Fomes
por Pedro Gandolfo
Diario El Mercurio, sábado 28 de septiembre de 2013
La vida política nacional, para mi gusto,
fluye por caminos un tanto serios,
habiendo no pocos elementos cómicos
que, sin duda (como lo han captado bien
algunos humoristas), despertarían
en los ciudadanos saludables carcajadas.
Pero, ¿qué es la risa y cómo se pueden
encontrar las llaves que la liberan?
Leo en un ensayo de Giacomo Leopardi,
que aprovecho de hojear durante
estos días de prolongadas fiestas,
acerca de su propósito
de escribir una historia de la risa,
de indagar el origen y carácter
de esta "potencia", como la llama,
en la cual advierte un signo esencial
al hombre y a su dignidad,
acaso la única facultad visible
que lo distingue de otras criaturas.
Piensa, en cambio,
que el dolor, el aullido, incluso el llanto,
son presencia universal en el cosmos.
Los antiguos sentían
el gemido en todas las cosas,
incluso en las que parecen
opacas e indiferentes,
sensibilidad que se encuentra resumida
en los versos de Virgilio: Sunt lacrymae rerum ,
es decir, también las cosas tienen sus lágrimas.
Las célebres explicaciones
de la mecánica de lo cómico
-las de Bergson y Freud-
o aquellas sociológicas o antropológicas
-como la de Peter Berger-,
sin perjuicio de su agudeza y lucidez,
dejan siempre un margen de insatisfacción,
una dimensión de la risa que escapa
a su ingenio sistemático de interpretación.
En su "Elogio de los pájaros",
Leopardi sostiene que ella se confunde
con el canto y el vuelo,
una levedad que planea por el mundo,
contemplándolo desde la distancia y la altura,
"dando incluso falsos testimonios
de la felicidad de las cosas".
Para el poeta -a quien
en ningún caso se tildaría de "optimista"-,
la risa es la potencia que permite
mirar cara a cara el cruel absurdo de la vida,
sin trastornar en medio de la desesperación.
Esto explicaría, por ejemplo,
el humor negro o el humor satírico.
El oleaje de seriedad y gravedad
que viene enseñoreándose
en la política nacional
proviene acaso de la pérdida
de esa lejanía, levedad
y altura a que alude Leopardi.
El político que no ríe o, peor,
que finge risas o sonrisas,
es aquel incapaz de percibir
su propia estatura
y la precariedad de los instrumentos
que dispone para lograr los cambios que ofrece.
Vive a ras de suelo.
Su comicidad radica,
por lo mismo, en que no se da cuenta
de cómo la realidad se le escapa de sus manos
y de la incongruencia de pretender adueñarse
de dichas e ilusiones cotidianas.
Entramos, entonces,
en el reino del humor involuntario
-tan abundante en Chile-,
no del que hace reír,
sino del de quien da risa.
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