por Magdalena Piñera
Diario El Mercurio, Lunes 04 de noviembre de 2013
Lamentable noticia, por decir lo menos, la de que cerca de un centenar de ciudadanos de Antofagasta haya salido a las calles a manifestarse y rayar los muros en contra de los inmigrantes colombianos que han ocupado espacios laborales de esta pujante ciudad nortina.
No es el Chile que queremos, no solo porque es un acto xenofóbico y discriminatorio (que, como tal, cae dentro de la novata “Ley Zamudio”), ni porque demuestre falta de tolerancia, de cultura y “de mundo” ante una sociedad cada vez más globalizada e integral, sino, además, porque refleja un gran desconocimiento de nuestra historia nacional. ¿Sabrán aquellos manifestantes que, en gran medida, el Chile de hoy fue formado y levantado por el aporte de más de una decena de colonias inmigrantes?
Aquí un sintético repaso para refrescar la memoria sobre los extranjeros avecindados en estos “confines del mundo”. Más allá de los incas y del extremeño Pedro de Valdivia, está la inmigración vasca de los siglos XVII-XVIII, la misma que consolidó nuestra tradición trabajadora y austera y que, por lo demás, nos legó más de un Presidente de la República.
La siguen los alemanes que —invitados por el gobierno de Chile— desembarcaron del “Hermann”, en 1851, en la entonces polvorienta Valdivia y que —digámoslo con todas sus letras— transformaron el paisaje sureño.
Simultáneamente, Valparaíso vio llegar uno a uno a los italianos con sus emporios y fábricas (Carozzi y Lucchetti); a los alemanes con su culto protestante; a los ingleses con el football, ¡pues ellos lo trajeron!, y a los franceses con su aporte a la educación de la élite: los padres y monjas franceses.
Mientras tanto, los árabes arribaron a Santiago y abrieron las textiles Yarur, Hirmas y Sumar, que son parte de nuestro imaginario. También a fines del siglo XIX, desde la isla Brac, llegaron a Antofagasta y Punta Arenas los croatas.
¿Quién duda de sus aportes? En 1904, una entusiasta colonia italiana, con sus notables recetas de prosciutto ahumado, bajó sus bártulos en Capitán Pastene, ¡en plena Araucanía!
Avanzado el siglo XX, cientos de coreanos del Sur se instalaron con comercio en el barrio Patronato (donde ya estaban los árabes). Años más tarde, la colonia peruana renovó nuestros gustos culinarios: ¡solo en Santiago hay 100 restaurantes que ofrecen cebiches y causas limeñas, y actualmente haitianos y dominicanos trabajan en la construcción y en casas particulares.
Las naciones se construyen con las manos y los espíritus de muchos. Ahí justamente radica su riqueza y diversidad. No lo olvidemos.
Magdalena Piñera
No es el Chile que queremos, no solo porque es un acto xenofóbico y discriminatorio (que, como tal, cae dentro de la novata “Ley Zamudio”), ni porque demuestre falta de tolerancia, de cultura y “de mundo” ante una sociedad cada vez más globalizada e integral, sino, además, porque refleja un gran desconocimiento de nuestra historia nacional. ¿Sabrán aquellos manifestantes que, en gran medida, el Chile de hoy fue formado y levantado por el aporte de más de una decena de colonias inmigrantes?
Aquí un sintético repaso para refrescar la memoria sobre los extranjeros avecindados en estos “confines del mundo”. Más allá de los incas y del extremeño Pedro de Valdivia, está la inmigración vasca de los siglos XVII-XVIII, la misma que consolidó nuestra tradición trabajadora y austera y que, por lo demás, nos legó más de un Presidente de la República.
La siguen los alemanes que —invitados por el gobierno de Chile— desembarcaron del “Hermann”, en 1851, en la entonces polvorienta Valdivia y que —digámoslo con todas sus letras— transformaron el paisaje sureño.
Simultáneamente, Valparaíso vio llegar uno a uno a los italianos con sus emporios y fábricas (Carozzi y Lucchetti); a los alemanes con su culto protestante; a los ingleses con el football, ¡pues ellos lo trajeron!, y a los franceses con su aporte a la educación de la élite: los padres y monjas franceses.
Mientras tanto, los árabes arribaron a Santiago y abrieron las textiles Yarur, Hirmas y Sumar, que son parte de nuestro imaginario. También a fines del siglo XIX, desde la isla Brac, llegaron a Antofagasta y Punta Arenas los croatas.
¿Quién duda de sus aportes? En 1904, una entusiasta colonia italiana, con sus notables recetas de prosciutto ahumado, bajó sus bártulos en Capitán Pastene, ¡en plena Araucanía!
Avanzado el siglo XX, cientos de coreanos del Sur se instalaron con comercio en el barrio Patronato (donde ya estaban los árabes). Años más tarde, la colonia peruana renovó nuestros gustos culinarios: ¡solo en Santiago hay 100 restaurantes que ofrecen cebiches y causas limeñas, y actualmente haitianos y dominicanos trabajan en la construcción y en casas particulares.
Las naciones se construyen con las manos y los espíritus de muchos. Ahí justamente radica su riqueza y diversidad. No lo olvidemos.
Magdalena Piñera
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS