"Su obra creó al lector internacional de literatura latinoamericana, fascinado con el realismo mágico y sediento de prodigios", destaca el escritor peruano radicado en España, para quien el legado literario de García Márquez es tan vasto "que ni siquiera limitándome a enumerar sus principales valores podría abreviar lo suficiente".
Fernando Iwasaki
Diario El Mercurio, Artes & Letras, domingo 20 de abril de 2014
Leí "Cien años de soledad" allá por 1977, cuando cursaba quinto de secundaria y la novela de García Márquez era lectura obligatoria en mi colegio, junto con otros títulos de Ribeyro, Arguedas, Carpentier y Vargas Llosa. Recuerdo que uno de los ejercicios que el profesor Juan Ochoa nos mandó hacer consistía en armar el árbol genealógico de los Buendía, que en la edición conmemorativa de la Real Academia Española (2007) aparece entre los estudios preliminares. Otra pregunta del control de lectura fue sobre los fantasmas que aparecen en la novela, y así de memoria recuerdo que escribí sobre Melquíades, Prudencio Aguilar y Pietro Crespi. Y todavía me acuerdo de que había una tercera pregunta sobre la influencia del Antiguo Testamento en "Cien años de soledad". La cuarta la he olvidado para siempre. ¿No es maravilloso que todavía tenga frescas en mi memoria tres de las cuatro preguntas de un examen escolar de 1977? No encuentro mejor manera de demostrar por qué "Cien años de soledad" es un libro memorable.
Ya en la universidad leí las demás obras de Gabriel García Márquez y debo admitir que ninguna me deslumbró tanto, aunque considero que "Crónica de una muerte anunciada" (1981), "El amor en los tiempos del cólera" (1985) y sus "Cuentos completos" (varias ediciones) son otros títulos imprescindibles para mí. Por desgracia, en mi propia universidad los detractores de Vargas Llosa nos instaban a preferir los libros del colombiano porque el autor de "Conversación en la Catedral" había "traicionado a la Revolución Cubana", y así fue como descubrí que la política, la ideología y la militancia son incompatibles con el placer. Todo aquello se me antoja muy infantil ahora, pero entonces -entre los 18 y los 20 años- me parecía de una enorme trascendencia. De hecho, sigo pensando que "Cien años de soledad" es una de las mejores novelas que he leído y sé que al reconocerlo no apoyo ninguna causa en general ni denigro a nadie en particular.
Debo haber releído la novela unas seis o siete veces, y es uno de los escasos títulos que he comprado para cada uno de mis tres hijos, porque considero que cada uno debe tener su propio ejemplar de "Cien años de soledad". Precisamente por eso, porque se trata de un libro leído y aprehendido, he recordado que José Arcadio Buendía, el fundador de Macondo, terminó sus días debajo de un castaño "porque José Arcadio Buendía estaba ya fuera del alcance de toda preocupación". Borges decía que al destino le agradan las simetrías y las repeticiones, y así Gabriel García Márquez también se ha sentado absorto a morir como el mismo José Arcadio.
¿Cuál es el legado de Gabriel García Márquez en esta hora en que su ausencia nos deja mucho más huérfanos? Me gustaría responder a esa pregunta desde al menos tres perspectivas: la personal, la literaria y la política.
En lo personal, me gustaría destacar su generosidad, su discreción y su lealtad. García Márquez fue muy generoso con varios jóvenes escritores colombianos, como Jorge Franco, Santiago Gamboa y Juan Gabriel Vásquez -entre otros-, a quienes más de una vez elogió y estimuló. Por otro lado, como la discreción tiene tres acepciones, quiero dejar claro que colmó las tres. A saber, que después de ganar el Nobel declinó ganar cualquier otro premio comenzando por el Cervantes; que jamás alentó murmuraciones o habladurías acerca de sus públicas diferencias con otros escritores, y que mantuvo un elocuente silencio durante las últimas décadas, a pesar de las críticas que recibió por novelas como "Memoria de mis putas tristes" (2004) o por su apoyo al régimen castrista. Y aquí es donde quisiera enaltecer su lealtad -que no era solamente política-, porque supo disfrutar de la amistad de figuras como Juan Goytisolo y Plinio Apuleyo Mendoza, quienes no siempre suscribieron sus puntos de vista.
Sin embargo, el legado literario de Gabriel García Márquez es tan vasto y fastuoso, que ni siquiera limitándome a enumerar sus principales valores podría abreviar lo suficiente. En primer lugar, su obra creó al lector internacional de literatura latinoamericana, fascinado con el realismo mágico y sediento de prodigios. Asimismo, tras la estela de García Márquez se lanzó un número indeterminado de escritores latinoamericanos dispuestos a crear Macondos andinos, amazónicos y caribeños, lo cual permitió que los mejores se apartaran de aquel registro para enriquecer la novela negra, el realismo urbano, la literatura fantástica e incluso la crónica periodística. En tercer lugar, la mirada de García Márquez germinó mejor lejos de América Latina, como se puede apreciar en "Hijos de la medianoche" (1981) de Salman Rushdie, "Illywhacker" (1985) de Peter Carey o "Me llamo Rojo" (1998) de Orhan Pamuk, excelentes autores que no necesitaron recurrir a lo real maravilloso para reconocer sus deudas con "Cien años de soledad". Por otro lado, como el realismo mágico superó las aduanas de la identidad convirtiéndose así en la fase superior del indigenismo, las improntas de Kafka, Faulkner y Hemingway no fueron satanizadas y García Márquez abrió una ventana que aireó e iluminó a los narradores latinoamericanos que permanecían encerrados en sus campanarios nacionales. Finalmente, pienso que el Nobel colombiano fue el principal mentor del llamado "nuevo periodismo latinoamericano" y uno de los autores que más contribuyeron a reivindicar la crónica en español, de ilustre tradición en nuestra lengua desde los tiempos del Modernismo, aunque hoy más de uno afirme que el auge de la nueva crónica latinoamericana se lo debemos a The New Yorker.
Por último, voy a dedicar unas líneas al legado político de García Márquez, mas no porque nos haya dejado un pensamiento más o menos coherente u orgánico, sino porque fue uno de los últimos grandes escritores que quisieron hacer una síntesis entre su obra literaria y sus opciones ideológicas, de modo que sus aciertos y errores políticos o sus excelencias y minucias literarias fueron elogiadas, confundidas y criticadas en función de aquel gran malentendido. Incluso su Premio Nobel de 1982, tan justo y tan merecido por su valía literaria, fue leído en clave política para explicar por qué autores como Borges no eran dignos del galardón de la Academia Sueca. Pamplinas, tonterías y necedades que nos hicieron perder tiempo e irrecuperables momentos de placer.
Me parecería de mal gusto ponerme a especular sobre cuáles son las obras menores del gran narrador colombiano, porque lo esencial es que nos dejó catedrales como "Cien años de soledad", "Crónica de una muerte anunciada" y "El amor en los tiempos del cólera"; que perteneció a una generación irrepetible que incrustó lo latinoamericano en el imaginario de la literatura universal, y que fue capaz de crear un mundo extraordinario donde la prosa más bella, el tiempo narrativo, los personajes inverosímiles y la conciencia de la historia se convirtieron en pasto del alma, como quería Gracián.
Me haría ilusión que García Márquez haya disfrutado de un último instante de lucidez y que hubiera contemplado a su alrededor una suave lluvia de minúsculas flores amarillas.
"Fue muy generoso con varios jóvenes escritores colombianos, como Jorge Franco, Santiago Gamboa y Juan Gabriel Vásquez -entre otros-, a quienes más de una vez elogió y estimuló".
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