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Estropeando la Democracia (escrito y circulado en el 2006)

 Se acerca la fabulosa elección de presidenta y parlamentarios y Cores y es probable que gane la gordaza con su programa facho-socialista-estatista-totalitaroide.
La puesta de sol se ve preciosa desde mi bungalow en Reñaca, y lo mejor que me le ocurrió fue repetir un artículo que circulé hace 7 años por la interné sobre la democracia, acá va:



Hace 16 años, volviendo a la democracia, ni el más pesimista de los observadores habría anticipado que la Coalición de Izquierda intentaría la marginación civil de la Alianza de partidos de derecha, corrían otros tiempos, se hablaba de la democracia de los acuerdos. Pero ahora todo eso se está estropeando.

¿Como se estropean las democracias? Responder a esta pregunta presupone que se sabe lo que es la democracia. Bien: ¿qué es la democracia? Una de las definiciones más antiguas, si no la más antigua, procede de Heródoto, y sigue siendo popular. Es la defensa de la isonomía. «Isonomía» significa, literalmente, «igualdad ante la ley». Pero también puede leerse como «participación de todos en el gobierno» o «gobierno del pueblo». En la democracia, que es la especie que se esconde detrás de la isonomía herodotea, gobierna el pueblo, o alternativamente, decide la mayoría.

¿Todo en orden? No. El voto mayoritario está sujeto a paradojas técnicas. El pionero en advertirlo fue Condorcet, que investigó a fondo los vericuetos matemáticos de los sistemas electorales, y después de él lo han advertido muchos más. Aparte de eso, nos encontramos con que la mayoría puede aplastar a las minorías, en cuyo caso la democracia se hace incompatible con la libertad. El punto no es menor, y ha conducido a que muchos liberales contrasten el mercado, gobernado por acuerdos entre personas que intercambian voluntariamente bienes y servicios, con los procedimientos de decisión colectiva, vinculantes para individuos que a lo mejor preferirían no estar vinculados. La libertad individual sólo está asegurada cuando las decisiones se verifican en un régimen de unanimidad. Pero la unanimidad, difícil en una junta de vecinos, o incluso en un matrimonio, es impensable cuando las dimensiones se disparan y los pocos se hacen multitud.

Al cabo, resulta que la democracia es una cosa compleja, e imposible de caracterizar haciendo abstracción de las novedades constitucionales, jurídicas, morales y sociales que la historia ha ido acumulando sobre nuestros hombros. No hay democracia sin garantías individuales; ni la hay si no se ponen límites a la acción del Estado; no puede haberla en ausencia de fórmulas de representación política razonables; o cuando la mentalidad y los lugares comunes dominantes no inyectan vida a lo previsto por la ley. En último extremo, la democracia es, todavía más que un artificio, un estado del espíritu, enquistado en las costumbres. O si se quiere, una democracia no será una democracia, a menos que sea ejercida por demócratas. Ni el edificio del parlamento,  ni los códigos ni los ritos lograrán imponer la democracia allí donde los individuos no están educados democráticamente.

¿Estamos los chilenos educados democráticamente? La pregunta es pertinente, ya que la buena educación democrática no se adquiere así como así, ni florece, como las docas, en terrenos poco trabajados, y si no me lo creen vean como va la democracia en Rusia. Lo percibió con claridad meridiana Schumpeter, mientras observaba, acodado en la baranda de la historia, el curso catastrófico de la República alemana de Weimar que desembocó en el totalitarismo nazi. Una de las razones por las que no es sencillo estar democráticamente educado, es la enorme inversión de tiempo y energía que exige el seguimiento de los asuntos públicos. Según observó Schumpeter, el coeficiente intelectual  de un ciudadano, ya se trate de un ingeniero, un filósofo, un empresario o un neurocirujano, desciende quince puntos apenas se empieza a discutir de política. La gente está en lo suyo, y carece de holgura para estar en lo de todos. Me considero de los afortunados que  tienen algo de esa holgura, ese es el hobby que he adoptado estos los últimos años, lo que incluso me hizo acreedor al codiciado título de gurú.

