"La ausencia de una perspectiva de largo plazo, de metas ambiciosas y de reformas significativas para alcanzarlas es la causa de fondo que nos ha mantenido en una trayectoria de pocas sorpresas y de limitado dinamismo..."
Durante los últimos 15 años, los ciclos de la economía chilena se explican básicamente por los factores internacionales, lo cual también refleja un crecimiento de tendencia igual al que tienen los países de similar nivel de desarrollo, por lo que la posición relativa del ingreso per cápita de Chile entre todos los países del mundo (percentil 71) es la misma que teníamos hace 15 años. Este fenómeno, que es lo más relevante de lo que ocurre en nuestra economía, es independiente de los gobiernos de turno. Si alguien piensa que este camino nos conducirá al desarrollo, está equivocado.
En este escenario, cabe tener presente que solo en dos lapsos de esta década y media alcanzamos un crecimiento alto por más de tres años consecutivos. El primero, entre mediados de 2004 y comienzos de 2008, cuando la economía creció en promedio a un 6,1% anual, lo que se explica por el dinamismo del comercio mundial (con China acelerándose, hasta crecer un 14% en 2007), el mejoramiento de los términos de intercambio (la libra de cobre pasó de US$ 1 a más de US$ 3,5) y la expansión financiera sin precedentes.
El segundo fue después de la crisis financiera, cuando el escenario externo se volvió nuevamente favorable por el crecimiento de China y otros países emergentes, el nuevo boom de los precios de las materias primas y la política de tasas bajas en el mundo desarrollado. Así, alcanzamos un crecimiento promedio de 6% entre mediados de 2010 y comienzos de 2013.
Desde el año pasado, en cambio, las condiciones externas apuntan a la normalización: China crece a tasas más moderadas, los precios de las materias primas retroceden y los flujos de capitales se reducen. Es decir, cuando las condiciones externas fueron favorables logramos crecer al 6% y el resto del tiempo lo hicimos al 3%, independiente de quien gobernara el país. La estabilidad macroeconómica y la apertura al comercio internacional sirven para seguir al ritmo de la economía mundial, pero no son suficientes para crecer a una tasa mayor.
La ausencia de una perspectiva de largo plazo, de metas ambiciosas y de reformas significativas para alcanzarlas es la causa de fondo que nos ha mantenido en esta trayectoria de pocas sorpresas y de limitado dinamismo. La evolución de las expectativas sigue al ciclo, y no al revés, por lo que el verdadero desafío actual es aprovechar la desaceleración para volver a poner en marcha los motores del crecimiento, donde hay tres materias que deben tener un lugar destacado: energía, infraestructura y logística. Las intervenciones recientes de la Presidenta y de su equipo están abriendo una ventana de oportunidad que debemos considerar.
La primera prioridad es aumentar la inversión en energía. Si se consolida la actual tendencia que muestran los proyectos eléctricos, con un aumento de 80% en seis meses, estaremos dando un paso gigantesco hacia una nueva trayectoria de crecimiento. La energía en Chile tiene precios superiores a los de los países desarrollados y más que duplica los de países vecinos.
Segundo, la inversión en infraestructura debe tener un nuevo impulso, lo cual podría ayudar al crecimiento en el período 2015-16, en que existirá capacidad productiva disponible. Chile ocupa la posición 22 en el manejo de su macroeconomía de acuerdo al Informe de Competitividad Mundial 2014-15, pero en infraestructura está en el lugar 49 y en la calidad del sistema de generación de electricidad está en el lugar 54.
Tercero, el costo del trasporte y la logística en Chile alcanza a un 18% del precio de venta de los productos, lo que se puede elevar por sobre el 30% en el caso de los alimentos. En los países de la OCDE, en cambio, este costo se ubica por debajo del 10%, lo que les genera una ventaja competitiva.
Estas iniciativas requieren estar apoyadas por una institucionalidad que mantenga una perspectiva de largo plazo, que genere metas que tengan un respaldo transversal en la sociedad y que apoye las reformas y la ejecución de los proyectos. En este ámbito enfrentamos un rezago en las iniciativas de modernización del Estado. Por ejemplo, la mayoría de los profesionales en el sector público tienen un contrato de trabajo a menos de un año, que depende de la confianza del jefe de servicio. También se han debilitado los mecanismos de contrapeso en las decisiones administrativas, lo que es especialmente relevante en los sectores regulados. Igualmente, debemos fortalecer la cooperación público-privada, que permite generar mecanismos de largo plazo en la solución del déficit de infraestructura y en la preparación del terreno para las reformas estructurales.
