Era el año de Parra: cumplía 100 años vivo, y el país se llenaría de homenajes que él viviría recluido en Las Cruces. Con nuestro libro, quisimos mirarlo directo a los ojos, pero con distancia. Contar su historia, una que no se había escrito. Traspasar la cubierta del rockstar para que apareciera el hombre. Le mandamos una carta y fuimos a verlo dos veces. La primera, aparecimos por la calle Lincoln, sin avisar. Fue una prueba dura, la de un avezado profesor, la de un hombre de campo desconfiado que quiere saber a quién tiene en frente y que te somete a cuestionarios algo estresantes. Pero aprendí que el temor de enfrentarse a una mente brillante -cuando uno roza la medianía- se disipa siendo una misma. La segunda visita fue menos tensa. El poeta bajó la guardia y mostró su lado sensible. Nos invitó a su biblioteca con vista al mar a la que llama “la pastelería”, decorada con las arpilleras de sus hermanas Violeta e Hilda, donde cuelgan de las ventanas las cortinas que cosió su madre, Clara. Ahí nos contó que quienes lo visitan suelen llevarse cosas de su casa de “recuerdo”, como si se tratara de una tienda de suvenires. Luego llegó con un cuaderno azul en cuya tapa se leía “Violeta” y me hizo leer en voz alta la última carta de su adorada hermana.
Pero en el libro también aparece el hombre tacaño que no ayuda a Canarito, su hermano menor y el único que le queda, que apenas sobrevive con una pensión miserable y al que nunca ha ido a visitar a su casa en Puente Alto. El hombre machista y maltratador que conocieron algunas de sus mujeres. El hombre que quiere dejar de ser visto como un payaso. Stop joking, stop joking, stop making fun of everything, nos dijo cuando se le ocurrió un chiste que prefirió no decir. Aparece el artista inseguro que no se atrevió a publicar la que sería su obra maestra, Poemas y antipoemas sino hasta 17 años después de haberla escrito por miedo a la sombra de Pablo Neruda. Aparece el ser humano y desaparece el personaje que tanto ha cultivado.
Nicanor Parra es un poeta crudo que si usa el humor, es sólo para engañarnos, y decirnos lo que no queremos escuchar, hacernos ver lo que no queremos mirar. Era la hora de mirarlo a él.
Pero en el libro también aparece el hombre tacaño que no ayuda a Canarito, su hermano menor y el único que le queda, que apenas sobrevive con una pensión miserable y al que nunca ha ido a visitar a su casa en Puente Alto. El hombre machista y maltratador que conocieron algunas de sus mujeres. El hombre que quiere dejar de ser visto como un payaso. Stop joking, stop joking, stop making fun of everything, nos dijo cuando se le ocurrió un chiste que prefirió no decir. Aparece el artista inseguro que no se atrevió a publicar la que sería su obra maestra, Poemas y antipoemas sino hasta 17 años después de haberla escrito por miedo a la sombra de Pablo Neruda. Aparece el ser humano y desaparece el personaje que tanto ha cultivado.
Nicanor Parra es un poeta crudo que si usa el humor, es sólo para engañarnos, y decirnos lo que no queremos escuchar, hacernos ver lo que no queremos mirar. Era la hora de mirarlo a él.
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