Señor Director:
El ministro de Hacienda ha hecho saber que el gasto público no puede seguir en los años sucesivos creciendo al 10%, como lo hará en 2015, porque se resiente la estabilidad fiscal en el mediano plazo.
Parece curioso que se esté planteando una política fiscal más conservadora justo en un momento en que la economía está virtualmente estancada. Pero tiene una lógica: lo que interesa al ministro es reencantar a la inversión privada, cuya caída fue el gatillo del actual estancamiento y que hoy se mantiene en punto muerto. ¿Y cómo? Justamente, revalorizando la sanidad de las cuentas públicas y haciendo ver que la menor disponibilidad de recursos financieros en el Estado obliga a acompasar las reformas estructurales en curso, las mismas que son señaladas como la causa del abatimiento de la inversión privada.
Pero esta es una jugada arriesgada. Si no se reencantan los empresarios e inversionistas y, por tanto, la inversión no se recupera, podríamos en 2016 estar en el peor de los mundos: que ni la demanda privada ni el gasto público apuntalen a la economía.
¿Por qué podría fallar el intento de devolver el entusiasmo al sector privado? Porque no basta una mayor gradualidad en la implementación de las reformas, aquellas que requieren más recursos fiscales; estas reformas son contrarias al emprendimiento por diseño e inspiración. Y también lo son otras que no requieren recursos adicionales, como la reforma laboral, respecto de la cual el ministro no parece querer introducir modificaciones sustantivas que propendan a un mejor balance entre poder sindical y flexibilidad en ese mercado. Es muy posible que la idea de Valdés sea sacar este proyecto adelante lo menos malo posible, pero el daño igual queda y el desánimo del sector privado en cuanto al futuro del país no desaparecerá y acechará en cambio el fantasma de una recesión.
Felipe Morandé
Economista y Consejero Evópoli
El ministro de Hacienda ha hecho saber que el gasto público no puede seguir en los años sucesivos creciendo al 10%, como lo hará en 2015, porque se resiente la estabilidad fiscal en el mediano plazo.
Parece curioso que se esté planteando una política fiscal más conservadora justo en un momento en que la economía está virtualmente estancada. Pero tiene una lógica: lo que interesa al ministro es reencantar a la inversión privada, cuya caída fue el gatillo del actual estancamiento y que hoy se mantiene en punto muerto. ¿Y cómo? Justamente, revalorizando la sanidad de las cuentas públicas y haciendo ver que la menor disponibilidad de recursos financieros en el Estado obliga a acompasar las reformas estructurales en curso, las mismas que son señaladas como la causa del abatimiento de la inversión privada.
Pero esta es una jugada arriesgada. Si no se reencantan los empresarios e inversionistas y, por tanto, la inversión no se recupera, podríamos en 2016 estar en el peor de los mundos: que ni la demanda privada ni el gasto público apuntalen a la economía.
¿Por qué podría fallar el intento de devolver el entusiasmo al sector privado? Porque no basta una mayor gradualidad en la implementación de las reformas, aquellas que requieren más recursos fiscales; estas reformas son contrarias al emprendimiento por diseño e inspiración. Y también lo son otras que no requieren recursos adicionales, como la reforma laboral, respecto de la cual el ministro no parece querer introducir modificaciones sustantivas que propendan a un mejor balance entre poder sindical y flexibilidad en ese mercado. Es muy posible que la idea de Valdés sea sacar este proyecto adelante lo menos malo posible, pero el daño igual queda y el desánimo del sector privado en cuanto al futuro del país no desaparecerá y acechará en cambio el fantasma de una recesión.
Felipe Morandé
Economista y Consejero Evópoli
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