Columnistas
Diario El Mercurio, Domingo 13 de octubre de 2013
Reunión de ciegos
"Con las recientes heladas, Chile ha experimentado un terremoto blanco en su agricultura. ¿Qué importancia le dieron los candidatos en su debate? Ninguna..."
Chile sufrió un “terremoto blanco”. Con estas palabras resumió el ministro Felipe Larraín lo que ha pasado en la agricultura en este último tiempo. Desde Copiapó hasta el Biobío, las heladas arrasaron con miles de hectáreas de frutales y hortalizas, dejando en la ruina a muchos pequeños y medianos empresarios. Pero la cadena de damnificados es mucho más amplia, porque incluye desde temporeros hasta transportistas.
Mucha gente no solo perdió todo, sino que, por el ritmo anual de la agricultura, recién empezará a recibir dinero en febrero o marzo de 2015. Mientras tanto, deberá pagar las deudas, conseguir plata para financiar su trabajo de 2014, regar y fumigar (porque los árboles exigen los mismos cuidados tengan frutos o se hayan helado). La situación es especialmente grave en la mediana empresa, esa clase media de la agricultura, que no tiene acceso a Indap ni dispone de capital para arreglárselas por sí sola, pero que origina el 60% de nuestra producción agrícola.
Uno pensaría que una catástrofe semejante iba a conmover especialmente a nuestros candidatos a la Presidencia, y que iba a ocupar una parte importante de su debate del pasado miércoles.
En efecto, los ciudadanos tenemos derecho a imaginar que quienes buscan ocupar la Presidencia de la República saben bien que no podemos apostar todo al cobre, y que la agricultura es fundamental para diversificar nuestras exportaciones. Al menos habrán leído en el diario que China acaba de comprar en Ucrania una cantidad de tierra equivalente a nuestra región de La Araucanía, para asegurar la alimentación de su población en el mediano plazo. Semejante noticia los habrá hecho pensar que la agricultura importa.
Uno pensaría que si el debate fue en la IV Región, habrán podido ver que padece una sequía terrible desde hace varios años, y que las heladas aniquilaron buena parte de lo poco que había. O que se habrán impactado con las palabras del senador Jorge Pizarro, cuando nos advierte sobre los miles de puestos de trabajo que se han perdido, y el riesgo consiguiente de un masivo éxodo del campo a la ciudad, con todas las consecuencias sociales que ese fenómeno lleva consigo.
Uno esperaría todas estas cosas en gente que se ha preparado con esmero para hablarle al país sobre las cosas realmente importantes.
¿Qué valor le dieron al problema nacional más urgente del momento? ¿Qué palabras tuvieron para esos miles de pequeños y medianos propietarios que pasan momentos de máxima angustia?
Ninguna. Ocho silencios y una ausencia. Aunque hablen de regionalización, nuestros candidatos parecen ser ciegos a los problemas del campo. Aunque digan que son o que representan al pueblo, lo cierto es que su mundo es el del cemento, el de las calles pavimentadas y los edificios. Son ajenos a la tierra. Si en Santiago hubiese habido una catástrofe semejante, no habrían hablado de otra cosa. Pero no podemos albergar grandes esperanzas: el próximo Presidente de la República (haya participado en el debate o haya estado ausente por pensar que un foro organizado por la Asociación Nacional de Prensa en regiones no importa demasiado) estará ciego para las necesidades del mundo agrícola, que constituye el núcleo de la vida de varias regiones.
Es más, no faltan los que, en la fiebre de las promesas electorales, han propuesto aumentar todavía más el número de las regiones. Si se propusieran llevar a cabo un plan maquiavélico para debilitar el poder de las regiones, no lo harían mejor. Su propuesta fortalece el centralismo. En realidad, lo que Chile necesita no es tener muchas regiones débiles y atomizadas, sino, por el contrario, contar con pocas y fuertes, capaces de hacerle el peso a Santiago. Los estudiosos de la regionalización nos dicen que nuestro país debería contar con unas seis regiones. Nuestros candidatos, en cambio, las multiplican. Miles de productores agrícolas piden no limosnas, sino un apoyo crediticio y legal que se ha dado a otros sectores en momentos difíciles de la historia; nuestros candidatos, en cambio, les ofrecen cambios en la Constitución. ¿Es maldad? No, lamentablemente, porque la maldad tiene cura. Es pura y simple ceguera, y eso difícilmente tiene arreglo.
