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Elogio de la vergüenza


por Joaquín García-Huidobro
Diario El Mercurio, Domingo 20 de octubre de 2013

"Cuando se trata de una causa de izquierda, ciertos defensores de la justicia pueden llegar a una solución impresentable sin ponerse colorados..."


  
Nadie conoce el momento preciso, pero en los últimos meses algunas figuras públicas en nuestro país parecen haber perdido la vergüenza. Esta misma semana podemos constatar varios ejemplos de ese curioso fenómeno. El más sonado lo protagonizaron un fiscal y un juez, que no hallaron mejor forma de componer el entuerto causado por unos manifestantes en una sede del Congreso Nacional que mandarlos a hacer lo que más les gusta: promover la campaña para marcar el voto y pedir asamblea constituyente.

En vez de castigar, premian. Además, ¿habrían propuesto un acuerdo semejante con alguien que ofreciera servir a la comunidad con un proyecto “de derecha”? ¿Promoviendo, por ejemplo, la privatización de Codelco o el proyecto HidroAysén? Pero como se trata de una causa de izquierda, los defensores de la justicia pueden llegar a una solución impresentable sin ponerse colorados.

¿Cómo explicar lo inexplicable? Un representante gremial de los fiscales intentó hacerlo, comparando este acuerdo con el que se había producido en el caso Farmacias. Según él, el trabajo a favor de la asamblea constituyente es semejante a los cursos de ética que se exigieron a los ejecutivos sancionados. Falso: en los cursos de ética se dicen cosas en las que uno tiene que mejorar, y no se limitan a darle en el gusto al auditorio. 

Sí habría sido equivalente someterlos a un estudio acelerado del Manual de Carreño, que por lo menos enseñe a esos manifestantes que no es de buen gusto subirse en las mesas del Congreso. Además, la falta de vergüenza lleva a ese fiscal a olvidar que en el caso Farmacias los ejecutivos imputados tuvieron que pagar 255 millones de pesos.

Pero no culpemos solo a jueces y fiscales. Esta semana 41 diputados, un tercio del total, faltaron a la última sesión de la Cámara antes del receso electoral. Al parecer, los temas que se iban a tratar (por ejemplo, los créditos habitacionales) no justificaban un viaje al puerto. ¿Cuántos chilenos se pueden dar el lujo de faltar a su trabajo sin tener que ponerse colorados ni dar ninguna explicación?

A un mes de las elecciones, varios candidatos nos deben su programa, y ni siquiera nos piden perdón. ¿Se imagina alguien que Eduardo Frei Montalva, Jorge Alessandri o Ricardo Lagos se hubieran presentado a una elección presidencial sin informarnos en detalle lo que se proponen hacer?

Los funcionarios del Registro Civil hicieron un paro que se prolongó por semanas, causando gravísimos daños a miles de chilenos y, pasados los hechos, no dan muestras de haberse ruborizado.
Una empresa lleva a cabo proyectos comerciales que afean las ciudades del sur de Chile, y se da el lujo de hacer oídos sordos a las protestas ciudadanas. Son las ventajas de los que carecen de vergüenza.

La vergüenza, sin embargo, es importante. Lo sabían los seleccionados de Chile y Ecuador el martes pasado, de modo que jugaron un partido en serio, aunque los dos clasificaban para el Mundial con un empate. Es lo que los comentaristas llaman “vergüenza deportiva”. No faltan hoy quienes pretenden liberar a las personas de ese sentimiento, pero con esto solo consiguen animalizarlas. La vergüenza es una sana reacción ante un hecho de experiencia: nuestra falibilidad. Supone tener conciencia de que nuestras acciones no siempre están a la altura de nuestras palabras y deseos. La vergüenza es el principio del cambio para mejor. Carecer de vergüenza, por tanto, es una desgracia enorme.

La vergüenza es una señal de que somos libres, de que podemos decir: podría haber hecho las cosas de otra manera. Manifiesta nuestra dignidad. Tal es el valor de la vergüenza que Séneca podía decir: “Un solo bien puede haber en el mal: la vergüenza de haberlo hecho”. El ser humano puede avergonzarse incluso de cosas que solo él conoce, porque siempre está ante su propia conciencia. De más está decir que hay formas patológicas de vergüenza, que es necesario aprender a superar. Pero no es este el problema de algunas de nuestras figuras públicas o de ciertas empresas. Por lo visto, el poder de que gozan las lleva a olvidar que la vergüenza es, en el fondo, uno de los nombres de la decencia.

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