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Asamblea constituyente: dudosa


Ebrios de poder, se encantan con la fantasía asambleísta ensimismada, encerrada entre cuatro paredes. Habiéndose ?tomado? el poder y escuchándose incansablemente a sí mismos, ?creen? que todo lo pueden, incluso contra la realidad.

por Alfredo Jocelyn-Holt - Diario La Tercera 01/09/2012 - 04:00

DECIAMOS LA semana pasada que no hay derecho a ser intolerante (a menos en contra de los intolerantes, que se lo merecen). De igual modo, no hay derecho a ser ignorante y exigir que se les escuche, pero Chile es Chile, “all ways surprising”. Ahora les ha dado con decir que una Asamblea Constituyente (sin saber qué diablos es) sería la solución para el país.
Vamos por partes. Las primeras de su tipo, las de la Revolución Francesa, en tan solo París llegan a ser seis o siete sucesivas, en provincias muchas más. La de más duración (dos años) -la Asamblea Nacional Constituyente- tuvo 1.144 diputados; finalmente, se disolvió decretando “el término de la revolución” que, por supuesto, continuó. Ya en la siguiente -la Asamblea Legislativa- no quedaba nadie de derechas. Y no es que sacaran en limpio una Constitución: promulgaron cuatro en 11 años (!). De paso le cortaron la cabeza a medio mundo; no sólo al rey y a su gente, sino entre los mismos “constituyentes” se hicieron los cariños y afeites recíprocos, culminando el proceso en Napoleón con corona y sin peluca (algo es algo). Por eso, cuando le preguntaron a Sieyès, un tirado alguna vez para la punta luego centrista-cualquier-cosa, un confuso (abate tenía que ser), cómo fue que soportó el Terror, respondió: “Sobreviví”.
Si nos hemos de guiar por Gabriel Salazar, quien las promueve/estudia desde 1991, estas deben organizarse a lo largo del país, servir para deliberar en estado de agitación permanente (como en “soviets”), regirse por el voto de mayoría, aunque corporativo, puesto que no valdría el voto por igual de cada uno (quienes han de “imponerse” son la parte “victimizada por el sistema” hasta ahora), y dejar fuera a las dos clases políticas, la civil y militar. Con todo, el otro día en televisión admitió que en un escenario así los militares siempre tienen “la última palabra”. ¿Una provocación/invitación a una derrota anunciada lo de Salazar?
De hecho, en Chile en estas materias los militares siempre tienen “la última palabra”, haya o no asamblea. La han tenido en la gestación de todas las constituciones (siglos XIX y XX). En 1925, el general Navarrete golpeó la mesa de la comisión e impuso el presidencialismo a gusto del Ejército y de Alessandri. En efecto, se invoca el “poder constituyente” e invariablemente salen de sus cuarteles de invierno. La regla general entre nosotros son las constituciones cívico-militares seguidas de reformas graduales que vuelven algo más soportable y menos militar el autoritarismo inicial.
Pero no. Ebrios de poder, se encantan con la fantasía asambleísta ensimismada, encerrada entre cuatro paredes. Habiéndose “tomado” el poder y escuchándose incansablemente a sí mismos, al final “sienten”, “creen”, que todo lo pueden, incluso contra la realidad. El martes pasado, un correo desde dentro de la Casa Central de la Universidad de Chile amenazó al rector con quemar su valioso archivo histórico allí dentro si Carabineros no los dejaba seguir haciendo lo que querían. Firmaba: “Asamblea de Toma”. La noticia, a pesar de la gravedad, no trascendió. Víctor Pérez no denunció el chantaje. Ese es el modelo: autoridades rehenes/cómplices, tomas, deliberación, nostalgia de los militares, revolución/terror, y veamos quién gana esta vez.

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