por Matías Rivas
Recorrer la librerías de viejos de la calle San Diego
es un paseo clásico de los aficionados a la lectura,
en especial de los jóvenes entusiastas,
de los escolares fugados y de las madres abnegadas
que buscan lecturas escolares de segunda mano.
Se divisan, además, los aficionados
a las reliquias y rarezas bibliográficas
que suelen andar vestidos formalmente
y conversan con los libreros,
y se observan los tránsfugas que van
a hacer sus transas y pasos zigzagueantes.
Pero por supuesto que la mayoría
que se desplaza es gente común y busquilla
que pulula tras ediciones a bajos precios.
Cada paseo por San Diego
encierra una ilusión
para los devotos de la literatura:
esta puede estar cifrada en encontrar
un libro deseado e inaccesible
a un precio moderado,
dar con una edición
de significativo valor
o necesidad personal
que perdimos o añoramos,
o hacer un hallazgo
entre las rumas de volúmenes saldados.
Mi plan iba por esta misma cuerda, la del mirón.
Primero entré a la galería donde está
la mítica y no siempre bien ponderada
librería de Luis Rivano, y de ahí
reboté hacia otros locales cercanos
que ostentan cierto abolengo dentro del rubro,
aunque, según mi opinión, la de Rivano
continúa siendo la mejor ordenada y atendida,
mientras que muchas de las demás abruman
por el excesivo celo de sus dueños y el desorden.
La paciencia es la mejor consejera
cuando se emprenden estas excursiones.
Sobre un mesón, sin ir más lejos,
vi el Diario de un hombre engañado,
de Pierre Drieu de la Rochelle
y lo compré de inmediato.
Se trata de un escritor francés despiadado,
cuyo fatal destino estuvo asociado
a las más radicales posiciones existenciales
y políticas que impregnaron
los años 30 y 40 del pasado siglo.
El Diario de un hombre engañado
es una prueba de su intensa actualidad.
En él se narran
las historias de un mismo personaje,
que es un dandy atormentado como su autor,
con distintas mujeres con las cuales
tiene retorcidos vínculos amorosos.
Luego de la adquisición
salí de la galería hacia la calle
dispuesto a observar
los pequeños quioscos ambulantes
y lo que fuera saliendo al paso
hasta llegar a mi destino final:
la Plaza Almagro.
Ubicada en Santa Isabel con San Diego,
en una de sus veredas habita desde hace años
un conjunto de pequeños locales
donde se pueden encontrar textos
de la más distinta ralea.
Al poco caminar noté
cómo las librerías desaparecen
dando paso a las tiendas de bicicletas,
instrumentos musicales, comida, ropa,
herramientas y a innumerables fuentes de soda.
Es un paisaje barroco, pop y arrasado.
Dentro del hervidero hallo
un par de librerías oscuras
sin mayor esperanza.
En una, sin embargo,
pillo un pequeño libro
hecho en mimeógrafo.
Se trata de la edición del poema
Ela, Elle, Ella, She, Lei, Sie
que hizo su autor Rodrigo Lira en 1982.
Más que un libro, es un fetiche
que adquirí por la irrisoria suma de
mil quinientos pesos.
Es un texto de versos largos y narrativos,
quizás uno de sus más logrados,
en el que se revela una relación sentimental
que se distingue por lo atormentada.
Lira no escatima sinceridad ni ingenio
para hablarnos de la mechona del Pedagógico
de los años 70 que lo tiene seducido.
Cuando llego a la Plaza Almagro
ya he visto miles de cosas imposibles de registrar.
Entre otras: un cartereo, unos punkies
ayudando a una abuelita a cruzar la calle
y un sinnúmero de borrachos y de escolares.
Hago un recorrido final por el sector
y de sopetón encuentro en un estante
una versión de la magistral novela
La conciencia de Zeno, de Italo Svevo.
El librero me ve tan decidido
que me cobra demasiado.
Le regateo y llegamos a un rápido acuerdo.
Me subo a un taxi en dirección al trabajo.
En el trayecto pienso en quién sabe de verdad
cuánto se lee en Chile si no tenemos idea
de lo que sucede en el mundo de los libros usados.
Quién estudia este mercado
que lleva tantos años entregando
aquello que muchos anhelan: libros baratos.
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