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Antes de correr el cerco hay que averiguar primero por qué estaba allí...‏


Un país tan leguleyo como el nuestro,
en que se cree que los problemas
se solucionan dictando nuevas leyes
cambiando la Constitución a cada rato
(o creando sucesivas comisiones,
que como los volantines se derriban
unas a otras), haría bien en echar 
una mirada a lo que ocurre en la naturaleza.

Por ejemplo, la dinámica de muchos cuerpos
no depende tanto de las leyes que los rigen,
es decir de la forma concreta
en que interactúan las partículas
como de una propiedad llamada estabilidad,
que existe cuando la energía potencial por partícula
está acotada inferiormente por una energía
que no depende del número de estas partículas.

Si esto no se satisface,
la materia forma un conglomerado caliente
que puede acabar desapareciendo
en un agujero negro.

La física clásica 
tenía un modelo planetario
para explicar el átomo. 
El problema
es que no duraba nada.  
Los electrones caían al núcleo 
en una pequeñísima
fracción de segundo.

Un problema de estabilidad.

De allí surgió la necesidad
de encontrar una nueva física
que explicara el comportamiento
del mundo  a escala atómica y nuclear.
Esa necesidad llevó a físicos geniales
y tras un arduo esfuerzo a la mecánica cuántica.

La estabilidad a largo plazo
de estructuras mayores 
como el sistema planetario
está gobernada por las resonancias.

Si los períodos de dos planetas
entran en resonancia,
el más pequeño saldrá expulsado de su órbita.

Así, el destino de la Tierra
depende de las propiedades numéricas
de la razón entre los períodos 
de revolución de los otros planetas 
(principalmente Júpiter) y el del nuestro.

El que la atracción gravitatoria
venga dada por la ley de Newton
o alguna otra fórmula
(por ejemplo una corrección relativista)
tiene poca importancia.

Así, para la cuestión de cuanto tiempo
seguirá nuestra Tierra en su órbita,
la teoría de números es más relevante
que la de los campos gravitacionales.

Ah... otra cosa:
para acomodar hechos
aparentemente contradictorios
los físicos han tenido que
ampliar el marco conceptual
con el costo de que al hacerlo
para tratar de comprender 
mejor estos fenómenos
han perdido poder predictivo.

Si llevamos esta experiencia
a las ciencias sociales
y al comportamiento
de las complejas interacciones
de medios, gobierno y sociedad,
de sus fundamentos 
como la estabilidad de la familia,
no resulta extraño que aunque
la historia eventualmente se repita,
no lo hará de forma predecible,
ni mucho menos, aunque
los cambios sean esperables...
y no necesariamente para bien.

Nos movemos siempre entre
el sístole y diástole,
inspiración y expiración,
libertad y disciplina
innovación y estabilidad
cambiar o conservar, etc.

La sabiduría consiste en intuir
cuando el énfasis debiera ir 
hacia  uno u otro lado de esta dicotomía,
sin que resonancias inmanejables
terminen destruyendo el puente 
(como el de Tacoma Narrows en Seattle)
que necesitamos para comunicar
nuestras diversas visiones del mundo,
y el péndulo salga disparado
con costos sociales y en vidas humanas 
que nadie quiere...

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