Diario El Mercurio, Sábado 19 de abril de 2014
Precariedad
"El desastre de Valparaíso no tiene que ver con el viento o que las casas hayan sido de materiales ligeros, sino con que la ciudad no estuvo preparada para prevenir y combatir un incendio cuando sus barrios son de materiales ligeros y sopla el viento..."
Sebastián Gray
Chile aprende de sus catástrofes. Cada golpe significa tomar conciencia de los riesgos que presenta el territorio, para reinventarse y perfeccionarse. Los terremotos de Chillán y Valdivia dieron origen a normas constructivas tan eficaces que ya para el cataclismo de 2010 pudimos enorgullecernos de ser uno de los países más sólidamente construidos del mundo. Del mismo 2010 aprendimos a lidiar con tsunamis en bordes costeros. Similar cosa con los aluviones de Antofagasta y de Macul: supimos entonces levantar obras de prevención e impedir asentamientos en zonas de riesgo. En Valparaíso, buena parte de la ciudad histórica está construida en madera, de manera que los incendios son parte de su memoria. Tras el terremoto e incendio de 1906, el municipio construyó una gigantesca cisterna para uso exclusivo de bomberos, estructura que sirvió hasta 1985 y aún existe, en ruinas, en la puntilla del Cerro Cárcel. Lo que la ciudad pudo hacer y prever entonces, no pudo en estas últimas décadas, mientras se hundía en un abismo de pobreza material e ideológica. Y es que en nuestro actual esquema político, los municipios están abandonados a su propia suerte. Los más ricos tienen más suerte, y los más pobres menos.
Una última reflexión: convive con Valparaíso una pujante empresa portuaria que usufructúa de la ciudad sin darle prácticamente ni un céntimo a cambio. Pero las grandes ciudades-puertos del mundo florecen gracias a la histórica simbiosis en que el puerto tributa de forma significativa a la ciudad que ocupa. Creer, por lo tanto, que el caso de Valparaíso es un modelo posible de desarrollo, también es una manifestación de nuestra precariedad como país. Las consecuencias están a la vista.
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