Sábado 05 de Noviembre de 2011
Volver al futuro es lo que debieran hacer las principales fuerzas electorales en Chile para recapturar el encanto perdido. Porque, de un tiempo a esta parte, ambos sectores han quedado lastimosamente enfrascados entre la vivencia del incómodo presente y el recuerdo de un glorioso pasado.
A menos que ocurriera un vergonzoso estropicio parlamentario, lo más probable es que para la elección de 2013 exista inscripción automática, y por ende estén habilitados para votar más de cuatro millones de chilenos que hoy no lo están, esto es, poco más de la mitad del actual universo electoral.
Es posible, incluso, que eso así ocurriera para las municipales de 2012 (el Gobierno haría bien en testear el nuevo sistema en una elección municipal antes que en una presidencial). Sea como sea, esos chilenos, todos jóvenes, demandarán discursos y prácticas de futuro. Ni hacer lo mismo ni hablar del pasado servirá ante aquellos ojos.
Para la derecha la situación se avizora compleja. Nueva forma de gobernar, alternancia, cambio, eficiencia, eran conceptos fácilmente identificables con una agenda de futuro, como de hecho lo fue y así Piñera ganó la elección en 2010. Pero a poco de concluir su segundo año político en ejercicio, el crédito parece haberse esfumado casi por completo. Primero, debido a las diversas chapucerías e ineptitudes de sus autoridades. Segundo, y más importante, porque es imposible hacer calzar en una misma frase los conceptos de "futuro" y de " statu quo ".
Por distintas razones, el Gobierno ha terminado arrinconado como el defensor del statu quo en diversos ámbitos: en lo institucional, en lo estudiantil, en lo ambiental, en lo social, incluso en lo cultural. La derecha sencillamente no entendió que los chilenos podían tolerar que el avance fuera más lento de lo que deseaban, pero no que no existiera esperanza alguna de avance, como ocurre hoy día.
Con todo, un candidato fresco, novedoso, meritocrático, alejado de los apellidos tradicionales, y sobre todo con toda la apariencia de outsider del sistema político, como es Golborne, podría construir un cierto discurso de futuro. Eso, si se maneja bien, especialmente en la difícil relación que tendrá con un gobierno identificado con el pasado.
La Concertación, por su parte, debe saber volver a encantar a los chilenos como con el arcoiris: mostrar un camino, señalar una visión. Un país resquebrajado de enemistad lograba componer heridas en paz, y caminar hacia el progreso. Poco a poco, sin embargo, la cotidianeidad de la burocracia fue haciéndose más y más pesada, aunque no se notara mucho producto del liderazgo personal de Ricardo Lagos, primero, y Michelle Bachelet después.
¿Por qué no existía tanta conmoción social con Bachelet como hay ahora? En parte, porque en ese gobierno se apreciaba la intención de recorrer un cierto camino progresista hacia una sociedad de bienestar. Y esa intención se manifestaba en algunas políticas públicas muy concretas. Quedaron pendientes algunas áreas relevantes (como fue una profunda reforma educacional), pero había un sentido, se mostraba un camino, y eso es lo que hoy se ha perdido. De esa forma, prometer retomar esa senda progresista no es vanagloriar el pasado, sino que volver a caminar hacia el futuro.
Esa promesa, sin embargo, no será creíble si no es acompañada de una retórica, de una agenda y de una práctica de futuro. Si la promesa es volver los mismos a hacer lo mismo, en una de esas la Concertación logra ganar, pero aquel gobierno carecerá de misión.
El desafío es tomar un puñado de reformas ambiciosas, y emplear los mejores esfuerzos y la mejor gente para llevarlas adelante. Pero al mismo tiempo generar una profunda renovación de la política. Porque el qué, el cómo y el con quién, en esta ocasión serán parte esencial de la agenda de futuro.
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