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EL BIEN QUE SE PRODUCE Y EL MAL IMPOSIBLE DE EVITAR

Tenemos que desarrollar una sensibilidad especial y prepararnos diligentemente para reconocer estos dilemas, cualquiera sea la situación.


El impacto que la empresa tiene sobre la vida de las personas que se relacionan con ella hace imposible rehuir la dimensión ética de su actuar.
Pero es bueno aclarar que ella no es una institución de orden moral, por lo que esta dimensión ética se refiere al actuar de cada una de las personas que toman decisiones en los distintos niveles de cualquier empresa.
Hay casos en que la respuesta por la moralidad de ciertas acciones o decisiones es clara. Por ejemplo, vender productos vencidos, no pagar los salarios justos ni a tiempo, no pagar la previsión social, falsificar productos, no pagar los impuestos, maltratar a los trabajadores, etc., son actos maliciosos que generan injusticia y mal. Las fallas éticas más comunes son el engaño, el robo y el daño a otra persona.
Sin embargo, hay situaciones en las que enfrentamos “dilemas éticos” que son difíciles de dilucidar, porque discernir si una decisión produce un bien o un mal resulta menos claro.
Podría ocurrir que detrás de un bien, que terminará siendo solo apariencia de bien, se puede esconder un mal, o que detrás de un mal podría haber solo apariencia de mal, porque se está evitando un mal mayor o protegiendo un bien.
Por esto tenemos que desarrollar una sensibilidad especial y prepararnos diligentemente para reconocer los dilemas éticos, cualquiera sea la situación.
Resulta sorprendente constatar que en casos donde es bastante evidente el dilema ético, porque incluso se han tipificado como conductas impropias en la legislación de sociedades anónimas, muchas personas parecen no ver la gravedad que revisten, como hacer una compra o contratar un servicio a una persona relacionada, aunque el precio sea el correcto.
En casos como estos falla la alerta ética. Y esto ocurre porque no hemos desarrollado suficientemente una sensibilidad sobre este tema.

EL PRINCIPIO DEL DOBLE EFECTO

Las decisiones de dilemas éticos nos incomodan porque la naturaleza de la dificultad radica en la imposibilidad de evitar consecuencias negativas. Es imposible no sentir que se está haciendo un daño, aunque esta sea una decisión éticamente correcta desde la perspectiva del mal menor. Se tolera el mal porque es una consecuencia de una decisión buena.
Esto no significa que entre dos acciones que claramente atentan contra el bien de una persona o el bien común debemos elegir aquella que cause menos daño. No es este el caso. Siempre estamos obligados a no hacer el mal.
Siendo el robo siempre un mal, es distinto robar grandes sumas de dinero para enriquecerse ilícitamente que hacerlo para alimentar a un hijo con hambre.

METODOLOGÍA PARA ABORDARLOS

Una vez que identificamos un dilema ético y lo definimos con claridad, debemos disponer de una metodología para abordarlo y discernir el impacto que nuestra decisión tiene sobre los demás y sobre nosotros mismos.
Hay cuatro preguntas principales que nos ayudan a afrontar mejor los dilemas éticos.
1. ¿Cuál es la intención que se persigue? ¿Qué nos motiva a realizar una determinada acción? Desde el punto de vista ético, la intención es el acto de la voluntad y de la razón que ordena las cosas hacia un fin.
La intención constituye el aspecto formal de un acto moral. Por ejemplo, si una empresa compensa de un modo diferente a dos trabajadores, es fácil entenderlo si esto responde a una política que persigue la equidad, y difícil de justificar si es un acto arbitrario.
2. Si la intención es buena, ¿es el acto mismo bueno? ¿O acaso se está consiguiendo algo positivo, pero por medios inadecuados?
Hay en estas preguntas dos cuestiones fundamentales. La primera es la bondad del acto y la segunda la adecuación de los medios.
La bondad del acto se juzga por el impacto que tiene sobre las personas: una familia, un grupo pequeño o a todo el país. El principio ético fundamental es “la primacía de la persona humana en virtud de su dignidad y libertad”.
El otro punto es que los medios han de ser adecuados: “El fin no justifica los medios”.
3. ¿Bajo qué circunstancias se está tomando la decisión o emprendiendo un acto? Las circunstancias pueden agravar o disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos. Por ejemplo, siendo el robo siempre un mal, es distinto robar grandes sumas de dinero para enriquecerse ilícitamente que hacerlo para alimentar a un hijo con hambre.
En todo caso, es importante tener claro que las circunstancias no pueden hacer ni buena ni justa una acción que es mala de suyo, como matar, robar, mentir, levantar falso testimonio u otras.
4. Con todo, ¿cuál es nuestra evaluación final?   ¿Cómo saber si ese efecto negativo no empaña la bondad del acto y podemos quedar tranquilos con lo realizado? ¿Hasta dónde tolerar el mal? O, mejor aún, ¿cómo mitigar el efecto negativo de las decisiones?
Tenemos la responsabilidad de hacer siempre nuestros mejores esfuerzos para ayudar a las personas que se ven perjudicadas por la decisión, para que puedan enfrentar su nueva situación de la mejor forma posible.
Esto contribuye a que las personas no se perciban en la empresa como mera fuerza de trabajo, sino que como seres humanos que valen primordialmente por lo que son y no por lo que hacen.
¡Hasta el próximo domingo!
La profesora ayudante del curso es Lídice Majluf.
Si bien las circunstancias atenúan o agravan una acción, hay algunas de suyo inmorales.

