¿Están tan dispuestos, como dice estar la Presidenta, a bancarse el rechazo ciudadano por pura obstinación en reformas perdedoras y mal orientadas?
HÉCTOR SOTO,
Fue un jueves de tantos sobresaltos y premuras en Palacio que la confusión terminó por dividir a la cátedra. Estaban los que creían que el espectáculo daba más pena que risa y estaban los que veían el asunto exactamente al revés. Más de alguien exhortó a dar vuelta la página y al olvido. Lo que nadie logró entender al final de ese día es por qué el gobierno reaccionó con tanta disfuncionalidad ante dos encuestas que confirmaron un escenario adverso, pero -digamos las cosas como son- no tanto peor del que otros sondeos ya habían anticipado.
Siendo así, ¿era necesario suspender con tanta zalagarda la agenda presidencial y salir a dar las explicaciones necias que se dieron? La pregunta es pertinente atendido que nada de lo que trajo la CEP estuvo fuera del margen de lo posible e incluso de lo probable. El propio gobierno maneja encuestas que no pueden haber sido tan diferentes. Y se supone que sabe qué ministros resultaron y cuáles fueron un fiasco. Por lo mismo, había razones para esperar explicaciones un poco más elaboradas. Seguir majadereando a estas alturas con supuestos problemas comunicacionales o echándole la culpa al Metro es poco serio. La decepción ciudadana con el gobierno, con los ejes del gobierno, es severa, generalizada y profunda. Y día que pasa se hace más difícil de revertir.
Es una suerte que esta última variable no le quite el sueño a La Moneda. La Presidenta está dispuesta a navegar con viento en contra según ella misma lo dijo en Enade -donde planteó que cualquiera fuera el grado de resistencia social, las reformas igual se iban a llevar a cabo- y según pudo inferirse también del conclave oficialista realizado a comienzos de semana. No fue este un encuentro para tranquilizar o tender puentes, sino más bien para sobresaltar. Al cuco de la reforma laboral la administración insiste en sumar el de la nueva Constitución y eso, en lenguaje de la calle, equivale literalmente a irse en la dura”.
El gobierno, después de todo, está en condiciones de hacerlo por varias razones: porque entiende que el asunto es ahora o nunca; porque tiene las mayorías necesarias en el Parlamento y, también,porque esta es la oportunidad de quebrarle el pescuezo al Chile neoliberal y esto para la Presidenta, más que una convicción personal, parece haber adquirido la estatura de una misión histórica.
Así las cosas, sálvese quién pueda. Obviamente, la viabilidad de este esquema no está asegurada y depende de muchos factores. El primero es el grado de cohesión de la Nueva Mayoría y obliga a preguntar qué tan matriculados van a estar los partidos de la coalición para una epopeya de estos alcances. El segundo factor concierne a la marcha de la economía, porque si las expectativas continúan envenenadas como lo están en la actualidad, ni el gobierno ni la Nueva Mayoría van a tener el tiempo suficiente para demostrar que las reformas efectivamente mejoraron las condiciones de vida de la gente. El tercero pone en entredicho a los partidos del bloque: ¿Están tan dispuestos, como dice estar la Presidenta, a bancarse el rechazo ciudadano por pura obstinación en reformas perdedoras y mal orientadas?
El gobierno quizás no quiera salvarse (cosa que por cierto es dudosa, porque a todos los presidentes les gusta el aplauso), pero que nadie se equivoque pensando que la hipótesis de la autoinmolación tiene alguna posibilidad de entusiasmar a los parlamentarios de la coalición”.
Como en política las cosas nunca son tan monolíticas ni excluyentes, y como estamos en Chile, donde todos llevamos una cuota de eclecticismo en la mochila, lo más probable es que los márgenes de maniobra del gobierno al final queden determinados por el libre juego de estas variables. También podrían intervenir otras. Lo más probable, al final, es que los partidos van a acompañar, pero sólo hasta por ahí. En el corto plazo el gabinete se salvará, aunque no entero. La economía no va a remontar, pero también es improbable el escenario recesivo. Y algún espacio se va a reservar el gobierno para acomodar su carta de navegación a las necesidades electorales de la Nueva Mayoría.
Nada de este tira y afloja tiene mucha épica. Nada, tampoco, garantiza un gran gobierno. Pero qué diablos. Esa oportunidad ya se perdió, cuando Bachelet erró en su diagnóstico del malestar de la sociedad chilena y dio por concluido un ciclo político que estaba en problemas, pero no desfondado.
Cometido el error, hoy a lo que más puede aspirar el país es que el pragmatismo termine desviando hacia la mediocridad una gestión de gobierno que, de persistir en los actuales rumbos, podría ir directo al desastre. Desastre significa para estos efectos empujar a Chile a un estatismo que la mayoría rechaza y colocarle un cepo a la economía que frenará la inversión, amputara el emprendimiento y destruirá empleos”.
Hay mucho de autismo político en todo esto. El autismo está adquiriendo ya caracteres de epidemia, lo cual es lamentable, porque nada hay más reñido con la política que el ensimismamiento. Interpelado en el Parlamento, el ministro de Educación no responde lo que se le pregunta. Al inaugurar el principal encuentro empresarial, el ministro de Hacienda no se hace cargo de las inquietudes del sector. Al cerrarlo, la Presidenta vuelve a ignorarlas y dice que las reformas no las parará nadie. Y al explicar las encuestas, las autoridades hablan como si las cifras correspondieran a otro país.
En una de esas, no andan tan despistadas. Tal vez ya estamos en otro país
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