Quien condena un argumento parece más inteligente que quien lo acepta. Disentir implica estar en posesión de una alternativa; el que niega sabe "otra cosa".
por Juan Villoro
Diario El Mercurio,
La cultura produce extraños efectos secundarios.
Nadie se alarma de no entender las dosis
en las turbias iniciativas del 'Dr. House'
ni de desconocer un arma con telescopio láser
en una película de ciencia ficción.
Sin embargo, la ignorancia
produce una vergüenza reverente
cuando se refiere a la lectura.
Estar en el campo
y no distinguir un burro de una mula
nos parece menos grave que entrar a una librería
y no diferenciar a Homero de Horacio.
Obviamente, el dilema
no involucra a la mayoría de los mortales,
capaces de discernir entre Messi y Cristiano Ronaldo.
Sólo se preocupa de desconocer a un autor
quien al menos conoce a otro.
Los libros suscitan el prejuicio
de que debes conocerlos todos.
"Borges me hace sentir ignorante;
obliga a googlear en mi cerebro
en busca de otros autores",
se queja mi amigo Frank.
Es cierto que los cuentos
y los ensayos borgianos
abundan en referencias,
pero muchas de ellas
son como los medicamentos del 'Dr. House'
o las armas de la ciencia ficción:
ayudan a plantear un problema
sin que sea necesario
conocer la composición química
o el calibre con el que funcionan.
De modo algo pedante,
le di a Frank un consejo antipedante,
tomado de Ricardo Piglia:
"En Borges la erudición
opera como una sintaxis".
Los autores que cita son un pretexto
para desplegar ideas y emociones;
para urdir una trama.
"No estoy de acuerdo",
respondió Frank,
que nunca está de acuerdo.
Desde que nos conocimos en el bachillerato,
ha ejercido con denuedo el derecho a la negativa.
Su caso refleja
dos actitudes ante la cultura
que parecen contradictorias
y en realidad son complementarias.
Frank tiene un sumiso respeto por el arte;
siente que los muchos libros
que no ha leído lo ponen "en su sitio".
Esto le da rabia y lo lleva
a una reacción soberbia: estar en contra.
Quien condena un argumento
parece más inteligente que quien lo acepta.
Disentir implica
estar en posesión de una alternativa;
el que niega, sabe "otra cosa".
El lema de Frank podría ser:
"Si te opones a lo que ignoras,
das la impresión de que lo conoces".
La estrategia le ha dado dividendos.
Desde hace casi cuarenta años
admiramos su inflexible intelecto.
Como todo virtuoso, a veces exagera.
Si dices que "The Tempest",
el nuevo disco de Bob Dylan,
merece un 10 de calificación,
le das motivos para afirmar
que le corresponde un 9,8
(los decimales se inventaron
para los exigentes).
Si opinas que Heidegger tiene razón,
añade sin necesidad de pruebas:
"hasta que deja de tenerla".
En un entorno que confunde
la discrepancia con el ataque,
y el consenso crítico
con el linchamiento,
Frank cumple una función ética.
Sin embargo, mi excepcional amigo
se ha vuelto prisionero de su prestigio.
Argumenta tan bien en contra,
que hay mucha gente a su favor.
Esto (y sus 200 mil seguidores en Twitter)
no lo ha envanecido, pero algo lo desvela:
"Ella no estuvo a favor de mí", me dijo hace poco.
"Ella" es
la compañera de generación
que nunca le hizo caso.
Frank pensó que la conquistaría
con su oscura y eficaz oposición al mundo,
pero la actitud que le otorgaba
generalizados méritos de existencialista
aburrió a la chica.
Pensé en él al leer un pasaje
del excepcional cronista chileno Roberto Merino:
"Una vez, a los dieciséis años,
logré conmover a una niña de catorce
hablándole de mi soledad".
La chica lo admiraba, pero no lo amaba.
Con tristeza, Merino descubre la causa:
"Más tarde supe que se me había
adelantado un mentiroso peor que yo,
aunque notoriamente más alegre".
Mi amigo Frank logra la popular adhesión
de los que desean estar en contra.
Más difícil es argumentar
para que alguien esté a favor.
El dilema atraviesa los siglos
con un ejemplo literario:
Milton fue más elocuente
al describir el infierno
que al describir el paraíso.
Ante las infinitas bibliotecas
que no dominará,
Frank optó por la negatividad
como forma de supervivencia cultural
y la transformó en una técnica
que le ha permitido usar
un sweater negro como quien viste un hábito.
Se salió con la suya, salvo por la paradoja
de que son demasiados los que están de acuerdo
con sus negativas y de que la chica de sus sueños
admiró su capacidad crítica, pero decidió
pasar la vida con alguien "notoriamente más alegre".
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