El año del malentendido
"Durante 2014, la política estuvo inspirada en la idea de que la sociedad chilena anida la semilla de una fractura. El año 2015 se pondrá de manifiesto que no es así. Solo era un malentendido..."
Este año, la política chilena estuvo guiada por un gigantesco malentendido.
Cuando se revisan los discursos, las acciones legislativas, las pugnas al interior de la coalición gobernante, las palabras de la Presidenta, las reacciones de la oposición y la fundamentación de los proyectos legislativos, sea que se trate de reformas laborales, educacionales o tributarias, siempre se advierte en ellas un mismo diagnóstico: existiría, latente en la sociedad chilena, un malestar que arriesga con fracturarla, una incomodidad profunda -de la que las movilizaciones del año 2011 habrían sido un síntoma inequívoco- con la modernización capitalista que Chile ha llevado adelante en las últimas décadas. La sociedad chilena estaría saturada de la economía monetaria, de la competencia y de la frialdad del individualismo, y aspiraría, en cambio, a una sociedad liberada, siquiera en parte, de los rigores del intercambio mercantil, una sociedad que en vez de estimular el individualismo fomente formas más comunitarias de convivencia.
La sociedad chilena no querría ser un archipiélago de individualidades compitiendo entre sí, acicateadas por el ánimo de lucro; preferiría, este es el diagnóstico subyacente, ser un compacto arrecife de coral, con seres humanos cohesionados, con sentido de pertenencia a su comunidad y cooperando entre sí.
Ese es el diagnóstico que no con esas palabras, claro, sino las más de las veces con un silencio transferencial (esa astucia de psicoanalista de la Presidenta, quien de esa manera logra convertirse en pantalla de las fantasías de su coalición) ha inspirado a la política gubernamental de este año. Haciendo pie en ese diagnóstico, los miembros de la vieja Concertación miran hacia atrás, observan la expansión del consumo y del crédito, las muchedumbres en los malls , las familias eligiendo colegios subvencionados, las gentes preocupadas de la moda masiva, y se avergüenzan de sí mismos. ¿En qué momento, se preguntan, la izquierda no estuvo a la izquierda? ¿En qué segundo consentimos, se dicen, tamaña enajenación? ¿Cuándo fue que toleramos, agregan, esa falsa conciencia? En esa vergüenza late también una queja hacia la forma de hacer política: la medida de lo posible (la manera en que Weber define al político responsable) es una frase que este año, en los debates parlamentarios y en los diagnósticos sobre la educación y el mercado, sonó parecido a la palabra traición o a la palabra cobardía.
Pero todo eso es el fruto de un malentendido.
Porque las protestas del año 2011, si bien estaban nominalmente dirigidas contra la lógica del mercado, ellas también expresaban la desilusión por no poder incorporarse a él. En efecto, uno de los fenómenos que produce la masificación de los bienes es lo que la literatura denomina "efecto de histéresis". Las mayorías tradicionalmente excluidas esperaban encontrar en la educación superior los bienes que proveía -rentas, prestigio, distinción- cuando ellos estaban excluidos. La racionalización de esa frustración gigantesca fue el rechazo del lucro y del mercado. Es la vieja dialéctica que subrayó alguna vez en uno de sus mejores libros Raymond Aron: el movimiento perpetuo entre progreso y desilusión. Es lo que dijo el Dr. Johnson, según anotó Boswell: la vida es un progreso de deseo en deseo, no de satisfacción en satisfacción.
¿Inspirará ese malentendido -la queja radical contra la modernización capitalista- la política gubernamental el año que viene?
No.
Como ya se está viendo en el trámite de los proyectos de ley, el malentendido está transitando de malentendido genuino a simple gesto retórico, de puño genuinamente agresivo a ademán para la galería. Los alegatos contra la selección escolar acabarán en sofisticadas formas de selección a contar del sexto año; la prohibición del lucro, en una regulación de los arriendos, y el fin del copago, en un horizonte sin fin. Se repetirá así el mejor estilo de la Concertación: gobernar la modernización capitalista con una retórica anticapitalista.
El malentendido se pondrá definitivamente de manifiesto -aquí va una predicción- cuando se observe este año de qué forma el malestar que el año 2011 sumó a jóvenes y a viejos, el año 2015 se reduce poco a poco solo a los más jóvenes, y a quienes aspiran a imitarlos o a ganarse su favor, adquiriendo de esa forma su fisonomía casi definitiva: solo la de un poderoso reclamo generacional.
