendido en su experiencia liderando la implementación del Transantiago?
La primera gran lección es que todo gobernante debiera desconfiar de los grandes diseños que se ofrecen como la panacea de todos los males. En particular, la Presidenta debiera ser cautelosa ante propuestas maximalistas pensadas entre cuatro paredes por "expertos" que apuntan a cambiarlo todo a la vez.
Así como el Transantiago pretendió cambiar de un plumazo, y sin pasos intermedios, un sistema de transporte altamente complejo, la reforma tributaria pretende cambiar de raíz, y sin mediar mayor análisis ni consensos, el sistema tributario que le ha permitido a Chile, en 30 años, bajar la pobreza a sus mínimos históricos, poniendo al país en el umbral de desarrollo.
Tanto el Transantiago como la reforma tributaria son grandes diseños, realizados de espalda a la ciudadanía y sin participación de los actores relevantes, que se han basado en la premisa de que los "expertos" saben todo lo necesario, lo que ciertamente se ha probado errado una y otra vez.
La segunda lección es que los cambios radicales, como contraposición a los cambios graduales, son normalmente recetas para el desastre, por la sencilla razón de que es imposible prever el comportamiento y la respuesta de las personas ante múltiples estímulos. Los ideólogos del Transantiago pensaron que podían modelar los desplazamientos de todos los santiaguinos, como si fueran autómatas que no pensaran ni reaccionaran frente a los cambios.
De igual manera, los inteligentes funcionarios del Ministerio de Hacienda creen que pueden modelar el comportamiento de los chilenos frente a cambios en toda la estructura tributaria del país. Con un voluntarismo bastante ideológico, proyectan sus cifras en forma lineal, creyendo que las personas no cambiarán su comportamiento frente a semejante cambio en las reglas del juego.
La tercera lección que la Presidenta debiera haber aprendido es que las reformas hay que impulsarlas cuando están listas, y no cuando la presión política institucional las fuerza. En cierta forma, ella fue víctima de esto en el Transantiago, cuando sus técnicos empujaban la puesta en marcha cuanto antes, y la Presidenta, sin capacidad para "ver debajo del agua", confió en su opinión, aunque según ella su instinto le decía lo contrario.
Ahora la situación es análoga, pero los papeles se han invertido. Es la Presidenta la que le pone urgencia a una reforma a todas luces improvisada y poco meditada, que pasa por alto las complejidades del sistema económico, y que es impuesta como un designio al cual solo hay que someterse.
Finalmente, el Transantiago y la reforma tributaria de Bachelet tienen una gran diferencia, que hace que la segunda sea mucho más compleja que el primero, y que es la visibilidad de los efectos que produce. El evidente fracaso del Transantiago quedó escrito en su primer día de funcionamiento, al ver a las personas caminando y esperando donde antes abordaban transporte público. Las cámaras fueron elocuentes. La reforma tributaria, por su parte, solo mostrará sus efectos en el mediano plazo y en consecuencias de segundo orden. Afectará, negativamente en mi opinión, el crecimiento, las oportunidades de los ciudadanos, y en general el dinamismo país. Si juzgamos por la historia, basta ver la ruta de todas las economías que han transitado hacia un "Estado de Bienestar".
Es justamente esta baja visibilidad de sus efectos lo que exige que el diseño de una reforma tributaria sea mucho más cauteloso, y su implementación realmente gradual, no tanto en el tiempo, sino que en la multiplicidad de cambios.
Es de esperar que la Presidenta y los legisladores rememoren esos días posteriores a la implementación del Transantiago y tengan presente la complejidad de la tarea que tienen por delante. Nadie duda que el sistema tributario chileno es susceptible de ser mejorado, pero lo que se espera es que como líderes entiendan que no son omniscientes y que las complejidades de un país y del sistema económico que lo rige, no pueden modelarse al estilo soviético, ni menos cambiarse de un plumazo sin producir efectos totalmente inesperados.
Rafael Ariztía C.
Ex Coordinador Ejecutivo de Modernización del Estado (2011-2014)
¿Cuáles son esas lecciones que la Presidenta debiera haber aprendido en su experiencia liderando la implementación del Transantiago?
