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El transcurso del tiempo: Antes, después y esta vez


Pocas veces han existido unos personajes con los que una generación ha podido conectar tanto y, de paso, crecer y envejecer con ellos. Es el caso de Jesse y Celine, que regresan con la película Antes de la medianoche. Porque esta saga es más que cine, es un espejo. 
Richard Linklater ha dirigido un par de estupendas cintas, pero nada supera ni quizás superará lo que ha hecho con Jesse y Celine. Y es que, con citas a Truffaut y su Antoine Doinel, a las largas caminatas y conversaciones y almuerzos al aire libre de Rohmer, ha usado el cine de la mejor manera posible: para captar el tiempo.

En esta era de 3D y blockbusters, esta trilogía nos quiere recordar que el amor no es poca cosa, que la vida es corta y que el cine se alimenta de ambos.

Nueve años es mucho tiempo para estar lejos, separados, distantes, sin información. Hace nueve años que no hemos sabido -en que no hemos estado en contacto- de Jesse y Celine, los ídolos románticos y neuróticos que tanto fascinaron a los veinteañeros hace casi veinte años y que acá y en todas las ciudades con universidades y cafés transformaron a estos dos intelectuales-en-ciernes en verdaderos íconos para todos aquellos que esperaban más fantasía de la vida que aquella que ofrecían La guerra de las galaxias y El señor de los anillos.  La extraordinaria, valiente y transparente Antes de la medianoche marca el supuesto fin de la trilogía romántica de la Generación X, y se inicia exactamente nueve años después que Jesse decide perder su vuelo y quedarse en el departamento parisino de Celine escuchando a Nina Simone. 
Ahora -esta vez- están bajo el sol veraniego de Grecia y ya tienen más de 40. Sus caras lo delatan. Y tal como en las primeras dos partes de la saga -Antes del amanecer, Antes del atardecer-, el tiempo literal es corto, aunque en cuanto a horas quizás ésta es la entrega en la que más tiempo transcurre (¿unas 18 horas?). El hijo que Jesse abandonó en los Estados Unidos ahora tiene casi 14 y, junto a Celine, ahora es padre de dos mellizas rubias y rulientas. Todo esto lo sabemos muy rápido. Y entonces el prólogo que parte en un aeropuerto se transforma en el primer y largo plano-secuencia de la cinta arriba de un auto. Jesse y Celine se largan a conversar: no en plan de seducción sino como una pareja. Entonces, sin que casi nos demos cuenta, captamos algo: nueve años es bastante tiempo -es mucho tiempo- para estar juntos. 
¿Cuántas parejas o lazos duran eso? O, dicho de otra manera: ¿cuántas de aquellas parejas que fueron a ver y se enamoraron de Antes del amanecer en 1995 aún siguen juntas? ¿Cuál de los dos dijo que no se iban a juntar seis meses después en Viena? Las cintas, como los personajes, han ido mutando frente a nosotros. Hoy dos personas que se conocen y conectan en un viaje pueden seguir juntos vía mail o Instagram, pero a fines del siglo XX aún era posible perder contacto. Por qué no intercambiamos teléfonos esa vez, le pregunta Jesse a Celine en Antes del atardecer. “Porque éramos jóvenes y tontos. Y porque cuando uno es joven, uno cree que habrá mucha gente con la que uno conectará. Luego te das cuenta que en rigor sólo sucede un par de veces”.