En síntesis, la economía chilena se ha mantenido en los últimos 15 años en una trayectoria de crecimiento en torno al 4,5% anual, con ciclos que dependen más de las condiciones externas que de los gobiernos de turno.
Para superar este desempeño debemos volcar la mirada al mediano plazo, enfrentar los "cuellos de botella" que tiene la economía y generar una capacidad institucional que proyecte este esfuerzo
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En este escenario, cabe tener presente que solo en dos lapsos de esta década y media alcanzamos un crecimiento alto por más de tres años consecutivos. El primero, entre mediados de 2004 y comienzos de 2008, cuando la economía creció en promedio a un 6,1% anual, lo que se explica por el dinamismo del comercio mundial (con China acelerándose, hasta crecer un 14% en 2007), el mejoramiento de los términos de intercambio (la libra de cobre pasó de US$ 1 a más de US$ 3,5) y la expansión financiera sin precedentes.
El segundo fue después de la crisis financiera, cuando el escenario externo se volvió nuevamente favorable por el crecimiento de China y otros países emergentes, el nuevo boom de los precios de las materias primas y la política de tasas bajas en el mundo desarrollado. Así, alcanzamos un crecimiento promedio de 6% entre mediados de 2010 y comienzos de 2013.
Desde el año pasado, en cambio, las condiciones externas apuntan a la normalización: China crece a tasas más moderadas, los precios de las materias primas retroceden y los flujos de capitales se reducen. Es decir, cuando las condiciones externas fueron favorables logramos crecer al 6% y el resto del tiempo lo hicimos al 3%, independiente de quien gobernara el país. La estabilidad macroeconómica y la apertura al comercio internacional sirven para seguir al ritmo de la economía mundial, pero no son suficientes para crecer a una tasa mayor.
La ausencia de una perspectiva de largo plazo, de metas ambiciosas y de reformas significativas para alcanzarlas es la causa de fondo que nos ha mantenido en esta trayectoria de pocas sorpresas y de limitado dinamismo. La evolución de las expectativas sigue al ciclo, y no al revés, por lo que el verdadero desafío actual es aprovechar la desaceleración para volver a poner en marcha los motores del crecimiento, donde hay tres materias que deben tener un lugar destacado: energía, infraestructura y logística. Las intervenciones recientes de la Presidenta y de su equipo están abriendo una ventana de oportunidad que debemos considerar.
La primera prioridad es aumentar la inversión en energía. Si se consolida la actual tendencia que muestran los proyectos eléctricos, con un aumento de 80% en seis meses, estaremos dando un paso gigantesco hacia una nueva trayectoria de crecimiento. La energía en Chile tiene precios superiores a los de los países desarrollados y más que duplica los de países vecinos.
Segundo, la inversión en infraestructura debe tener un nuevo impulso, lo cual podría ayudar al crecimiento en el período 2015-16, en que existirá capacidad productiva disponible. Chile ocupa la posición 22 en el manejo de su macroeconomía de acuerdo al Informe de Competitividad Mundial 2014-15, pero en infraestructura está en el lugar 49 y en la calidad del sistema de generación de electricidad está en el lugar 54.
Tercero, el costo del trasporte y la logística en Chile alcanza a un 18% del precio de venta de los productos, lo que se puede elevar por sobre el 30% en el caso de los alimentos. En los países de la OCDE, en cambio, este costo se ubica por debajo del 10%, lo que les genera una ventaja competitiva.
Estas iniciativas requieren estar apoyadas por una institucionalidad que mantenga una perspectiva de largo plazo, que genere metas que tengan un respaldo transversal en la sociedad y que apoye las reformas y la ejecución de los proyectos. En este ámbito enfrentamos un rezago en las iniciativas de modernización del Estado. Por ejemplo, la mayoría de los profesionales en el sector público tienen un contrato de trabajo a menos de un año, que depende de la confianza del jefe de servicio. También se han debilitado los mecanismos de contrapeso en las decisiones administrativas, lo que es especialmente relevante en los sectores regulados. Igualmente, debemos fortalecer la cooperación público-privada, que permite generar mecanismos de largo plazo en la solución del déficit de infraestructura y en la preparación del terreno para las reformas estructurales.
En síntesis, la economía chilena se ha mantenido en los últimos 15 años en una trayectoria de crecimiento en torno al 4,5% anual, con ciclos que dependen más de las condiciones externas que de los gobiernos de turno.
Para superar este desempeño debemos volcar la mirada al mediano plazo, enfrentar los "cuellos de botella" que tiene la economía y generar una capacidad institucional que proyecte este esfuerzo
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