Que baje la pobreza y la desigualdad en Chile debiera ser motivo de alegría para todos, pero no es para sacar botellas de champaña. No lo es, pues aún hay más de dos millones de chilenos que viven con menos de 72 mil pesos al mes. Hay otros casi cuatro millones que viven en situación de alta vulnerabilidad. Un alza en el precio de los alimentos y... de vuelta a la pobreza. Finalmente, seguimos siendo el país más desigual de la OCDE. En suma, como dijo el capellán del Hogar de Cristo a propósito del descenso en la indigencia: “Es una buena noticia que haya 140 mil personas que ya no se van a morir de hambre. Pero al mismo tiempo quedarse cómodo con esto es de un subdesarrollo moral tremendo”.
Los hechos políticos siempre se analizan distinto si se está en Palacio o en la plaza. La élite de gobierno puede celebrar con justicia que han bajado los índices de pobreza y desigualdad respecto de 2009, año de la peor crisis económica mundial en casi un siglo. Pero ese termómetro que se usa en Palacio mide mal lo que se siente en la plaza. Lo dice la oposición, pero también los chilenos de a pie. Según Latinobarómetro, entre 2010 y 2011 los que declaraban que la distribución del ingreso era justa bajaron a la mitad, de 12% a 6%. Justo cuando la desigualdad disminuía, según la Casen interpretada por Mideplan.
La razón es, creo, que los chilenos nos pusimos definitivamente más exigentes a la hora de pedir cambios. Y también cambiaron los técnicos en igual sentido. En la revista del CEP n°102, de 2008, hay un artículo con el sugestivo título de “Cuatro millones de pobres. Actualizando la línea de pobreza”. Lo escribió el actual ministro de Hacienda, pidiendo criterios más severos para medir en el Chile de 2006, cuando menos pobres hubo. Según sus cálculos no eran 13,7% , sino nada menos que 29%. Lo cierto es que cumplía con su deber como economista serio y como opositor riguroso. La oposición debe fiscalizar y exigir razonablemente más al Gobierno. Y este debe defender su obra con la verdad. Hoy los papeles se intercambiaron y el decoro exige que se interpreten con sobriedad y grandeza.
Sobre todo grandeza, pues la sociedad pide a sus representantes no debates estadísticos, sino un diagnóstico y propuestas razonables. El Gobierno ha reconocido algo muy importante. Los avances se han debido no sólo a la creación de empleo, sino que a las políticas sociales. Es un buen punto para avanzar en una nueva etapa que se ponga como meta acabar con la pobreza y reducir drásticamente la desigualdad. Y tiene una oportunidad de oro para demostrarlo. Me refiero a la reforma tributaria.
Antes de aplicar impuestos, Chile tenía en 2010 un índice de desigualdad Gini de 0,55. Después de aplicarlos, bajó apenas a un escandaloso 0,54. En cambio, miremos Finlandia. Como Chile , era un país pequeño, integrado al mundo y rico en recursos naturales. Pero se desarrolló cuando invirtió en educación, ciencia y en igualdad. En 1969, su Gini antes de impuestos era muy parecido al nuestro hoy: 0,53. Pero después de aplicar impuestos progresivos y directos bajó a 0,29. Chile puede avanzar en igualdad e eliminación de la pobreza mucho más rápido. Es lo que se demanda desde la plaza. El Gobierno puede decidirlo así desde el Palacio.
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