por Jorge Edwards Diario La Segunda, Viernes 07 de Enero de 2011http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2011/01/07/centenarios-comparados.asp La discusión sobre el Parque Forestal abre perspectivas, plantea contradicciones, nos deja pensativos y no demasiado optimistas. Pienso, por mi parte, en el Bellas Artes de 2011 y el del año del Centenario. ¿Qué ha pasado entre los primeros y los segundos cien años, hemos adelantado, hemos retrocedido, hemos marcado el paso? Leo a los historiadores modernos y no consigo sacar conclusiones claras. En algunos aspectos, la democracia se ha profundizado. Desapareció el viejo sistema del cohecho, que alcancé a conocer en mi infancia y en mi juventud, en las mesas electorales del año 38, del año 46 y hasta en las de 1952. Ahora las mujeres ejercen su derecho a voto y participan en la vida política y en los gobiernos. Pero no sé si la educación termina de modernizarse y me parece que la igualdad de oportunidades todavía es un ideal remoto. Alguien llega de un hogar humilde, de una familia que vive con quinientos dólares mensuales como promedio, y alcanza los mejores puntajes del país. Es un héroe del estudio, una persona de coraje y de talento, pero en el pasado también hubo seres excepcionales, que se impusieron en un medio de una hostilidad, de una aspereza, terribles. Lucila Godoy Alcayaga, conocida más tarde como Gabriela Mistral, sin ir más lejos. El Parque Forestal fue una de las creaciones del Centenario, y también lo fue su edificio más importante, el Palacio de Bellas Artes. Hubo intervención de arquitectos y de paisajistas franceses, de acuerdo con las tendencias de la época, pero decir que fueron obras elitistas, oligárquicas, sólo accesibles para los happy few (como decía Stendhal), es una perfecta tontería. Al Parque podía ir todo el pueblo de Santiago, viniera del barrio que viniera. Nunca hubo discriminación de clase o de raza, que yo sepa, ni se cobró entrada. He visto parques cerrados, a los que sólo pueden ingresar los dueños de los departamentos vecinos, armados de una llave. Es el caso de Gramercy Park, en el corazón de Manhattan. Aquí, en nuestro Forestal, nunca sucedió nada ni remotamente parecido. Al museo, al Bellas Artes, siempre han podido ir los niños de los liceos más humildes de la ciudad y hacer copias de los cuadros o estudiar la pintura chilena en sus creaciones originales. Algo parecido puede aplicarse a otra de las grandes construcciones e instituciones del primer centenario, la Biblioteca Nacional. Todos pueden leer los libros de nuestra Biblioteca y, por desgracia, todos pueden pintarles monos y agregar garabatos. Leí hace poco, y me gustaría mucho poder comprobar este dato, que la Biblioteca de los primeros años, la de la década de los diez y de los veinte, tuvo más libros que la de ahora. Sería un fenómeno difícil de explicar, salvo que el apetito de los ratones bibliotecarios sea superior a todo lo que nos imaginamos. Lo que sí es probable es que los fondos para adquisición de libros hayan disminuido en forma dramática, así como han disminuido los fondos de los museos para adquirir pintura o lo que sea. En la discusión sobre el Parque Forestal hay un hecho que salta a la vista, que queda en evidencia. Antes de su creación era un basural maloliente que se extendía por la ribera sur del Mapocho y llegaba al basural de Santo Domingo. A Joaquín Toesca le trataron de exigir que levantara la Casa de Moneda encima de ese basural y rechazó la idea con voluntad inflexible. El Parque, cuya instalación en la ciudad se produjo alrededor del primer Centenario, tenía en sus primeros tiempos más de siete mil árboles. Ahora tiene alrededor de seis mil. Por eso, para seguir progresando al revés, ha surgido la idea genial de aumentar el porcentaje de cemento y suprimir áreas verdes. Al lado de la Fuente Alemana habrá, según el inefable proyecto edilicio, una explanada de ladrillos rojos. Frente al Bellas Artes se extenderá un desierto de cemento. Y los eventos masivos, según se nos explica con la mayor seriedad, son necesarios para la “conquista del Parque por la ciudad”. Los primeros años del siglo XX produjeron la matanza de Santa María de Iquique y a la vez el Parque, la Biblioteca, el Palacio de Bellas Artes, la Estación Mapocho. ¿Eran expresiones de la misma mentalidad, de la sociedad latifundista, clasista, de aquellos años? No se puede simplificar las cosas de esta manera. Entonces había dos países diferentes, contrapuestos, como sucede ahora. Alguien leía, se quemaba las pestañas, usaba la Biblioteca y el Museo, y llegaba a ser Pedro Prado, José Santos González Vera, Camilo Mori. Ahora las posibilidades de abrirse camino deberían ser mejores, pero no podemos estar seguros de que lo sean. Dos Chiles significaban el país de la civilización y el de la barbarie. Domingo Faustino Sarmiento, que había estado largos años exiliado entre nosotros, desarrolló esta idea, profundamente sudamericana, de las dos formas de sociedad que coexistían entre nosotros: la de Facundo Quiroga, el de la sombra terrible, y la de Mitre, Echeverría, López y el propio Sarmiento. Entre nosotros, la de Vicuña Mackenna, Barros Arana, Miguel Luis Amunátegui, en contraste con la del generalote que mandó ametrallar a los obreros de la pampa salitrera y a sus familias. Hay que entender estas cosas y hacerse algunas preguntas de fondo: ¿qué hay detrás de la barbarie de los eventos de masas, propagadores del ruido y de la mugre, y del uso civilizado, colectivo, democrático, de los parques? ¿Qué hay detrás de los argumentos populacheros, que suelen esconder intereses inconfesables? Soy un caminante habitual de los parques urbanos. He escrito páginas sobre el Tier Garten de Berlín, sobre el Parc Monceau y el Buttes Chaumont de París, sobre el Olivar de Lima. El Parque Forestal es un escenario de muchos de mis textos narrativos. Quedará, por lo menos, en esas palabras, en esas páginas, mientras los energúmenos comerciales y el ruido se apoderan de los escenarios y los amantes de la belleza se retiran, melancólicos, a ninguna parte, a la nada misma.
CLASE DEL 70 SGC
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Centenarios comparados
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