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DEDALES DE ORO...

Para todos nos es familiar,

contemplar de septiembre en adelante,

a la vera del camino, en terraplenes

ferrocarrileros, potreros y faldeos de cerros 

de las provincias centrales de Chile,

cómo florecen en abundancia

los dedales de oro, también conocida

como la flor del tren o copita de oro.


Esta planta perenne 

de nombre científico

Eschscholzia californica

fue introducida en el país

a fines del siglo diecinueve

desde su lugar nativo 

-la costa sureste de Estados Unidos-

y está tan asilvestrada que,

al igual de lo que sucede con el yuyo,

la mayoría debe pensar

que se trata de una flor nativa

ignorando que en otras latitudes

se le conoce popularmente

como la amapola de California,

la traducción literal

de su apelativo popular en inglés:

Californian poppy.


Sus flores se cierran de noche

y durante los días nublados y lluviosos

y se caracteriza por un intenso amarillo-anaranjado

que recuerda la yema de huevo, 

algunas con su centro más anaranajado

aclarando hacia los extremos

aunque ocasionalmente se ven unas pocas

de colores pálidos cercanos al blanco.



Pero no se trata aquí de entrar

en detalles que interesan más

a los botánicos y jardineros;

menciono al Dedal de oro

debido a una explosión de estas flores

en un paño eriazo extenso y relativamente angosto,

una franja deshabitada que corre de norte a sur

junto a las torres de alta tensión

en el barrio de San Carlos de Apoquindo,

más precisamente en la calle

Francisco Bulnes Correa

entre Camino Las Flores y Camino El Alba.


Por estos días han florecido 

unas cien mil en vibrante explosión 

de colores amarillos y anaranjados

sobre un fondo alfombrado de verde.


Cómo no recordar la cita evangélica:

«Mirad los lirios del campo, cómo crecen. 

Ellos no trabajan ni hilan;

pero os digo que ni aun Salomón, 

con toda su gloria y fastuosidad 

fue vestido como uno de ellos». 


Una sensación similar me ocurre

cuando recorro Santiago siguiendo

la ruta de algunos de sus extensos parques.

En tramos de medio centenar de metros

pisando sus primaverales prados,

pienso que cualquier hijo de vecino,

incluso cualquier andrajoso torrante

puede recorrer estas mullidas alfombras

cobijado bajo la sombra del follaje

de añosos árboles...  Seguro que

las alfombras rojas en el Palacio de La Moneda

no tienen ni la extensión ni se recorren

con tanto agrado como éstas áreas verdes

refugio de aves y enamorados...

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