Diario El Mercurio, Revista Sábado, 5 de febrero de 2011http://diario.elmercurio.com/2011/02/05/el_sabado/tiro_libre/noticias/C94BEFED-9A79-431A-884D-5FF4940F7344.htm?id={C94BEFED-9A79-431A-884D-5FF4940F7344} ¿Es de Domenico Modugno esa canción en que manda al diablo a medio mundo en la oficina y dice que el jefe trabaje sólo él? Así se pone uno cuando está hasta más arriba del paracaídas de trabajar y sueña con la rebelión del ocio. Así estoy yo, escribiendo estas líneas antes de irme mañana de vacaciones a perderme en el sur: fatigado del cumplimiento del deber, ávido de irresponsabilidades, alérgico al horario. Me voy. Y me gustaría decir que no sé cuándo vuelvo a Santiago. Pero es mentira que no sé cuándo vuelvo. Vuelvo por ahí por el 20 de febrero, porque el 21 debo estar al pie del cañón, como se señala en el contrato de trabajo que firmé con la radio. Uf. Vacaciones con fecha de expiración, como prácticamente todos los mortales que cobran mes a mes para vivir. El mejor momento, el de mayor ilusión, es éste, cuando los cartuchos no se han quemado. La perspectiva, en mi caso, es fantástica, no me quejo: estaré sin internet, sin televisión, sin radio, sin señal de celular, cerca de un volcán, a pocos metros de una playa solitaria, junto a unos castaños y la correspondiente cancha de campo donde se juega fútbol desde las siete de la tarde hasta que se acaba la luz y no se ve la pelota. Llevo seis libros aparte del que estoy leyendo: Los anillos de Saturno, de Sebald; Blanco nocturno, de Piglia; Esto parece el paraíso, de John Cheever; Una letra femenina azul pálido, de Franz Werfel; Soy un gato, de Natsume Sóseki, y La librería, de Penélope Fitzgerald. Lo siento por los que están de regreso en sus puestos de combate, en un sitio al que tal vez odian, bien dispuestos a seguir siendo estrujados por el sistema, después de haber gozado una, dos, tres semanas de vacaciones. Un amigo entrevistó hace como diez años a un canadiense que vendía lavadoras en un mall de Quebec: el hombre un santo día se cabreó de la vida que llevaba, renunció y se largó a caminar. Desde entonces camina por el mundo y da vueltas en redondo por los cinco continentes. No tiene jefe. No tiene ruta preconcebida. Es un solitario empedernido. Siempre he entendido lo suyo como un alegato, un soplo de indignación, un gesto de rebeldía. Como Robert Walser, el escritor suizo que se internó voluntariamente un día en un manicomio porque el mundo común de los mortales no le parecía un buen sitio para vivir, le parecía una locura. Como el narrador de la canción de Modugno, que también se rebela, que representa a los que quieren librarse de la opresión de las ocho o las diez o las doce horas diarias a cambio de un sueldo. Pero Modugno no canta el probable final trágico de la historia. Cuando escucho esta canción, me acuerdo de ese personaje de La tregua al que hacen creer sus compañeros de oficina que se ganó la Polla Gol y que es un nuevo millonario. Todo se trata de una broma macabra articulada por sus colegas: el empleado manda al carajo a su jefe, les grita a sus compañeros que ya nunca más tendrá que trabajar, y luego, cuando se entera de que todo ha sido una jugarreta, es despedido y acaba solo y desempleado, a punto de pegarse un tiro en la cabeza. Los que juegan a la lotería, el kino y el loto están en eso: buscando un golpe de suerte que suponga que no volverán a trabajarle un peso forzado a nadie. Aquella fórmula provoca sucesivas frustraciones y en vez de aliviar, agrava la causa. Mejor inventar una manera en que se pueda consumir menos, desacelerar la máquina y vivir el inmenso placer del ocio. Estoy leyendo un libro que comentaré con más detalle la próxima semana, en mi diario de lectura del verano: El fin es mi principio, de Tiziano Terzani, donde están registradas las conversaciones sostenidas con su hijo Folco después de que se entera que le quedan pocos meses de vida. Terzani aboga incluso, en una actitud completamente zen, por desterrar al deseo de su mundo: "El deseo es un gran acicate, no lo niego. Es importante y ha determinado la historia de la humanidad. Pero, si te fijas bien, ¿qué son esos deseos, esos deseos de los que no escapas nunca? Especialmente hoy, en nuestra sociedad, que sólo nos empuja a desear y a escoger de entre todos los deseos sólo los más banales, los materiales, los de supermercado. El verdadero deseo, si se quiere tener uno, es el de ser uno mismo. Lo único que uno puede desear es dejar de tener elección, porque la verdadera elección no es la que se hace entre dos dentífricos, entre dos mujeres o entre dos coches. La verdadera elección es la de ser tú mismo". Un asunto para desarrollar en vacaciones, qué mejor.
CLASE DEL 70 SGC
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Febreropor Francisco Mouat
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