por Gonzalo Rojas
Diario El Mercurio, Miércoles 19 de Septiembre de 2012
Diario El Mercurio, Miércoles 19 de Septiembre de 2012
Con el aporte de la investigación, cada día sabemos más sobre el notable papel de las mujeres en muy variadas dimensiones de la historia de Chile. Isabel Cruz, Ana María Stuven, Teresa Pereira -entre otras notables especialistas- nos han ayudado a comprender las grandezas y dificultades que se han manifestado en la vida femenina durante los casi 500 años de nuestra historia.
Las mujeres -así, en su totalidad- han sido las portadoras de la más nuclear identidad de Chile; los hombres hemos sido sólo sus legítimos herederos. El alma de Chile ha sido y viene siendo la mujer. Chile es, en realidad, una Matria.
Todos hemos usado muchas veces, sin calificativos, la simple expresión "mujer chilena"; esas palabras son autosustentables, son tan plenas, que cuando se les ponen calificativos, se las rebaja. Simplemente pareciera que no hace falta precisar lo que es la mujer chilena. Lo curioso es que no hay una expresión equivalente -lamentémoslo, pero reconozcámoslo- para los varones: la más parecida es "roto chileno", palabras que son ambivalentes: se refieren al glorioso miembro de a pie o montado de nuestros ejércitos y, en general, de nuestras Fuerzas Armadas, o al gañán y al delincuente. Por eso, hay que especificar qué se quiere decir cuando se califica a alguien como "roto chileno", mientras que no hay nada que aclarar cuando se usa la expresión "mujer chilena", porque es una imagen autosustentada, una expresión plena, que revela gratitud y admiración.
Esa identidad, ese carácter de matriz, se ha concretado en tres dimensiones. Algunos las podrán considerar consustanciales a las mujeres en sí mismas, mientras que otros podrán mirarlas sólo como manifestaciones culturales propias de un momento que ya se está yendo y que debe irse, análisis histórico perfectamente legítimo.
¿Cuáles son esas dimensiones? La intimidad, la esponsalidad y la maternidad. La intimidad de la mujer, su apertura a la unión con otro cediendo, entregando su intimidad -esponsalidad- y, como fruto de esa entrega a otro y con otro, su papel físico y espiritual de matriz, su maternidad.
Desde niña, por siglos, la mujer chilena aprendió a custodiar muy delicadamente su intimidad, no sólo la intimidad de su cuerpo, de su dimensión estrictamente corporal, física, visible, sino también la intimidad de sus afectos, la intimidad de sus proyectos, todo descrito con palabras que hoy casi no se usan en la sociedad chilena: discreción, finura, recato; o sea, intimidad corporal, intimidad de los gestos, intimidad de los afectos y de los proyectos.
Y, a partir de esa dimensión íntima, la mujer chilena se iba abriendo a un plano de vida compartida, pero todavía llena de intimidad: la esponsalidad, lo que implicaba compartir la intimidad, pero conservándola para y con su marido. Buscaba ser esposa fiel hasta que la muerte separase esa unión; y en ese contexto de intimidad compartida, la mujer estaba también abierta a la vida, a una maternidad numéricamente muy extendida, a una maternidad que solía calificarse con la palabra "generosa", expresión valorativa, no cuantitativa. Se solía decir de la mujer chilena que había sido madre generosa y abuela generosa, porque en la medida en que había tenido muchos hijos, tenía que hacerse cargo, además, de los muchos hijos de sus muchos hijos; madre generosa, abuela generosa.
No sería lógico pensar que esta triple dimensión ha estado siempre presente y en todas nuestras mujeres; obviamente no. Pero era un ideal, un máximo deseado, una múltiple manifestación de plenitud, hoy gravemente deteriorada.
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