Columna del día
Viernes 18 de abril de 2014
García Márquez periodista: El gran narrador
Gonzalo Saavedra: "García Márquez sabía que el periodismo no consiste solo en citar descomprometidamente discursos ajenos, sino en relatar, con las herramientas que nos da nuestro común lenguaje..."
Muchos años antes de que a los norteamericanos siquiera se les ocurriera hablar de Nuevo Periodismo, un joven veinteañero, estudiante de segundo de Derecho, habría de caer, por esas casualidades que se convierten en destino, en la redacción de El Universal de Cartagena. En la primera entrega de su columna, que se llamó "Punto y aparte", observaba: "Los habitantes de la ciudad nos habíamos acostumbrado a la garganta metálica que anunciaba el toque de queda". Era mayo de 1948, y Gabriel García Márquez se refería al reloj de la Boca del Puente que había notificado a los cartageneros de la restricción que rigió el país después del "Bogotazo" de abril de ese año, cuando los colombianos habían salido a protestar por el asesinato del líder de la oposición, el liberal Jorge Eliécer Gaitán.
La prosa limpia, libre del mal gusto de entrecomillar sus originales metáforas, es un ejemplo de cómo su talento podía poner en letras lo que parecía condenado al suspiro encogido de hombros que capitula ante lo inefable.
García Márquez sabía que el periodismo no consiste solo en citar descomprometidamente discursos ajenos, sino en relatar, con las herramientas que nos da nuestro común lenguaje, lo que ocurre, lo que percibimos, pero sobre todo la relevancia de lo que no notamos.
Es por eso que, de toda su enorme obra periodística, no hay ni una sola entrevista firmada por Gabriel García Márquez. Ni una sola. Incluso cuando su narración se centraba en un único testimonio -el de Luis Alejandro Velasco en "Relato de un náufrago" o el de Miguel Littín en "La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile"-, García Márquez no renunció a su pericia narrativa para dar cuenta de una esencia que pone a su periodismo a la altura de la mejor literatura. Los norteamericanos, con Tom Wolfe como su testaferro, descubrirían esa alquimia décadas después.
No el caso particular sin contexto que ablanda la reflexión. No las citas de los poderosos que quieren confirmar el orden de cosas. El periodista García Márquez nos mostró que la literatura -la de ficción y la de no ficción- es un modo de conocer el mundo, y que eso no hay que apenas citarlo, sino que entenderlo y, espléndidamente, narrarlo.
Gonzalo Saavedra
Director Escuela de Periodismo UC
La prosa limpia, libre del mal gusto de entrecomillar sus originales metáforas, es un ejemplo de cómo su talento podía poner en letras lo que parecía condenado al suspiro encogido de hombros que capitula ante lo inefable.
García Márquez sabía que el periodismo no consiste solo en citar descomprometidamente discursos ajenos, sino en relatar, con las herramientas que nos da nuestro común lenguaje, lo que ocurre, lo que percibimos, pero sobre todo la relevancia de lo que no notamos.
Es por eso que, de toda su enorme obra periodística, no hay ni una sola entrevista firmada por Gabriel García Márquez. Ni una sola. Incluso cuando su narración se centraba en un único testimonio -el de Luis Alejandro Velasco en "Relato de un náufrago" o el de Miguel Littín en "La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile"-, García Márquez no renunció a su pericia narrativa para dar cuenta de una esencia que pone a su periodismo a la altura de la mejor literatura. Los norteamericanos, con Tom Wolfe como su testaferro, descubrirían esa alquimia décadas después.
No el caso particular sin contexto que ablanda la reflexión. No las citas de los poderosos que quieren confirmar el orden de cosas. El periodista García Márquez nos mostró que la literatura -la de ficción y la de no ficción- es un modo de conocer el mundo, y que eso no hay que apenas citarlo, sino que entenderlo y, espléndidamente, narrarlo.
Gonzalo Saavedra
Director Escuela de Periodismo UC
Columna del día
Viernes 18 de abril de 2014
García Márquez y Latinoamérica: Veinte capítulos perfectos
Ilan Stavans: "Yo leí la saga de los Buendía en mi adolescencia. Desde entonces, la he releído unas veinte veces. Hay largos fragmentos que he memorizado y que me acompañan adondequiera que voy. Al libro ni le falta ni le sobra una coma..."
Hay escritores que nacen para escribir un solo libro. Gabo, como lo llamaban sus amigos, era uno de ellos. Por supuesto que escribió muchos otros, pero ninguno tiene la talla de "Cien años de soledad", que es la Biblia de América Latina. En sus páginas está reflejado nuestro destino continental: quiénes fuimos, quiénes somos y quiénes seremos. No importa cómo se desarrolle nuestro carácter, su esencia está contenida en el auge y caída de Macondo.