¿QUÉ HAY DE MALO?

Un alto ejecutivo se preguntaba “qué hay de malo en ello”, cuando se le enrostró haber comprado para la empresa bienes en el negocio de su señora, sin darse cuenta de que tendría que haberse abstenido de participar en la decisión.
O el caso de un grupo de investigadores médicos que debían hacer pruebas clínicas como parte del proceso de aprobación del medicamento de una empresa farmacéutica, y recibieron de esta última un generoso financiamiento para llevar adelante sus proyectos personales.

DEPORTE, EDUCACIÓN Y TRABAJO

Mons. Fernando Chomali

LA REFORMA TRIBUTARIA NO DEBE DEJAR DE PREGUNTARSE SI PERMITE QUE LOS JÓVENES TENGAN UNA EDUCACIÓN Y UN TRABAJO DE MEJOR CALIDAD.

El Papa Francisco, hablándole a un grupo de deportistas, les decía que entre los jóvenes hay que promover el deporte, la educación y el trabajo.
El deporte nos hace mirar la realidad desde el conjunto, y no de manera aislada. El punto de referencia son los otros. Nos enseña virtudes tan importantes para la vida, como el sacrificio, el esfuerzo, la superación personal y el saber tanto perder como ganar. El deporte es el lugar de la sana convivencia y del merecido descanso.
Junto al deporte está la educación. El gran escándalo en Chile es que hay niños que por estudiar en tal o cual escuela difícilmente podrán acceder a la educación superior y tener prosperidad. Es un escándalo porque esos niños suelen ser los más pobres. Todos concordamos en que Dios (o la naturaleza para los no creyentes) distribuye los talentos, las habilidades y las destrezas por igual. Pero es el ambiente social el que los promueve o los destruye. Cuántos grandes científicos, académicos, profesionales o artistas se han perdido porque no tuvieron una educación adecuada desde pequeño. Por otro lado, quienes han tenido posibilidad de buena educación y una situación económica estable han podido crecer económicamente y repetir el modelo con sus hijos.
La gran tarea que tenemos por delante es proveer a los más pobres de una buena educación, gratuita y de calidad. Para ello, y la experiencia lo confirma, se requiere de buenos directores, comprometidos con sus escuelas, y profesores de excelencia, bien pagados y adecuadamente evaluados. Todas aquellas instituciones que educan a personas pobres y que en su interior hay un equipo directivo de excelencia han dado buenos resultados y han permitido que los jóvenes tengan un futuro mejor. Los institutos de educación superior y universidades que reciben a jóvenes de los quintiles más bajos, que con esfuerzo han logrado ingresar y mantenerse en su interior, han dado un salto cualitativo en sus vidas. La mayoría tiene trabajos mucho mejor remunerados que sus padres y lo más probable es que sus hijos tengan un futuro mejor aún. Allí ha de concentrarse, en mi opinión, esta reforma.
Otro factor de promoción de una mejor vida para los jóvenes es el trabajo. Es muy frustrante no tener un trabajo una vez egresado. Chile no debe permitir que haya jóvenes que perciban que están de más. La violencia es ni más ni menos que el resultado de esa sensación de abandono, de no sentirse parte de la comunidad. La reforma tributaria debe tener aquello muy presente y no debe dejar de preguntarse si permite que los jóvenes tengan una educación y un trabajo de mejor calidad. Allí está la madre de todas las preguntas y el norte de toda decisión que ya no es política sino que ética.

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