por Vicente Montañés
Diario Las Últimas Noticias
Viernes 12 de diciembre de 2014
¿Cómo se relacionan sexo y amor?
En La agonía del Eros,
breve libro del filósofo Byung-Chul Han,
coreano de nacimiento pero formado en Alemania,
éstos aparecen como formas de algo más amplio:
el Eros, que abarca toda forma
de creación no conformista,
más allá de una simple sobrevivencia
en el ámbito de lo que es visto
como propio y conocido.
Si hemos entendido bien
(la traducción no es de lo mejor),
el Eros es un movimiento
hacia aquello que
-como el ser amado,
espiritual y/o sexualmente-
reside en un lugar
que no podemos
nombrar con certeza,
aunque esté físicamente cerca,
pues es un otro.
Y sin esa alteridad
-esa negatividad-
no hay amor.
Ya la primera frase del libro
dice que "se ha proclamado
con frecuencia el final del amor".
Suele culparse a las ilimitadas
posibilidades que ofrecen hoy
las comunicaciones, y a cierta
obligación psicosocial
de elegir un amante "óptimo",
lo que induce a cálculos idealizados.
Pero el autor señala otro factor,
más espeluznante y esencial:
la erosión del mencionado otro.
Erosión favorecida
(como asimismo la depresión)
por el narcisismo de la propia
mismidad de los sujetos
en la sociedad que habitamos.
Por abstracto que suene esto,
se trataría de "un proceso dramático"
que "progresa sin que, por desgracia,
muchos lo adviertan".
Han, autor también de
La sociedad del cansancio
y La sociedad de la transparencia,
sitúa este fenómeno
en medio de una tensión:
negatividad versus positividad.
La sociedad contemporánea
-donde el Eros está muriendo-
tiende a la positividad, es decir,
a borrar las diferencias,
a suprimir toda asimetría.
Es lo que el autor llama
el infierno de lo igual.
Y estamos, a la vez,
inmersos en la transparencia,
un desiderátum del liberalismo:
acceso constante a datos
e informaciones de todo tipo,
con la consecuente
banalización de lo diferente.
En un espacio social
donde van desapareciendo
las asimetrías,
ya no es posible
la experiencia erótica.
Hemos pasado, además,
de una sociedad disciplinaria,
regida por prohibiciones y obligaciones,
a la sociedad del rendimiento,
que exige del individuo
una permanente autogestión:
es a un tiempo su amo y su esclavo,
en el trabajo y en lo demás.
Y eso cansa.
O deprime:
la depresión,
mal emblemático y neuronal
(no ya infeccioso ni viral)
del siglo XXI, sería favorecida
por el narcisismo aislante
del infierno de lo igual.
"El amor se positiva hoy
como sexualidad",
afirma el coreano-alemán,
y ésta se transforma en rendimiento.
El cuerpo,
"con su valor de exposición,
equivale a una mercancía",
pues "el otro es sexualizado
como un objeto excitante".
Es positivizado, ingresado
a lo nombrable y manejable.
Concluye el autor:
"No se puede amar al otro
despojado de su alteridad,
sólo se [lo] puede consumir".
Transparentes como estamos,
nos abruma entonces lo pornográfico,
manía que "desvanece" la sexualidad.
La deserotiza:
la pornografía -mera vida expuesta-
es la ausencia de una genuina sexualidad
que se arriesgue con la alteridad del ser amado.
Y lo porno no se daría sólo en las pantallas:
"Incluso el sexo real", advierte Han,
"adquiere hoy una modalidad porno".
Nos sacude un escalofrío:
¿cuál será el ánimo del lector
tras examinar su
experiencia amorosa personal?
¿Hemos comprendido bien
las ideas de Han?
Quedamos con la ceja parada,
vacilando entre una sensación de obviedad
y un vértigo más que mortal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS