"Weide recoge, correctamente, la relación de Allen con las mujeres, que está en el centro de algunos de los momentos memorables de su cine. Registra de una manera aguda sus singulares métodos de trabajo, desde la escritura de fragmentos sueltos hasta la tortura de la sala de edición. Repasa su filmografía con la voluntad de hallar las señas biográficas..."
No es fácil hacer películas sobre cineastas. El “retrato del artista” siempre partirá de una premisa admirativa y, sobre todo, de la convicción en que ese artista existe, es grande y es interesante. Las estrategias para emprender la tarea pueden semejar una pesquisa casi policial, como la notable Roman Polanski: Wanted and desired (2008), de Marina Zenovich; o un esfuerzo interpretativo, como la Elegía de Moscú (1987), el espléndido ensayo visual de Alexander Sokurov sobre Andrei Tarkovski; o una exhaustiva indagatoria sobre la obra y los métodos con que ha sido construida, modelo de lo cual es la Vida de un cineasta: Kenji Mizoguchi (1975), de Kaneto Shindô.
El cineasta Robert B. Weide ha elegido esta última. A través de conversaciones con Woody Allen, 36 entrevistas con sus colaboradores y la cuidadosa selección de algunos momentos de las 42 películas que había dirigido hasta 2011, Weide se interna en la historia del niño judío nacido en Brooklyn, que tuvo una precoz percepción de la muerte y una falta de fe religiosa que lo perseguiría por más de 70 años.
Allen ganaba más dinero que sus padres escribiendo chistes para periódicos a los 17 años, a los 26 ya era un comediante de fama nacional y a los 31 debutaba en el cine por la puerta de la farsa. Sus primeras películas siguieron ese patrón, hasta que en 1977 Dos extraños amantes introdujo un giro hacia el drama y los problemas del amor, el desamor y la familia, y tiene razón Martin Scorsese cuando afirma que Allen intentaba seguir su vocación como artista y su propio cambio personal. Desde entonces, ha alternado drama y comedia (y a menudo en una misma película) como las dos vocaciones que lo movilizan.
Aunque Allen ha querido formarse una fama de cineasta reservado, es con toda probabilidad el que más ha aparecido en programas de televisión, antologías y documentales acerca de su carrera. Con todo, es verdad que nunca antes se había mostrado tan introspectivo respecto de su obra.
Weide recoge, correctamente, la relación de Allen con las mujeres, que está en el centro de algunos de los momentos memorables de su cine. Registra de una manera aguda sus singulares métodos de trabajo, desde la escritura de fragmentos sueltos hasta la tortura de la sala de edición. Repasa su filmografía con la voluntad de hallar las señas biográficas, aunque esto sea, como advertía Benedetto Croce, un ejercicio algo inmaduro.
Pero lo más sorprendente es la angustia de Woody Allen frente a su convicción de no ser un gran artista, de no haber conseguido nunca una obra maestra y de seguir luchando para ello con pocas esperanzas. Este es un Allen más lúcido que sus admiradores, con una notable capacidad de divisar sus limitaciones y hasta reírse de ellas. Es un Allen que quizás no pase a la historia del cine, pero que ya tiene un lugar en la historia de los cineastas.
Woody Allen –The documentary. Dirección: Robert B. Weide. Con: Woody Allen, Diane Keaton, Betty Aronson, Mira Sorvino, Sean Penn, Naomi Watts. 113 minutos.
El cineasta Robert B. Weide ha elegido esta última. A través de conversaciones con Woody Allen, 36 entrevistas con sus colaboradores y la cuidadosa selección de algunos momentos de las 42 películas que había dirigido hasta 2011, Weide se interna en la historia del niño judío nacido en Brooklyn, que tuvo una precoz percepción de la muerte y una falta de fe religiosa que lo perseguiría por más de 70 años.
Allen ganaba más dinero que sus padres escribiendo chistes para periódicos a los 17 años, a los 26 ya era un comediante de fama nacional y a los 31 debutaba en el cine por la puerta de la farsa. Sus primeras películas siguieron ese patrón, hasta que en 1977 Dos extraños amantes introdujo un giro hacia el drama y los problemas del amor, el desamor y la familia, y tiene razón Martin Scorsese cuando afirma que Allen intentaba seguir su vocación como artista y su propio cambio personal. Desde entonces, ha alternado drama y comedia (y a menudo en una misma película) como las dos vocaciones que lo movilizan.
Aunque Allen ha querido formarse una fama de cineasta reservado, es con toda probabilidad el que más ha aparecido en programas de televisión, antologías y documentales acerca de su carrera. Con todo, es verdad que nunca antes se había mostrado tan introspectivo respecto de su obra.
Weide recoge, correctamente, la relación de Allen con las mujeres, que está en el centro de algunos de los momentos memorables de su cine. Registra de una manera aguda sus singulares métodos de trabajo, desde la escritura de fragmentos sueltos hasta la tortura de la sala de edición. Repasa su filmografía con la voluntad de hallar las señas biográficas, aunque esto sea, como advertía Benedetto Croce, un ejercicio algo inmaduro.
Pero lo más sorprendente es la angustia de Woody Allen frente a su convicción de no ser un gran artista, de no haber conseguido nunca una obra maestra y de seguir luchando para ello con pocas esperanzas. Este es un Allen más lúcido que sus admiradores, con una notable capacidad de divisar sus limitaciones y hasta reírse de ellas. Es un Allen que quizás no pase a la historia del cine, pero que ya tiene un lugar en la historia de los cineastas.
Woody Allen –The documentary. Dirección: Robert B. Weide. Con: Woody Allen, Diane Keaton, Betty Aronson, Mira Sorvino, Sean Penn, Naomi Watts. 113 minutos.
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