Luz
La luz irradia.
La luz ilumina.
La luz alumbra.
La luz encandila.
La luz decidora.
La luz cegadora.
La luz inspiradora.
La luz esperanzadora.
El juego vigoroso de la luz.
Su fuego tempestuoso.
Su calma y placidez.
Su paz y reflexión.
Esa luz transparente y misteriosa con su poder deslumbrador.
El sentir complejo y conmovedor que proporciona su belleza.
El dejarse inundar por la sugerencia y su capacidad evocadora.
El permitir que ilumine rincones desconocidos del alma.
Esa luz que envuelve, refleja y cambia.
La poesía que circula por los espacios.
Que puede ser percibida por los sentidos, trascendiéndolos.
Esa armonía precisa generadora de tanta belleza.
Esa vibración que pareciera hacer cantar
a las piedras que caen bajo el dominio de la luz.
Ese silencio necesario para poder escucharla.
Ese contacto con lo puro y lo sublime
donde no hay necesidad de nada más.
La luz que anima el espacio sagrado
La luz medida y a la vez sin medida.
La gracia divina de la armonía luminosa.
La luz que se prolonga en el polvo suspendido.
La luz que se dispersa en colores.
La luz después de la lluvia
que hace que la tierra despliegue sus perfumes.
La luz que surgió en las cercanías
del comienzo del Universo,
cuando éste se hizo transparente
y permitió a la luz viajar libremente.
La especial alegría con que se recibe la luz.
La luz que dialoga con las sombras.
La luz dosificada que descansa.
La luz alterada y afectada
por cambiantes atmósferas:
humedad, polvo, nubes, niebla…
La luz en su continuo desplegarse
está permanentemente preparándonos
sorpresas que develan en cada momento
las infinitas expresiones de la belleza.
La luz es la maestra que nos enseña a descubrir.
La luz, con su capacidad de dar nueva vida
a las cosas; con su poder evocador,
su capacidad para conmover, creando
la necesidad de corresponder y agradecer.
La luz es un misterio.
La luz es sombra de Dios
Luz de Cristo… Demos gracias a Dios
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