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Se busca


Antonio Martínez

Diario El Mercurio, Domingo 03 de noviembre de 2013


En un estadio de fútbol siempre ocurrirá algo, porque los delitos son diarios y abundantes. En este gobierno, en el anterior y en el que venga. 

El que lanza un rollo o dos rollos de papel es un ciudadano chileno que es hincha del fútbol y además un delincuente habitual u ocasional; es decir, un compatriota que infringe la ley cuando se da la ocasión, o bien nació para ser malo y quebrar la ley es su destino. 

La falta habría sido flagrante si la cámara prometida hubiese estado filmando lo que debía. 

Este episodio es un clásico de la naturaleza humana, está en la Biblia y El Quijote: siempre habrá alguien que tira la piedra y esconde la mano. 

A lo largo del país y en la historia del fútbol se ha lanzado de todo. 

Chilenos equivocados o corrompidos y emboscados desde la calurosa Arica a la fría Magallanes. 

Han lanzado envases de vidrio de bebidas de fantasía; una variada gama de encendedores, incluido un Ronson Pocket dorado; y miles de monedas de 100 pesos, de las antiguas y pesadas. 

En honor a la verdad: el Ronson Pocket dorado, se supo después, era pirata. 

O un congrio colorado, alguna vez en Puerto Montt; cotillón con cañerías de cobre en la rica Calama; fichas de casino voladoras y rasposas en Sausalito, y la cabeza de un pelícano muerto en Playa Ancha. 

¿Qué cómo lo ingresó? 

¿Pero quién hizo tanta granujería? 

Chilenos que ocultan la garra y el rostro del delito después de tirar la maldad. 

Compatriotas que son varias cosas a la vez –vecino, padre de familia, amigo fiel, delincuente-, y por eso nada es simple, y al revés, es intrincado y difícil. 

Y por eso se precisa inteligencia, refinamiento, tecnología y prevención. 

Las cámaras de filmar, por ahora, no capturan al único que deben descubrir. 

En Chile, al contrario, solo los procedimientos amateurs y espontáneos revelan la verdad. 

Filmaciones celulares e indiscretas en los casos de Bautizazo y Omar Labruna. 

O un registro secundario del CDF, que parecía inocente, atrapa a José Yuraszeck, señorón que entra sin golpear ni saludar. 

Lo que falta, como tantas veces, es responsabilidad, técnica y profesionalismo: que las cámaras enfoquen lo que deben. 

Y lo otro es que los iluminados e inquisidores del reino no culpen ni persigan a los antisociales o infiltrados o a los mal llamados hinchas. 

Esa gente no existe, y por eso no los pillan. 

La realidad humana es más densa, temible y enredada: se busca a un ciudadano que es miembro de la sociedad, hincha del fútbol y además, delincuente. Siempre o a veces. Depende

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