¿Cómo resuelven las democracias este déficit estructural? Mediante una organización institucional competente. Los medios deben rehuir el sectarismo feroz y sujetar sus líneas informativas y opinantes a nociones mínimas de lo que es el interés general; por ejemplo el programa Ultima Mirada de Paulsen no puede seguir favoreciendo a su muy particular y evidente visión izquierdosa disfrazado de un periodismo objetivo....los partidos no pueden hacer disparates; y es necesario que las personas que representan al Estado, sean independientes y actúen disciplinadas por criterios de rigor profesional. Pero todavía no he terminado. Estas virtudes institucionales no crecen ni se mantienen en un vacío moral. Se despliegan ante testigos, o como comúnmente se dice, ante la opinión pública. La opinión pública se nutre, a la postre, de  unos cientos de miles de ciudadanos, aquellos, precisamente, a los que preocupa y apasiona la política. Podría enunciarse por lo tanto lo siguiente: una democracia funciona, sólo si funcionan las instituciones en un clima de opinión pública ilustrada. El grueso de la ciudadanía aporta el voto, buena voluntad, y una disposición favorable aunque forzosamente difusa hacia principios de convivencia inspirados en la libertad. Es mucho, aunque no todo. Basta que el clima de opinión pública se deteriore, o pierda la brújula la minoría que lo genera, para que entre en cuarto menguante la democracia...como ya nos ha pasado antes.

Y esto es lo que temo que haya empezado a ocurrir en Chilito nuevamente. Lo vuelvo a repetir, hace 16 años, ni el más pesimista de los observadores habría anticipado que la coalición de izquierda intentaría la marginación civil de la coalición de derecha, o sea casi la mitad de los chilenos. El hecho es alarmante.  Dos circunstancias me inquietan especialmente. En primer lugar, la renuencia de los que apoyan la deriva peligrosa, a darse cuenta de lo que está pasando. Pese a las apariencias de autocríticas superficiales, el mundo de la coalición de izquierda  ha anulado su verdadera capacidad autocrítica atrincherándose tras una fórmula inamovible, una fórmula que también es una máscara. La fórmula reza: «La deressshhha no es democrática». Lo que esto quiere decir en realidad, es que la deresshha no se ha adherido entusiasmada a medidas con las que no concuerda.

Por ejemplo, la pérfida deressha no se ha adherido a la reforma del sistema mayoritario binominal, que la coalición de izquierda quiere reemplazar por un sistema seudo proporcional, que de proporcional solo tiene el nombre y que intenta  darle el poder total a la coalición de izquierda. La Gordi además insiste en entrevista exclusiva a TVN, que la derecha prometió terminar con el binominal en las elecciones, lo que no es cierto. O también se acusa a la derecha de no apoyar la reforma constitucional que, con el pretexto de mejorar la calidad de la educación, pretende echar abajo la libertad de enseñanza. Los quorums cualificados necesarios para esas dos reformas fueron ideados, justamente, para que las reformas se bloqueen cuando una porción importante del parlamento no las desea. Se ha hablado de Plebiscitos para sortear el bloqueo a estas reformas que la coalición de izquierda quiere imponer, a mi me parece gravísimo, y todavía más grave, si me apuran, es no comprender que es gravísimo. Ahí siguen en las páginas sociales del Merculo las fotos sonrientes en cócteles oficiales, izquierdas y derechas sonriendo incomprensiblemente.

La coalición de deresshha oscila entre el crujir de dientes, el apanucamiento absoluto, intercalado por brillantes intervenciones de algunos y algunas excepcionales personas y un vago pasmo admirativo ante las audacias de la coalición de izquierda.

 Y cual Toribio el Náufrago les escribo cada vez más y más cosas, en mi demencia reñaquina, pensando como le dijo mi tío Ortega a su amigo Gasset   «Que no sabemos lo que nos pasa: eso es lo que nos pasa». Lo dijo con gracia mi tío. Pero maldita la gracia que tiene.

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