que implosiona en una perpetua catástrofe.
Ahí, el pasado debe narrarse como un crimen,
mientras que la ficción es sólo
un envoltorio capaz de modular el horror,
para sacar a la violencia
desde las sombras de su propio mito,
dejándola desnuda a la luz de la historia.
La ficción es un modo de recordar,
de volver sobre lo que ya sabíamos
para aprenderlo de nuevo,
para mirar en sus zonas oscuras
y conectarlas con el presente.
Que todo nuestro pasado sea un policial
no deja de ser pavoroso:
la historia misma se vuelve
un hecho criminal,
opera como una ficción pesadillesca.
Los cuerpos hablan
y las marcas sobre los huesos son alfabetos
que se pronuncian en un habla
pavorosamente parecida a la nuestra.
Esos alfabetos bien pueden
contar la historia
del Chile de todos los tiempos
esa pesadilla que toma la forma
en las viejas fotos de amigos muertos
y que ahora cargadas de significados
estallan tras los delicados silencios en la voz...
..y se anotan en las carpetas
que llevan el nombre de los muertos
y que se apilan hasta el infinito;
que aparecen sobre el horizonte amarillo de los cerros
que son cementerios y se susurran en las conversaciones rotas
en las mesas de las familias que no saben cómo hablar;
que están a la vista, insoportables,
en los pelos pegados a los huesos
de los muertos insepultos
y en el polvo falso de las calles de tierra del pasado...
____
La memoria fragmentada, tal vez distorsionada
y extractada de forma descuidada a partir de un reciente
texto de Alvaro Bisama en la última revista Qué Pasa
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