Cuando se revisan los discursos, las acciones legislativas, las pugnas al interior de la coalición gobernante, las palabras de la Presidenta, las reacciones de la oposición y la fundamentación de los proyectos legislativos, sea que se trate de reformas laborales, educacionales o tributarias, siempre se advierte en ellas un mismo diagnóstico: existiría, latente en la sociedad chilena, un malestar que arriesga con fracturarla, una incomodidad profunda -de la que las movilizaciones del año 2011 habrían sido un síntoma inequívoco- con la modernización capitalista que Chile ha llevado adelante en las últimas décadas. La sociedad chilena estaría saturada de la economía monetaria, de la competencia y de la frialdad del individualismo, y aspiraría, en cambio, a una sociedad liberada, siquiera en parte, de los rigores del intercambio mercantil, una sociedad que en vez de estimular el individualismo fomente formas más comunitarias de convivencia.
La sociedad chilena no querría ser un archipiélago de individualidades compitiendo entre sí, acicateadas por el ánimo de lucro; preferiría, este es el diagnóstico subyacente, ser un compacto arrecife de coral, con seres humanos cohesionados, con sentido de pertenencia a su comunidad y cooperando entre sí.
Ese es el diagnóstico que no con esas palabras, claro, sino las más de las veces con un silencio transferencial (esa astucia de psicoanalista de la Presidenta, quien de esa manera logra convertirse en pantalla de las fantasías de su coalición) ha inspirado a la política gubernamental de este año. Haciendo pie en ese diagnóstico, los miembros de la vieja Concertación miran hacia atrás, observan la expansión del consumo y del crédito, las muchedumbres en los malls , las familias eligiendo colegios subvencionados, las gentes preocupadas de la moda masiva, y se avergüenzan de sí mismos. ¿En qué momento, se preguntan, la izquierda no estuvo a la izquierda? ¿En qué segundo consentimos, se dicen, tamaña enajenación? ¿Cuándo fue que toleramos, agregan, esa falsa conciencia? En esa vergüenza late también una queja hacia la forma de hacer política: la medida de lo posible (la manera en que Weber define al político responsable) es una frase que este año, en los debates parlamentarios y en los diagnósticos sobre la educación y el mercado, sonó parecido a la palabra traición o a la palabra cobardía.
Pero todo eso es el fruto de un malentendido.
Porque las protestas del año 2011, si bien estaban nominalmente dirigidas contra la lógica del mercado, ellas también expresaban la desilusión por no poder incorporarse a él. En efecto, uno de los fenómenos que produce la masificación de los bienes es lo que la literatura denomina "efecto de histéresis". Las mayorías tradicionalmente excluidas esperaban encontrar en la educación superior los bienes que proveía -rentas, prestigio, distinción- cuando ellos estaban excluidos. La racionalización de esa frustración gigantesca fue el rechazo del lucro y del mercado. Es la vieja dialéctica que subrayó alguna vez en uno de sus mejores libros Raymond Aron: el movimiento perpetuo entre progreso y desilusión. Es lo que dijo el Dr. Johnson, según anotó Boswell: la vida es un progreso de deseo en deseo, no de satisfacción en satisfacción.
¿Inspirará ese malentendido -la queja radical contra la modernización capitalista- la política gubernamental el año que viene?
No.
Como ya se está viendo en el trámite de los proyectos de ley, el malentendido está transitando de malentendido genuino a simple gesto retórico, de puño genuinamente agresivo a ademán para la galería. Los alegatos contra la selección escolar acabarán en sofisticadas formas de selección a contar del sexto año; la prohibición del lucro, en una regulación de los arriendos, y el fin del copago, en un horizonte sin fin. Se repetirá así el mejor estilo de la Concertación: gobernar la modernización capitalista con una retórica anticapitalista.
El malentendido se pondrá definitivamente de manifiesto -aquí va una predicción- cuando se observe este año de qué forma el malestar que el año 2011 sumó a jóvenes y a viejos, el año 2015 se reduce poco a poco solo a los más jóvenes, y a quienes aspiran a imitarlos o a ganarse su favor, adquiriendo de esa forma su fisonomía casi definitiva: solo la de un poderoso reclamo generacional.
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