Mucha gente no solo perdió todo, sino que, por el ritmo anual de la agricultura, recién empezará a recibir dinero en febrero o marzo de 2015. Mientras tanto, deberá pagar las deudas, conseguir plata para financiar su trabajo de 2014, regar y fumigar (porque los árboles exigen los mismos cuidados tengan frutos o se hayan helado). La situación es especialmente grave en la mediana empresa, esa clase media de la agricultura, que no tiene acceso a Indap ni dispone de capital para arreglárselas por sí sola, pero que origina el 60% de nuestra producción agrícola.
Uno pensaría que una catástrofe semejante iba a conmover especialmente a nuestros candidatos a la Presidencia, y que iba a ocupar una parte importante de su debate del pasado miércoles.
En efecto, los ciudadanos tenemos derecho a imaginar que quienes buscan ocupar la Presidencia de la República saben bien que no podemos apostar todo al cobre, y que la agricultura es fundamental para diversificar nuestras exportaciones. Al menos habrán leído en el diario que China acaba de comprar en Ucrania una cantidad de tierra equivalente a nuestra región de La Araucanía, para asegurar la alimentación de su población en el mediano plazo. Semejante noticia los habrá hecho pensar que la agricultura importa.
Uno pensaría que si el debate fue en la IV Región, habrán podido ver que padece una sequía terrible desde hace varios años, y que las heladas aniquilaron buena parte de lo poco que había. O que se habrán impactado con las palabras del senador Jorge Pizarro, cuando nos advierte sobre los miles de puestos de trabajo que se han perdido, y el riesgo consiguiente de un masivo éxodo del campo a la ciudad, con todas las consecuencias sociales que ese fenómeno lleva consigo.
Uno esperaría todas estas cosas en gente que se ha preparado con esmero para hablarle al país sobre las cosas realmente importantes.
¿Qué valor le dieron al problema nacional más urgente del momento? ¿Qué palabras tuvieron para esos miles de pequeños y medianos propietarios que pasan momentos de máxima angustia?
Ninguna. Ocho silencios y una ausencia. Aunque hablen de regionalización, nuestros candidatos parecen ser ciegos a los problemas del campo. Aunque digan que son o que representan al pueblo, lo cierto es que su mundo es el del cemento, el de las calles pavimentadas y los edificios. Son ajenos a la tierra. Si en Santiago hubiese habido una catástrofe semejante, no habrían hablado de otra cosa. Pero no podemos albergar grandes esperanzas: el próximo Presidente de la República (haya participado en el debate o haya estado ausente por pensar que un foro organizado por la Asociación Nacional de Prensa en regiones no importa demasiado) estará ciego para las necesidades del mundo agrícola, que constituye el núcleo de la vida de varias regiones.
Es más, no faltan los que, en la fiebre de las promesas electorales, han propuesto aumentar todavía más el número de las regiones. Si se propusieran llevar a cabo un plan maquiavélico para debilitar el poder de las regiones, no lo harían mejor. Su propuesta fortalece el centralismo. En realidad, lo que Chile necesita no es tener muchas regiones débiles y atomizadas, sino, por el contrario, contar con pocas y fuertes, capaces de hacerle el peso a Santiago. Los estudiosos de la regionalización nos dicen que nuestro país debería contar con unas seis regiones. Nuestros candidatos, en cambio, las multiplican. Miles de productores agrícolas piden no limosnas, sino un apoyo crediticio y legal que se ha dado a otros sectores en momentos difíciles de la historia; nuestros candidatos, en cambio, les ofrecen cambios en la Constitución. ¿Es maldad? No, lamentablemente, porque la maldad tiene cura. Es pura y simple ceguera, y eso difícilmente tiene arreglo.
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