La casa donde mi padre va a nacer
no está concluida, le falta la pared
que no han hecho mis manos.
La casa que construiremos mañana
ya está en el pasado y no existe.
El viento busca una casa en la ciudad,
y anda como loco golpeando las ventanas.
Las ventanas destruidas
recobran la visión del paisaje.
En el fondo de toda lejanía se alza tu casa.
La casa natal se empequeñece
cuando nos acercamos a ella.
Es el vacío que nos invita a entrar a pasar,
pero apenas hemos aceptado nos evade.
Aparecen en los umbrales
las marcas que señalaban
el crecimiento de los niños.
La idea es que uno derribe una inmensa puerta
y al entrar quede nuevamente a la intemperie
contemplando el cielo agujereado de estrellas.
Una casa vacía no se llena con la palabra abandono.
No me espera sino el miedo que golpea los muros.
Veo pasar un rostro desconocido
en el canal que corre frente a la casa.
Ese rostro será mi rostro un día.
La casa se abre
y es una fosa para dormir,
amparada por las hojas.
No sé si viajo dentro o fuera de mí mismo.
No sé si busco el centro o la salida.
La casa reúne el dolor junto a la ventana
Sobre ella caerá el polvo de tu mirada.
La verdad de las cosas es que hay casas
donde la luz anda a la siga de las ampolletas.
Pero lo que importa
no es la luz que encendemos día a día
sino la que alguna vez apagamos
para guardar la memoria secreta de la luz.
Apagaste
todas las luces
a fin de que
viéramos brillar
para siempre
las estrellas
de la adolescencia.
Camino, camino
hasta donde se alarga
la llama de una vela.
Las calles
no nos pertenecen
ya no hay casas;
fueron desde la niñez destruidas.
Sus habitantes
vagan por el aire
en busca de alojamiento.
No hay casa,
ni padres, ni amor;
ni tampoco hay
compañeros de juego.
Es la hora en que hasta
las casas que quedan se arrodillan...
Editado apresuradamente, a partir de textos, levemente alterados
de Eugenio Montejo, Juan Luis Martínez, Vicente Huidobro
y sobre todo de Jorge Teillier y Leonardo Sanhueza, entre otros...
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