La variedad pone nerviosos a nuestros controladores sociales
por Joaquín García-Huidobro
Diario El Mercurio, Domingo 21 de diciembre de 2014
"Si la educación es un producto de consumo más (como el Big Mac o la locomoción colectiva), entonces es obvio que no cabe seleccionar por las preferencias religiosas del cliente, su concepción de la familia o lo que sea, porque esa selección implicaría una discriminación arbitraria. Pero la educación no es eso..."
En la arremetida contra el lucro, el copago y la selección educativa, el punto más sensible es, sin duda, este último. La aversión de cierta izquierda a la selección tiene al menos dos causas.
La primera resulta paradójica: se debe a que parte de nuestra izquierda entiende que la educación es un bien de consumo más, aunque muy especial, porque facilita el ascenso social. Si la educación es un producto de consumo más (como el Big Mac o la locomoción colectiva), entonces es obvio que no cabe seleccionar por las preferencias religiosas del cliente, su concepción de la familia o lo que sea, porque esa selección implicaría una discriminación arbitraria.
Esos críticos de la selección no advierten que la educación no es una cosa más entre las que compramos, sino una tarea que prolonga la labor de la familia, y que se vincula estrechamente con la transmisión de una forma de vida.
La inquina anti-selección se vincula, en segundo lugar, con la fobia de esa izquierda a la diversidad de proyectos educativos. Naturalmente no están los tiempos como para prohibir la iniciativa educativa de los ciudadanos. Pero cuando se dice a esos emprendedores: "haga usted la escuela que quiera, pero no puede elegir a los alumnos y familias que participan de ella", se les estará poniendo una restricción que bien puede desalentarlos. Si ya la educación es una tarea difícil, sacar adelante un proyecto muy calificado sin contar con la colaboración de los padres la hace mucho más dificultosa. Es un modo sutil de vaciar a los proyectos educacionales de contenido: un colegio adventista requiere padres y alumnos adventistas, no el resultado que arroje una tómbola.
La izquierda dura ha hecho suyo un discurso economicista. Ve a la escuela simplemente como un conjunto de edificios, donde unos funcionarios (los profesores) transmiten informaciones técnicas a los niños. No entiende el ideal de la escuela como una comunidad educativa destinada no solo a transferir datos a unos cerebros más jóvenes, sino a participar en una determinada forma de vida, donde los padres no son simplemente receptores de servicios educacionales, sino agentes activos de esa experiencia formativa.
A todos nos molesta que algunos colegios seleccionen por criterios exitistas y no sobre la base de un proyecto educativo, y habrá que tomar las medidas para evitarlo. Tampoco debe suceder que los factores económicos impidan a una familia participar de una determinada experiencia educativa afín a ella, pero esta desventaja se corrige con subsidios y no eliminando la selección, que permite la diversidad de proyectos educativos.
Tampoco excluyo la posibilidad de que haya emprendedores que desarrollen iniciativas que incluyan a niños cuyos padres no muestran especial interés por la educación de sus hijos; es decir, que vengan a suplir lo que la familia no da. Pero ese no puede ser el patrón único que regule la colaboración de los ciudadanos en la tarea de educar a las nuevas generaciones.
Si es legítimo desarrollar un proyecto educativo que entienda la educación como una forma de vida, entonces los establecimientos educativos privados (pagados o gratuitos) y algunos públicos deben estar en condiciones de seleccionar, porque no faltarán quienes quieran tener los beneficios de esa educación (un determinado ambiente moral, disciplina, transmisión de ciertos principios) sin tener que pagar los "costos" personales de poner lo que está de su parte para sacarla adelante (compromiso con el colegio, coherencia entre lo que se vive en la casa y los principios que transmite la escuela, etc.).
Como la variedad pone nerviosos a nuestros controladores sociales, quieren una educación en serie, de Arica a Punta Arenas. De más está decir que ellos mismos se encargarán de vigilar ese modelo único de "producción escolar". No en vano ya están pensando en arremeter contra las escuelas particulares pagadas, y no faltan quienes quieren imponer la educación mixta a toda costa, por más que en Chile tengamos numerosos ejemplos muy exitosos de educación diferenciada, partiendo por el Instituto Nacional.
