Lunes 17 de noviembre de 2014
"El tiempo transcurrido desde la caída del Muro de Berlín facilita proyectar su sombra de muerte sobre nuestro país. La ignorancia y la desmemoria de que estamos haciendo gala aherrojan nuestro futuro..."
Se ha apagado ya el recuerdo de los veinticinco años de la caída del Muro de Berlín. Fecha vivida aquí en forma casi imperceptible. Decididamente, los partidarios de la vida y la libertad no dominan el arte del bombo. La izquierda marxista se salió con la suya de que pasara desapercibida. Ni la Presidenta, que vivió a la sombra del muro, ni ninguno de sus cercanos que lo conocieron en toda su realidad se conmovieron en lo más mínimo.
Es una manera en negativo de reconocer toda la tremenda verdad y simbolismo de esa inmensa cárcel que aislaba a los orientales de la vida y la libertad: los que aún aplauden a esos carceleros guardaron ahora un cuidadoso y denunciante silencio para eludir su afinidad con esa vergonzosa realidad. El muro es parte de nuestra historia, por cuanto aquí se luchó duramente para evitar la instauración de aquel modelo.
Sin embargo, todo indica que aquel fracaso y el oprobio en que se sumió a aquellos alemanes no han servido para aplacar el empecinamiento ideológico que impulsa a sus seguidores. Las reformas que hoy se promueven como gran novedad para redimir a nuestro país de sus pretendidas lacras no son otra cosa que reincidir en aquellos postulados derrotados. Con el agravante de presentarlos como un avance hacia el futuro.
Las mal llamadas reformas educacionales solo pretenden estatizar una función básica, como es la de preparar a los jóvenes para la vida y transmitirles la herencia cultural que nos aglutina. Por naturaleza esto corresponde a las personas, por cuanto ellas dan forma a la sociedad. La reforma impositiva no apunta a otra cosa que transformarnos más agudamente en entes o mecanismos tributarios al servicio del fisco. Las otras reformas que se pregonan solo reafirman la preeminencia del Estado como el gran tutor de cada uno, aisladamente, disgregándonos del conjunto que formamos como nación.
Este voluntarismo ideológico no cree en la vida ni en la libertad intrínseca de cada uno de nosotros, desnaturalizando nuestra esencia humana. Exalta al Estado esgrimiendo bellas teorías y discursos efectistas que distorsionan el presente para hacerlo creíble. Es por esto que, llegado el momento de la realidad, será necesario construir otro nuevo para encerrarnos e impedirnos expresar la falsedad de las actuales promesas.
El tiempo transcurrido desde la caída del Muro de Berlín facilita proyectar su sombra de muerte sobre nuestro país. La ignorancia y la desmemoria de que estamos haciendo gala aherrojan nuestro futuro
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Es una manera en negativo de reconocer toda la tremenda verdad y simbolismo de esa inmensa cárcel que aislaba a los orientales de la vida y la libertad: los que aún aplauden a esos carceleros guardaron ahora un cuidadoso y denunciante silencio para eludir su afinidad con esa vergonzosa realidad. El muro es parte de nuestra historia, por cuanto aquí se luchó duramente para evitar la instauración de aquel modelo.
Sin embargo, todo indica que aquel fracaso y el oprobio en que se sumió a aquellos alemanes no han servido para aplacar el empecinamiento ideológico que impulsa a sus seguidores. Las reformas que hoy se promueven como gran novedad para redimir a nuestro país de sus pretendidas lacras no son otra cosa que reincidir en aquellos postulados derrotados. Con el agravante de presentarlos como un avance hacia el futuro.
Las mal llamadas reformas educacionales solo pretenden estatizar una función básica, como es la de preparar a los jóvenes para la vida y transmitirles la herencia cultural que nos aglutina. Por naturaleza esto corresponde a las personas, por cuanto ellas dan forma a la sociedad. La reforma impositiva no apunta a otra cosa que transformarnos más agudamente en entes o mecanismos tributarios al servicio del fisco. Las otras reformas que se pregonan solo reafirman la preeminencia del Estado como el gran tutor de cada uno, aisladamente, disgregándonos del conjunto que formamos como nación.
Este voluntarismo ideológico no cree en la vida ni en la libertad intrínseca de cada uno de nosotros, desnaturalizando nuestra esencia humana. Exalta al Estado esgrimiendo bellas teorías y discursos efectistas que distorsionan el presente para hacerlo creíble. Es por esto que, llegado el momento de la realidad, será necesario construir otro nuevo para encerrarnos e impedirnos expresar la falsedad de las actuales promesas.
El tiempo transcurrido desde la caída del Muro de Berlín facilita proyectar su sombra de muerte sobre nuestro país. La ignorancia y la desmemoria de que estamos haciendo gala aherrojan nuestro futuro
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