JOSÉ FRANCISCO GARCÍA, DIARIO LA TERCERA, LUNES 13 DE ENERO DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/01/13/JOSE-FRANCISCO-GARCIA/LA-DERECHA-Y-LOS-INTELECTUALES-DECADENCIA-DECEPCION-DISIDENTES/
La relación entre la derecha política y los intelectuales siempre ha sido compleja. Existe una serie de razones –históricas, culturales, ideológicas, sociales– que lo demuestran. Afortunadamente, en esta hora en que la derecha chilena parece a centrímetros de caer al abismo en materia de ideas, a un estado de bancarrota intelectual, ha comenzado, lentamente, no sólo a valorarse la posición de los intelectuales, sino una cierta convicción de que la dura derrota electoral sufrida, es una también cultural, y reflejo de una cuestión profunda sobre la legitimidad de las ideas que defiende la derecha y la cuestión de la hegemonía: para ser mayoría política, se debe antes ser mayoría cultural o, al menos, contar con un ethos que goza de amplia aprobación ciudadana. Parece que hoy, más que nunca, hay espacio para los intelectuales en la derecha. Afortunadamente también, se trata de una convicción que parece arraigada con más fuerza en las generaciones jóvenes, aquellas que hoy interpelan como nunca a la generación de la transición, lo que podría implicar un punto de quiebre en esta historia conflictiva entre la derecha y los intelectuales de cara al futuro.
Uno de las momentos más interesantes de la campaña del entonces candidato Sebastián Piñera fue el acto que reunió a éste con Mario Vargas Llosa –probablemente uno de los mayores referentes intelectuales de la derecha hispanoamericana vivo–, junto a Jorge Edwards y Roberto Ampuero en enero de 2010 . La promesa de un cambio que iba más allá de una nueva forma de gobernar y llegar al umbral del desarrollo estuvo en el centro de la conversación. Cuatro años más tarde dicha promesa sigue en el aire. Tampoco debe causar mucha sorpresa: salvo por una que otra iniciativa, destacando los “Dialógos Bicentenario” que reunió en torno a los retratos de Montt y Varas a algunos intelectuales –a mi juicio el francés Guy Sorman fue el más destacado–, en caso alguno puede pensarse que la actual administración acercó al mundo intelectual a la derecha política.
No es culpa de la actual administración; en los últimos 40 años la hegemonía al interior de la intelligentsia en la derecha la ha tenido el mundo de los tecnócratas, con epicentro en los economistas formados en Chicago primero, y después el de generaciones y generaciones de economistas que los siguieron. Poca cabida han tenido entonces en la cultura de la derecha la óptica de quienes desde lo abstracto buscan adentrarse en las fronteras, los secretos y las formas de la cultura (si seguimos la conceptualización de los intelectuales que nace con Weber) o de quienes teorizan y dan formas a ideas políticas que buscan conseguir o persuadir, de una u otra forma, en el ámbito del poder (si seguimos la conceptualización de Gramsci). Así, filósofos, historiadores, politólogos, antropólogos, escritores, artistas, actores, quedan fuera de una cultura “cosista”, “gestionista” –recientemente acuñada–, de “gerentes”, donde la eficiencia y la utilidad parecieran ser la panacea. Política y gobierno se ha equiparado a administración. No se trata –esto es lo grave– que a la hora de debatir sobre lo que pueden ser los ideales del buen gobierno y la vida buena, los asuntos públicos y aquello que conforma el ethos de la derecha las opiniones de los intelectuales sean pesadas en una balanza más pequeña; se trata de una cuestión más profunda: cierta estigmatización en torno a su utilidad relativa en la vida social. Hasta hace muy poco ser escritor, artista o filósofo no parecían ser caminos respetables para forjarse un futuro.
Hoy parece inverosímil que Jaime Guzmán alguna vez fuere contrapeso de los Chicago y que lograra articular buena parte del proyecto intelectual de la centroderecha en el matrimonio Chicago-Gremialistas –lo que logró, por lo demás, convenciendose primero él, y luego a su círculo, de las bases morales del capitalismo gracias al libro “El espíritu del capitalismo democrático” (1982) del filósofo católico norteamericano Michael Novak –. Y claro, tras la dramática muerte de Guzmán –y sin querer hacer una apología– ya no hubo contrapeso. Porque si bien es posible encontrar intelectuales con ADN de derecha en el mundo de la cultura, de las artes y las ciencias, aquel segundo tipo de intelectual que hemos descrito, el que busca influir en el poder político, es una especie que parece haberse extinguido con Guzmán.
En todo caso, tampoco la izquierda chilena puede hacer gárgaras con esta relación conflictiva entre la derecha y los intelectuales: la hegemonía que tuvieron los tecnócratas en general y los economistas en particular durante los gobiernos de la Concertación, hacen que estemos en presencia de un fenómeno bastante más generalizado del que aparece a primera vista. La diferencia es que al interior de la cultura de izquierda los intelectuales, y sus opiniones, poseen un status de otro nivel.
Por otro lado, si echamos mano al tremendo Public Intellectuals de Richard A. Posner, que define a estos como aquellas personas que escriben o comentan acerca de temas públicos desde el plano de las ideas pero a una audiencia más amplia, también se debe considerar cómo la especialización de los debates públicos, en particular la alta demanda desde los medios de la figura del “experto”, hacen que los intelectuales generalistas puedan parecer en declive. Este efecto puede haber amplificado la distorsión antes analizada –la posición hegemónica de los tecnócratas vis a vis los intelectuales al interior de la intelligentsia de la derecha–.
