por Rodrigo Castillo
Diario Las Últimas Noticias, martes 4 de septiembre de 2012
Era el favorito entre favoritos,
y no decepcionó a quienes apostaron por él.
Óscar Hahn se convirtió ayer oficialmente
en el ganador del Premio Nacional de Literatura 2012,
y con ello alcanzó el punto culminante
de un ciclo de éxitos y reconocimientos
que ha disfrutado recientemente.
«Mi primera reacción fue de incredulidad»,
dijo ayer el septuagenario escritor
cuando los profesionales de la prensa
preguntaron cuál fue su impresión
al enterarse de que había alcanzado
la codiciada distinción.
El iquiqueño en todo caso,
sonaba como candidato seguro
para alcanzar el galardón
desde que el año pasado
ganó el Premio Iberoamericano
de Poesía Pablo Neruda,
reconocimiento al que se sumó,
hace poco más de tres meses,
el Premio Altazor, que se le
concedió por La primera oscuridad,
su cósmico y rotundo poemario
publicado en 2011.
Creador de versos en los que aborda
asuntos como la pasión sexual,
el amor, la muerte y el misticismo,
Hahn ha plasmado su visión
de esas y otras grandes
preocupaciones humanas
en volúmenes como
Esta rosa negra (1961),
Mal de amor (1981),
Flor de enamorados (1984),
Estrellas fijas en un cielo blanco (1988)
y Apariciones profanas (2002).
Ensayista, crítico, columnista de prensa
y profesor de Literatura Hispanoamericana
en la Universidad de Iowa, en Estados Unidos,
el autor aprovechó la oportunidad
para recordar en público los escritores
que, en su opinión, merecían
-y nunca obtuvieron- el mismo
premio que él acaba de alcanzar.
«Hay poetas que debieron ser premiados
mucho antes que yo y que ya fallecieron.
Ellos son, desde luego, Vicente Huidobro,
Enrique Lihn, que era muy amigo mío,
Jorge Teillier, Stella Díaz Varín. Gente así»,
enumeró el hombre, quien también
se dio el gusto de recordar
que su poemario Mal de amor
fue, en 1981, «el único libro
de poemas prohibido por la dictadura».
Resulta irónico, y agradezco
al señor ministro de Educación
y a los distinguidos miembros del jurado,
que hayan premiado al autor
de ese libro que fue prohibido.
Siempre me preguntan
cuál fue la razón
de esa prohibición,
y yo nunca puedo decir
cuál fue, porque no lo sé.
De hecho es algo muy raro
porque el libro no tenía
nada que ver con política», relató.
Hahn, quien estudió Pedagogía
en la Universidad de Chile
y ejerció como profesor de Literatura
en la Universidad de Arica,
se refirió también
a las características de su estilo,
el cual definió como «pluralista».
«Mi estilo no se enmarca
en un solo modo de escribir,
o en un solo estilo,
sino que es una suma,
una congregación
de diferentes estilos:
barroco, simple, culto, erudito.
En fin, es una mezcla,
una confluencia
de diferentes maneras
de ver el lenguaje y la poesía.
A eso yo lo llamo
pluralismo poético,
igual como soy pluralista
desde el punto de vista político», afirmó.
-El Premio Nacional es el mayor
reconocimiento oficial
que se entrega a los escritores en Chile.
¿Cree que se sentirá presionado
por este nuevo estatus
cuando escriba futuras obras?
-No, no implica ninguna presión.
Yo estuve cuarenta años
sin recibir ningún premio.
Cuarenta años de nada, cero.
¡Cuarenta años!
Y no veo que yo haya dejado
de escribir ni de publicar.
Entonces mi poesía
no depende de los premios.
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Alta calidad
El jurado que otorgó
el Premio Nacional de Literatura
a Óscar Hahn explicó,
a través de un comunicado oficial,
que eligió al autor
tomando en consideración
su alta calidad poética,
su lenguaje depurado
y la belleza, profundidad
y universalidad
con que trata
los grandes temas
del ser humano».
La gran ausente
en esa deliberación
fue la novelista Isabel Allende,
ganadora del galardón en 2010,
quien no pudo asistir a la votación.
_______________________________
Hijo de la grandísima
por Leonardo Sanhueza
Diario Las Últimas Noticias,
Martes 4 de septiembre de 2012
En 1978, al año siguiente
de la aparición de Arte de morir,
Enrique Lihn reparó
en cierto lugar común
con que alguien había pretendido
desautorizar poéticamente a Óscar Hahn,
calificando su poesía como
«de y para profesores de literatura».
Era un rasgo de la época,
un resabio sesentero
reactivado por la situación política:
la idea de que la poesía debía ser espontánea
y estar comprometida con lo real,
con la experiencia, con lo inmediato.
Con Arte de morir, Hahn
no sólo estaba yendo a contrapelo
de esas «exigencias», sino
que parecía solazarse en buscar
modelos más lejos, en el Siglo de Oro,
dislocándolos mediante un lenguaje
que mezclaba sin prejuicios
lo ultraculto y el habla callejera,
lo literario y lo familiar,
lo clásico y lo pop.
La originalidad de Hahn
es, por así decirlo,
una antioriginalidad,
pues en su poesía lo «nuevo»
es en realidad un arreglo sutil de lo viejo.
A diferencia de Gonzalo Rojas,
que asimiló la métrica española
para descuartizarla y adecuar
los trozos a su singularísima expresión.
Hahn prefirió apartarse
de ese espíritu vanguardista
y crear un sistema
en que los viejos metros
funcionan como camisa de fuerza
o rígidos moldes que producen
formas levemente raras,
retorcidas, inesperadas.
El soneto, tantas veces
muerto y sepultado, es para Hahn
un macetero todavía plausible,
en el cual la imitación
del modelo caduco
conduce a un poema vivo y actual.
La poesía de Hahn
no se debate en las ideas
ni en las experiencias,
sino en las palabras
y las imágenes.
Hay un poema suyo
que habla de eso
imprecando el lenguaje mismo,
el mayor demonio de la poesía,
que es a la vez un monstruo opresivo
y un impulso creador.
«Ahora te quiero ver,
hijo de la grandísima»,
le dice al lenguaje,
«porque me marcho
al tiro al país de los mudos/
y de los sordos y de los sordomudos./
Allí van a arrancarme la lengua de cuajo/
y sus rojas raíces colgantes/
serán expuestas adobadas en sal/
al azote furibundo del sol».
Concentrado allí,
en la relojería del verso,
Hahn ha ampliado
la poesía chilena,
abriendo el lugar
en que lo culto
se disfraza de lo cotidiano
de una manera extremadamente
reconocible y obligando
a la tradición más remota
a permanecer dúctil y fresca,
sin podrirse ni petrificarse.
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