El cuento, pero no del tío
por Héctor Soto
Diario La Tercera, sábado 19 de octubre de 2013
Mateo Iribarren cuenta y dirige una historia que no sólo es de familia. El sobrino es actor y está obsesionado con la figura de su tío, que era senador y fue asesinado. El resultado es una cinta fragmentada y confusa.
LAS ESCENAS mas jugadas, más border, de la película El tío, de Mateo Iribarren, corresponden a la violación de una profesora en un subterráneo de la Dina, a la escena en que Jaime Guzmán explica el sentido de El triunfo de la muerte de Brueghel, al momento en que Ignacio Santa Cruz se transfigura físicamente en Jaime Guzmán, a las conversaciones de los actores que insultan la memoria del fundador de la UDI y a las trasposiciones entre el montaje de la obra y las recreaciones de momentos de la vida del senador, filmados en blanco y negro y tono documental.
El tío es una película rara. Podría ser definida como el falso documental sobre la génesis de la obra teatral que escribió Iribarren a instancias de Ignacio Santa Cruz, sobrino de Jaime Guzmán, mucho antes de llevar la experiencia al cine. El protagonista es el mismo Santa Cruz, en tanto sobrino y motor del proyecto. El guión es de Mateo Iribarren y Felipe Rojas, el primero de los cuales se reserva un fuerte protagonismo para sí. Los otros caracteres son la madre de Guzmán (Patricia Velasco), el padre (Alejandro Trejo), Anibal Reyna, en su doble rol de actor y general Contreras; Andrea Freund, como la profesora torturada; César Caillet, como la muerte, y Julio Fuentes, como el novio o pareja de Ignacio Santa Cruz cuando él se ha obsesionado con sacar adelante el proyecto. También aparece en una escena muy poco lograda el general Pinochet.
El plano emocional y el político
En términos emocionales, el mayor compromiso de esta película no es con sus personajes sino con quienes la hicieron. El propio Santa Cruz dice explícitamente al comienzo que su intención no es ni mistificar ni satanizar la historia de su tío. No obstante eso, si bien hay dos o tres momentos que algo le dan a Guzmán, la gran mayoría le quita. En esa medida -sólo en esa- es posible hablar de sentimientos encontrados. La cinta muestra un Guzmán extremadamente reprimido y acoge de manera gratuita la conjetura de una presunta homosexualidad. No sólo lo hace con notoria falta de delicadeza, sino también desde el terreno de la imputación. De más está decir que esta dimensión entra a un terreno discutible, casi carroñero, más todavía cuando ni siquiera se advierte un intento serio por correlacionar política con sexualidad. Así las cosas, quedan susceptibilidades heridas y no es extraño que la Fundación Jaime Guzmán haya rechazado con vehemencia la cinta.
Ciertamente, hay respeto en la obra por el destino trágico del senador. Pero en ningún caso un esfuerzo por comprenderlo. En términos de coherencia con sus respectivos proyectos, es probable que el sobrino quede bastante mejor que el tío. Su proyecto, al fin y al cabo, se impone al rechazo y al prejuicio de la tribu como primera reacción: ¿Una obra sobre tu tío, la bestia negra de la dictadura? ¿Es broma, por quién me tomas, facho tal por cual? En cambio, para Guzmán las cosas habrían sido más fáciles y desde el Golpe no parecieran existir grandes contrariedades en su vida, fuera de su consabido conflicto con el general Contreras.
En el plano político, la cinta insiste en la concepción de Guzmán sobre el hombre como ser trascendente, sujeto de derechos anteriores a la sociedad y el Estado, y reitera el rol que jugó el senador en la redacción de la constitución. La prioridad por las personas, en todo caso, está relativizada cuando Guzmán antepone el interés de Chile al de los individuos particulares víctimas del régimen. Y la constitución está vista como la jaula en que Chile habría quedado atrapado hasta el día de hoy. La mirada a este respecto es sesgada o simplificadora y olvida que Guzmán se la jugó por una carta fundamental que, con todo, dentro del concepto de democracia protegida que profesaba y de su esfuerzo por despolitizar la sociedad, tributaba a instituciones coherentes con la democracia liberal y no con el modelo corporativista del que eran partidarios grupos nacionalistas que apoyaban al régimen.
Construida en torno a una línea de relato extremadamente fragmentada -porque la cinta mezcla la representación teatral, el making off de la obra, las vicisitudes personales del sobrino y la recreación fílmica de pasajes de la vida del senador- El tío continuamente bloquea los conductos clásicos de la emoción, que es la proyección y la identificación del espectador con los personajes. No es raro por lo mismo que sea una película más cerebral que emotiva, más reflexiva que impactante y finalmente, más reveladora de los traumas del sobrino que del tío.
Un instinto animal de poder
Jaime Guzmán -al margen de los juicios que inspire y de las admiraciones o rechazos que suscite- fue en todo caso bastante más que lo que se ve en esta película. Cuesta creer que haya sido un saco de inhibiciones. Después de todo, fue un político de gran capacidad persuasiva y liderazgo. Quienes lo conocieron dicen que era también un gozador en ámbitos como el fútbol, la cocina, el humor y la polémica. No cabe duda, además, que mucho antes que un doctrinario, mucho antes que un intelectual o un teórico de la política, fue un hombre dotado de un instinto de poder fuera de serie, casi animal. Sin ejercer cargos públicos, sin tener detrás suyo el respaldo de un partido tradicional, sin haber sido siempre un hombre de la confianza de Pinochet, llegaría a ser con el tiempo el cerebro del diseño institucional del régimen militar y, a la vez, una de las figuras de mayor gravitación de la derecha chilena de las últimas décadas.
Guzmán cuestionó algunas prácticas, pero también justificó muchas cosas del gobierno militar. Fue un hombre inteligente y bastante menos principista de lo que parecía. No tuvo inconveniente en distanciarse del corporativismo franquista que profesó en una época, antes de descubrir el neoliberalismo de los Chicago boys, ni tampoco en pasar del círculo del general Leigh al de Pinochet.
Hace sólo unas semanas, en este mismo diario, el escritor norteamericano Tobías Wolf decía algo así como que ser escritor es saber que no hay una sola explicación para las personas. Nada es tan simple. La gente no sólo se mueve por muchas, sino también por muy encontradas razones, a veces. Por lo mismo, en el caso de las figuras públicas lo mejor es atenerse a lo que hicieron. Ponerlas después de muertas en el diván del psiquiatra puede llegar a constituir un acto de matonaje. No era tanto el tío el que tenía cuentas pendientes que saldar con esta película. Era el sobrino. Y es dudoso que lo haya hecho.
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