Ello va de la mano, asimismo, con la dificultad con la que enfrentan el mundo de la televisión los intelectuales; es difícil bajar en cuñas o en conversaciones rápidas que conecten con audiencias amplias, las ideas que se suelen analizar desde la abstracción. Eso puede hacer que una aparición mediatica sea literalmente de debut y despedida. Eso también es grave porque sea que se trate de los intelectuales que hacen sus armas en el plano de la cultura o en los que buscan influir en el poder, en ambos casos, y en lo que nos importa, las ideas de derecha dejan de ser profundizadas, deliberadas, complementadas, enriquecidas desde estos ámbitos. La falta de intelectuales públicos redunda, entonces, en la pobreza del proyecto político de la derecha.
Ahora bien, también ha sido parte de la decadencia y decepción de los intelectuales con y al interior de la derecha el trato a los “disidentes”. Cualquier expresión matizada, entre líneas, planteando zonas grises, sufre un severo escarmiento. Como si el matrimonio Chicago-Gremialistas hubiese cerrado todo flanco. Inaceptable entre otras razones porque la derecha cuenta con una doctrina; no pretender tener la extensión omnicomprensiva de la ideología. Y precisamente porque en la derecha confluyen tradiciones liberales, libertarias, conservadores, socialcristianas, progresistas –la mayoría de las cuales busca, por estos días, también una casa política, lo que ojalá pueda ocurrir y no ser sólo la proyección de personalismos y caudillos que esconden sus egos tras fachadas doctrinarias–, es que, existiendo un mínimo común –que lo hay en torno a las ideas de dignidad humana, libertad y responsabilidad individual, comunidad y sociedad civil, economía social de mercado (competitiva) y un rol clave pero limitado del Estado que, velando por el bien común, en caso alguno puede minar la libertad de espíritu, la fuerza creativa o el que las personas sean las protagonistas de sus propios guiones e historias de vida–, siempre existirán miradas que cuestionaran, examinarán críticamente o desafiaran ciertos aspectos del ideario de derecha. Muchas veces, ignorar o linchar a estos disidentes, ha resultado fatal para la causa de la libertad y de las ideas de la derecha.
Quisiera hacer un punto final respecto del problema de la derecha y los intelectuales en Chile: hasta aquí hemos analizado la posición del intelectual principalmente desde una perspectiva formal, en algún sentido acercándola al mundo de los académicos (filósofos o historiadores universitarios), o al de escritores o periodistas, quienes típicamente formalizan en la universidad sus talentos. Pero ¿qué pasa con los intelectuales informales?¿aquellos que sin estar cargados de PhD o papers tienen impensados ámbitos de influencia?¿cuántos poetas, actores, canta-autores conquistan espacios populares defendiendo las ideas de la libertad? En los régimenes dictatoriales y autoritarios de nuestro continente, por razones obvias, existe esa contracultura, libertaria, de carácter popular y contestaria. Es republicana y democrática. El desafío es que en plena vigencia del régimen democrático sea posible contar con esta fuerza intelectual desplegada.
En todo caso, muchas de las cuestiones antes mencionadas no parecen ser monopolio de la derecha chilena; parece ser una cuestión más bien universal en las derechas. Dos ejemplos bastarán como botón de muestra. En España, por ejemplo, basta hojear alguno que otro libro sobre la evolución del Partido Popular para ver deplegarse idéntico conflicto (por ejemplo, de Graciano Palomo “El túnel”, de 1993, antes que llegaran al poder; o los dos tomos de Manuel Penella “Los orígenes y la evolución del Partido Popular”, de 2005). Hace poco menos de un año, una de los referentes históricos del PP Esperanza Aguirre , entró a este debate cuando un destacado actor español sostuvo que no podía haber intelectuales de derecha porque los intelectuales se caracterizaban por cuestionar el poder. Por otro lado, en México, hace algunos años, el historiador y diplomático Jorge Castañeda, escribía un ensayo en Letras Libres analizando el por qué los intelectuales despreciaron la presidencia de Vicente Fox, ensayo que perfectamente podría referirse a la relación entre los intelectuales y el Presidente Piñera.
En fin, una consecuencia positiva de la reciente derrota electoral, es que en la derecha comienza a instalarse, sensatamente –y esperemos que no sólo instrumentalmente–, la idea de que para volver a La Moneda, previamente deben estar izadas las banderas intelectuales del sector y gozar de la simpatía de la opinión pública. Estas breves reflexiones no son obviamente una que busca derribar a los tecnócratas –soy uno de ellos–, sino de equilibrar en el discurso, en la composición del ideario de derecha, el pluralismo de los distintos afluentes desde los cuales debe tomar forma nuestra identidad. Políticos, tecnócratas, tecnopols e intelectuales deben jugar un rol complementario. Y para ello es necesario una dosis cada vez mayor de atención a los intelectuales al interior la derecha, tanto de los que enriquecen la cultura como los que quieren influir en el poder;porque así como falta una cultura de coalición política, es fundamental avanzar en una cultura de reflexión sobre las ideas de la derecha y su proyección desde múltiples miradas.
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