Pocas veces han existido unos personajes con los que una generación ha podido conectar tanto y, de paso, crecer y envejecer con ellos. Esta saga es más que cine, es un espejo. Y ahora, esta vez, this time (tal como se llama la novela que el personaje de Jesse escribe sobre esa noche en Viena), estos personajes (que de alguna manera superan a sus actores: Ethan Hawke y Julie Delpy) regresan para mostrarnos lo que ocurre después que el chico conoce a la chica y ambos ya tienen más de 40. El suspenso sigue siendo el mismo: si se van a quedar juntos. Claro que ahora quedarse juntos significa seguir, continuar, alisar las arrugas y estirar el mantel de la convivencia. Ambos se quieren, pero ¿acaso eso basta? Si en las dos primeras partes de esta inesperada y no planeada trilogía el acento estaba en la adrenalina de la seducción, ahora el drama y la tensión nacen de ver cómo es posible que sigan juntos. Emparejarse -caer, embobarse, embalarse- es a la larga fácil; mantener una relación -no herirse, ser autónomo y a la vez una dupla- es otra cosa. Linklater, Hawke y Delpy lo entienden y no se hacen los lesos ni intentan tomar atajos sino que tiran toda la carne a la parrilla. No todo es bello. Jesse, escritor al fin y al cabo, aunque ya ha captado que, tal como se lo recuerda Celine, “no es ningún Henry Miller”, es quizás el más romántico de los dos (“te estoy dando toda mi vida; no tengo nada más grande que ofrecerte”), pero no por eso es el que tiene las cosas más claras o es el más de fiar. El chico ya no es un chico (de hecho, hay otros chicos, incluyendo su hijo, que están conociendo chicas) y ya conoce -quizás demasiado- a la chica. 
En las dos primeras cintas, la vida -sus vidas- estaba en otra parte. En Antes de la medianoche, la vida está en París, es cierto, pero en el fondo ya está con ellos. Y, al parecer, no basta. Ellos ya son quienes son y han formado una familia y hay dos mellizas y veranear en Grecia no resuelve todo y el hijo adolescente está en un avión alejándose de su padre, que no tiene claro si lo que importa en esta vida es ser un padre o estar con la mujer que ama.

UNA TRILOGÍA ROMÁNTICA 
Richard Linklater ha dirigido una par de estupendas cintas, pero nada supera ni quizás superará lo que ha hecho con Jesse y Celine. Y es que, con citas a Truffaut y su Antoine  Doinel, a las largas caminatas y conversaciones y almuerzos al aire libre de Rohmer, ha usado el cine de la mejor manera posible: para captar el tiempo. Estas cintas parecen ser acerca del amor y la seducción y la pareja, pero quizás su tema es el tiempo y cómo éste transcurre. En Antes de la medianoche no sólo el tiempo escurre más rápido (y ha golpeado sus pieles y cuerpos) sino que rutinas y niños y trabajos mediante les han quitado todo ese tiempo que tenían para ser románticos y para seguir con la seducción.
Antes de la medianoche funciona (y muy bien) como un filme autónomo, pero que al unirse (o recordarse porque eso es lo que uno hace al verla: recordar) se alza como algo definitivamente mayor, tan inefable como concreto, y empuja el grandioso díptico chico-conoce-a-chica a quizás la trilogía romántica más importante que jamás se ha filmado. Como si eso no bastara, es una de las grandes meditaciones rodadas acerca de la esencia del cine: el tiempo. Su transcurso. No es casualidad que todas las cintas tengan un título que remite a un reloj ni que sus argumentos coloquen al centro del relato eso que los que ya tienen la edad de los protagonistas tienen tan claro: el tiempo pasa, se escurre, arrasa con todo. 

El filme es intensamente romántico (no todo está perdido, aún se puede, los románticos al final ganan y, sí, existe otro tipo de vida menos rutinaria y más intensa), pero estira su fe ciega en el ámbito del cine. En esta era de 3D y blockbusters, esta trilogía nos quiere recordar que el amor no es poca cosa, que la vida es corta y que el cine se alimenta de ambos. El regreso de Jesse y Celine nos garantiza en momentos duros que perfectamente puede existir un cine que cree en sus personajes, que les permita hablar y contradecirse, que los mire y deje respirar  y que el cine puede moverse como sólo se mueven estos dos entrañables y a veces exasperantes personajes que han tropezado, enamorado,  mutado, envejecido y madurado frente a nosotros, tal como nosotros. Antes de la medianoche es mucho más que acerca de Jesse y Celine; en efecto, capaz que sea acerca de toda una generación, lo que no es poco. Es, en rigor, mucho. Bravo. 

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