En este escenario, la alternativa al igualitarismo no es proponer fórmulas edulcoradas para que el fin de la selección produzca menos daños. De lo que se trata es de defender explícitamente la selección, porque sin ella la libertad educativa quedará reducida a una garantía de papel.
La primera resulta paradójica: se debe a que parte de nuestra izquierda entiende que la educación es un bien de consumo más, aunque muy especial, porque facilita el ascenso social. Si la educación es un producto de consumo más (como el Big Mac o la locomoción colectiva), entonces es obvio que no cabe seleccionar por las preferencias religiosas del cliente, su concepción de la familia o lo que sea, porque esa selección implicaría una discriminación arbitraria.
Esos críticos de la selección no advierten que la educación no es una cosa más entre las que compramos, sino una tarea que prolonga la labor de la familia, y que se vincula estrechamente con la transmisión de una forma de vida.
La inquina anti-selección se vincula, en segundo lugar, con la fobia de esa izquierda a la diversidad de proyectos educativos. Naturalmente no están los tiempos como para prohibir la iniciativa educativa de los ciudadanos. Pero cuando se dice a esos emprendedores: "haga usted la escuela que quiera, pero no puede elegir a los alumnos y familias que participan de ella", se les estará poniendo una restricción que bien puede desalentarlos. Si ya la educación es una tarea difícil, sacar adelante un proyecto muy calificado sin contar con la colaboración de los padres la hace mucho más dificultosa. Es un modo sutil de vaciar a los proyectos educacionales de contenido: un colegio adventista requiere padres y alumnos adventistas, no el resultado que arroje una tómbola.
La izquierda dura ha hecho suyo un discurso economicista. Ve a la escuela simplemente como un conjunto de edificios, donde unos funcionarios (los profesores) transmiten informaciones técnicas a los niños. No entiende el ideal de la escuela como una comunidad educativa destinada no solo a transferir datos a unos cerebros más jóvenes, sino a participar en una determinada forma de vida, donde los padres no son simplemente receptores de servicios educacionales, sino agentes activos de esa experiencia formativa.
A todos nos molesta que algunos colegios seleccionen por criterios exitistas y no sobre la base de un proyecto educativo, y habrá que tomar las medidas para evitarlo. Tampoco debe suceder que los factores económicos impidan a una familia participar de una determinada experiencia educativa afín a ella, pero esta desventaja se corrige con subsidios y no eliminando la selección, que permite la diversidad de proyectos educativos.
Tampoco excluyo la posibilidad de que haya emprendedores que desarrollen iniciativas que incluyan a niños cuyos padres no muestran especial interés por la educación de sus hijos; es decir, que vengan a suplir lo que la familia no da. Pero ese no puede ser el patrón único que regule la colaboración de los ciudadanos en la tarea de educar a las nuevas generaciones.
Si es legítimo desarrollar un proyecto educativo que entienda la educación como una forma de vida, entonces los establecimientos educativos privados (pagados o gratuitos) y algunos públicos deben estar en condiciones de seleccionar, porque no faltarán quienes quieran tener los beneficios de esa educación (un determinado ambiente moral, disciplina, transmisión de ciertos principios) sin tener que pagar los "costos" personales de poner lo que está de su parte para sacarla adelante (compromiso con el colegio, coherencia entre lo que se vive en la casa y los principios que transmite la escuela, etc.).
Como la variedad pone nerviosos a nuestros controladores sociales, quieren una educación en serie, de Arica a Punta Arenas. De más está decir que ellos mismos se encargarán de vigilar ese modelo único de "producción escolar". No en vano ya están pensando en arremeter contra las escuelas particulares pagadas, y no faltan quienes quieren imponer la educación mixta a toda costa, por más que en Chile tengamos numerosos ejemplos muy exitosos de educación diferenciada, partiendo por el Instituto Nacional.
En este escenario, la alternativa al igualitarismo no es proponer fórmulas edulcoradas para que el fin de la selección produzca menos daños. De lo que se trata es de defender explícitamente la selección, porque sin ella la libertad educativa quedará reducida a una garantía de papel.
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