La primera gran lección es que todo gobernante debiera desconfiar de los grandes diseños que se ofrecen como la panacea de todos los males. En particular, la Presidenta debiera ser cautelosa ante propuestas maximalistas pensadas entre cuatro paredes por "expertos" que apuntan a cambiarlo todo a la vez.
Así como el Transantiago pretendió cambiar de un plumazo, y sin pasos intermedios, un sistema de transporte altamente complejo, la reforma tributaria pretende cambiar de raíz, y sin mediar mayor análisis ni consensos, el sistema tributario que le ha permitido a Chile, en 30 años, bajar la pobreza a sus mínimos históricos, poniendo al país en el umbral de desarrollo.
Tanto el Transantiago como la reforma tributaria son grandes diseños, realizados de espalda a la ciudadanía y sin participación de los actores relevantes, que se han basado en la premisa de que los "expertos" saben todo lo necesario, lo que ciertamente se ha probado errado una y otra vez.
La segunda lección es que los cambios radicales, como contraposición a los cambios graduales, son normalmente recetas para el desastre, por la sencilla razón de que es imposible prever el comportamiento y la respuesta de las personas ante múltiples estímulos. Los ideólogos del Transantiago pensaron que podían modelar los desplazamientos de todos los santiaguinos, como si fueran autómatas que no pensaran ni reaccionaran frente a los cambios.
De igual manera, los inteligentes funcionarios del Ministerio de Hacienda creen que pueden modelar el comportamiento de los chilenos frente a cambios en toda la estructura tributaria del país. Con un voluntarismo bastante ideológico, proyectan sus cifras en forma lineal, creyendo que las personas no cambiarán su comportamiento frente a semejante cambio en las reglas del juego.
La tercera lección que la Presidenta debiera haber aprendido es que las reformas hay que impulsarlas cuando están listas, y no cuando la presión política institucional las fuerza. En cierta forma, ella fue víctima de esto en el Transantiago, cuando sus técnicos empujaban la puesta en marcha cuanto antes, y la Presidenta, sin capacidad para "ver debajo del agua", confió en su opinión, aunque según ella su instinto le decía lo contrario.
Ahora la situación es análoga, pero los papeles se han invertido. Es la Presidenta la que le pone urgencia a una reforma a todas luces improvisada y poco meditada, que pasa por alto las complejidades del sistema económico, y que es impuesta como un designio al cual solo hay que someterse.
Finalmente, el Transantiago y la reforma tributaria de Bachelet tienen una gran diferencia, que hace que la segunda sea mucho más compleja que el primero, y que es la visibilidad de los efectos que produce. El evidente fracaso del Transantiago quedó escrito en su primer día de funcionamiento, al ver a las personas caminando y esperando donde antes abordaban transporte público. Las cámaras fueron elocuentes. La reforma tributaria, por su parte, solo mostrará sus efectos en el mediano plazo y en consecuencias de segundo orden. Afectará, negativamente en mi opinión, el crecimiento, las oportunidades de los ciudadanos, y en general el dinamismo país. Si juzgamos por la historia, basta ver la ruta de todas las economías que han transitado hacia un "Estado de Bienestar".
Es justamente esta baja visibilidad de sus efectos lo que exige que el diseño de una reforma tributaria sea mucho más cauteloso, y su implementación realmente gradual, no tanto en el tiempo, sino que en la multiplicidad de cambios.
Es de esperar que la Presidenta y los legisladores rememoren esos días posteriores a la implementación del Transantiago y tengan presente la complejidad de la tarea que tienen por delante. Nadie duda que el sistema tributario chileno es susceptible de ser mejorado, pero lo que se espera es que como líderes entiendan que no son omniscientes y que las complejidades de un país y del sistema económico que lo rige, no pueden modelarse al estilo soviético, ni menos cambiarse de un plumazo sin producir efectos totalmente inesperados.
Rafael Ariztía C.
Ex Coordinador Ejecutivo de Modernización del Estado (2011-2014)
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