por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias,
Lunes 10 de Enero de 2011
Cuando salen de vacaciones,
pasada la excitación de los primeros momentos,
los niños se enfrentan a ese fenómeno extraño pero universal
que todos hemos padecido el aburrimiento.
No hablo del aburrimiento exasperado
que nos provoca una lectura imposible y obligatoria,
un trabajo tedioso o una persona monotemática
-como las que analizan ante nosotros
todos los detalles de su vida laboral-,
sino del aburrimiento puro, sin referencia a nada:
hastío simplemente de estar donde se está;
sinsentido del sol de la tarde restallando en los techos,
de la gotera en la llave del jardín,
de las filas de hormigas en la muralla de ladrillos,
de las alarmas del auto del vecino,
accionada por un pelotazo
que no se sabe de dónde salió
porque afuera la calle está vacía.
No hay cachivache tecnológico
-todas estas cuestiones que se hacen llamar
"de última generación", profusamente regaladas
en la Pascua- que logre mitigar
la fuerza ancestral del aburrimiento.
Más temprano que tarde se demuestra
que la magia de lo nuevo
tiene un plazo de expiración:
a la vigésimoquinta pelea virtual
sostenida con los controles del wii
uno empieza a darse cuenta
de que ya no quedan
muchas vueltas que darle al asunto.
¿Qué hacer?
Treparse a un árbol, quizás,
o al techo, o a la pandereta,
y darse cuenta
tras varias horas de estadía
de que no sólo somos
un cuerpo definido
con algo así como
un alma a cuestas,
sino que hay algo más
que nos constituye:
una cosa angustiante,
que llega de lejos, en una de ésas
desde el remoto mar del norponiente,
algo que tiene la forma
de un haz de rayos aguzados,
algo impersonal
y que no hace preguntas
ni ofrece respuestas: el tiempo.
Hay padres que reaccionan
ante el aburrimiento de sus hijos
con molestia moral
y apelan como antídoto,
al hecho cierto de que hay tantos
temas interesantes que aprender.
Se ponen didácticos:
"A ver tú, que tanto te aburres,
¿sabías que la población humana
es de siete mil millones de individuos?
(esto lo acaba de ver en la portada
del National Geographic colgada de un kiosko),
¿sabes lo que es la explosión demográfica?,
¿te das cuenta de la importancia
de la manipulación transgénica de los alimentos?
Apuesto que no sabes
qué significa la palabra "consuetudinario".
Estas frases equivalen
a un par de paladas adicionales
a la fomedad sobre la situación.
Ya que el aburrimiento podría definirse
como un malestar psíquico,
las técnicas de Pepe Grillo
sólo pueden acarrear
un incremento de esa incomodidad.
Mientras el padre se entusiasma
con su propio caudal de informaciones,
es probable que el niño esté mentalmente
a años-luz de distancia, surfeando,
participando en una regata o volando en parapente.
Considero que el aburrimiento infantil
es una experiencia necesaria
(insisto: el aburrimiento puro de la inacción,
no el de una clase sin interés).
En su decurso uno aprende
a medir sus límites
y, en los casos felices,
a sacar prodigios de la nada.
CLASE DEL 70 SGC
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Aburrirse hasta que duela
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