En realidad, hay dos novelas que contienen el ADN de la cultura hispánica: esta y el Quijote; el resto son notas a pie de página. Las separan cuatrocientos años, que no es nada en el devenir literario si pensamos en la vigencia que tiene la Odisea o la Divina Comedia. Hay mucho en ellas que se asemeja. Entre otras cosas, las dos son sobre la lucidez y la locura, sobre la vida como una performance .
Yo leí la saga de los Buendía en mi adolescencia. Desde entonces, la he releído unas veinte veces. Hay largos fragmentos que he memorizado y que me acompañan adondequiera que voy. Al libro ni le falta ni le sobra una coma. Si nuestro mundo fuera súbitamente destruido, sería factible reconstruir América Latina -su realidad, sus sueños- a partir de sus veinte capítulos perfectos.
Ilan Stavans
Crítico mexicano
En realidad, hay dos novelas que contienen el ADN de la cultura hispánica: esta y el Quijote; el resto son notas a pie de página. Las separan cuatrocientos años, que no es nada en el devenir literario si pensamos en la vigencia que tiene la Odisea o la Divina Comedia. Hay mucho en ellas que se asemeja. Entre otras cosas, las dos son sobre la lucidez y la locura, sobre la vida como una performance .
Yo leí la saga de los Buendía en mi adolescencia. Desde entonces, la he releído unas veinte veces. Hay largos fragmentos que he memorizado y que me acompañan adondequiera que voy. Al libro ni le falta ni le sobra una coma. Si nuestro mundo fuera súbitamente destruido, sería factible reconstruir América Latina -su realidad, sus sueños- a partir de sus veinte capítulos perfectos.
Ilan Stavans
Crítico mexicano
Columna del día
Viernes 18 de abril de 2014
García Márquez escritor: La primera lectura
Pedro Gandolfo: "Me dio la impresión, recuerdo, de que el texto (y el lector) volaba en ritmo e imaginación y era capaz de ir de asombro en asombro como si los ojos que hablaban desde esas páginas prodigiosas fuesen los ojos de un niño..."
Leí "Cien años de soledad" cuando recién fue editada, siendo muy joven. En esa edad temprana en la cual la tambaleante formación de un lector está apenas en vía de adquirir forma y energía, dar con una obra que cause admiración espontánea y entusiasta (más allá de las convenciones, prestigio o imposiciones), encontrarse con un libro que guste de una manera directa, un amor puramente carnal (porque su lectura provoca un placer y alegría prístino, puro, original, desnudo) se convertirá sin duda en el motor inagotable de una búsqueda incesante de otros especímenes semejantes a él.
En este sentido, le debo muchísimo más a Gabriel García Márquez de los que estas pocas palabras puedan expresar. Todavía puedo evocar la deslumbrante perplejidad que me produjeron la primeras líneas de "Cien años de soledad" ("Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo") seguidas de la magnífica y vital descripción de los gitanos, de Melquiades y de sus inventos. Me dio la impresión, recuerdo, de que el texto (y el lector) volaba en ritmo e imaginación y era capaz de ir de asombro en asombro como si los ojos que hablaban desde esas páginas prodigiosas fuesen los ojos de un niño conocido, curioso y familiar.
Aunque no la llamé así desde luego, su prosa fulguraba con un brillo, frescura y color que parecían venirle al autor de un conocimiento secreto, del cual ni los otros escritores ni el lector estaban al tanto, un truco oculto gigante, pero cuya existencia era patente y atractiva. Las relecturas, los ensayos sobre sus obras, los comentarios y entrevistas, tantos que vendrían después, no han mermado la admiración y encanto de aquella primera lectura y, como era de esperar, han quedado cortos a la hora de dar con ese misterio.
Pedro Gandolfo
En este sentido, le debo muchísimo más a Gabriel García Márquez de los que estas pocas palabras puedan expresar. Todavía puedo evocar la deslumbrante perplejidad que me produjeron la primeras líneas de "Cien años de soledad" ("Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo") seguidas de la magnífica y vital descripción de los gitanos, de Melquiades y de sus inventos. Me dio la impresión, recuerdo, de que el texto (y el lector) volaba en ritmo e imaginación y era capaz de ir de asombro en asombro como si los ojos que hablaban desde esas páginas prodigiosas fuesen los ojos de un niño conocido, curioso y familiar.
Aunque no la llamé así desde luego, su prosa fulguraba con un brillo, frescura y color que parecían venirle al autor de un conocimiento secreto, del cual ni los otros escritores ni el lector estaban al tanto, un truco oculto gigante, pero cuya existencia era patente y atractiva. Las relecturas, los ensayos sobre sus obras, los comentarios y entrevistas, tantos que vendrían después, no han mermado la admiración y encanto de aquella primera lectura y, como era de esperar, han quedado cortos a la hora de dar con ese misterio.
Pedro Gandolfo
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