por Sebastián Gray
Diario El Mercurio, VD, sábado 7 de septiembre de 2013
Por estos días
se conmemoran los doscientos años
de la fundación de la Biblioteca Nacional,
nuestra primera institución cultural republicana.
Junto con el grito
de independencia política,
la joven nación debía construir
su propio imaginario
de libertad de pensamiento,
basado en la representación popular
-el Congreso Nacional-
y en el conocimiento científico
a través de la instrucción,
universidad y biblioteca públicas.
Fue establecida en 1813
mediante colecta
con el propósito de "reunir
todas las obras publicadas
en Chile y sobre Chile",
según su partida fundacional.
Sus colecciones se incrementaron
con la adquisición de bibliotecas
privadas y dispersas
como la de los monjes jesuitas,
Andrés Bello y José Toribio Medina.
Funcionó en el edificio de la
antigua Universidad de San Felipe,
precursora de la Universidad de Chile,
en el actual predio
del Teatro Municipal de Santiago;
luego en la vieja Aduana
(hoy Museo de Arte Precolombino);
más tarde en un edificio
donde hoy se levanta
el antiguo Congreso Nacional,
y luego en el viejo Consulado,
actual Palacio de los Tribunales.
En 1913, centenario de su fundación,
se colocó la primera piedra
de su sede definitiva en los terrenos
del antiguo convento de las monjas Claras,
en Alameda junto al Cerro Santa Lucía.
«El Palacio del Libro»,
al decir de la prensa de entonces,
fue fruto de un concurso público,
y es obra del arquitecto chileno
Gustavo García Postigo.
El proyecto original incluía
la Biblioteca Nacional,
el Museo Histórico
y el Archivo Nacional.
El enorme edificio
fue construido en etapas,
completándose la primera
en 1925 y la última,
hacia Moneda, en 1963.
El cuerpo que enfrentaría
la calle Mac-Iver,
para albergar el Archivo Nacional,
nunca se construyó.
Es un edificio portentoso,
tal vez uno de los más ambiciosos
jamás construidos por el Estado,
magnífico en sus proporciones
y detalles constructivos.
En su interior,
las terminaciones
con notables estucos,
bronces, forjas, mármoles,
frescos y esculturas;
ebanisterías lampisterías
y vitrales,todo encargado
a artistas y artesanos nacionales,
son posiblemente las más lujosas
de ningún edificio público de Chile.
Representa el progresismo republicano
del primer Centenario, también expresado
entre otras obras públicas contemporáneas,
como el Palacio de Bellas Artes, los Tribunales,
las estaciones Mapocho y Pirque,
el Parque Forestal y un sinnúmero
de monumentos y esculturas
que aparecieron en esas décadas.
Representa también el rol del Estado
en la configuración del escenario urbano.
Hoy es un edificio vivo,
lleno de actividad cultural,
con miles de visitantes al año,
y con una colección enorme y fascinante.
Visite, lector, ese lugar mágico,
repleto de maravillas, tesoro del país.
Lleve a sus niños
para que se queden con la boca abierta,
y para que comprendan
que hay mucho más en este país
que unas comunes y estridentes
pantallitas parlantes.
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