Música campesina
por Ascanio Cavallo
Diario El Mercurio, El Sábado, 5 de noviembre de 2011
De entrada: esta es con largueza la mejor película que ha dirigido Alberto Fuguet. No es que haya un cambio sustancial en su mundo: es, más simplemente, que se trata de una mirada madura sobre un protagonista con problemas de madurez y es también, paradoja sobre paradoja, la mirada más chilena, aunque transcurre enteramente fuera de Chile. No hay para qué subrayar los problemas de identidad que estas nuevas perspectivas resuelven.
Alejandro Tazo (Pablo Cerda) aparece en un espacio inestable. Baja de un bus, toma su maleta, entra a un terminal lleno de gente en tránsito. La cámara interpreta su situación: desorientado, extrañado, anónimo. Ha llegado a Nashville, la capital de la música country, pero realmente no sabe dónde está ni cómo ha ido a parar ahí, excepto por este bus adocenado donde además parece que lo asaltaron.
Aloja en un hotel de segunda, llama a su hermano en Santiago y le dice que todo está "la raja", y se queda solo en esa habitación con vista a la carretera. El encuentro de Alejandro consigo mismo recién comienza. Mucho rato después sabremos que llegó a Estados Unidos siguiendo a una mujer que conoció en Chile, que ella lo abandonó para retomar su propia cultura y que ha caído en Nashville como deriva de esa derrota.
Alejandro saca cuentas, se cambia a un hotel más barato en un barrio más malo, busca trabajo. En realidad no sabe qué hacer. No quiere regresar vencido, pero cada nuevo día profundiza ese sentimiento. Habla un pobre inglés que lo tensa y lo cansa, le cuesta hallar las palabras y entiende la mitad de lo que le dicen (esta es la parte cómica de este deambular más bien angustioso). Ni se ubica en la ciudad, ni siquiera en donde habita. Del country no conoce más que a Johnny Cash, pero cae una y otra vez en bares donde sólo hay country.
Los problemas de lenguaje, geografía y cultura amplifican una dificultad más esencial y más oculta de Alejandro: la de saber quién es, a dónde va y qué busca, no en Nashville, sino en su vida. Fuguet interpreta esta indeterminación mediante un lenguaje de elipsis, que elude las relaciones de causa y efecto: corta el desenlace de los episodios, difumina el paso del tiempo y elimina fragmentos de los diálogos (el caso más notable es el interrogatorio del administrador del hotel donde Alejandro busca empleo).
Estas operaciones empatizan con la inestabilidad del protagonista, pero también la miran con distancia. Alejandro es un personaje extrañado, pero más extrañada es la película, que parece esperar -más que preparar- el momento en que el protagonista se encuentre consigo mismo. La intensa melancolía que emana de Música campesina no se consume en sí misma: es, por el contrario, un camino singular de autoafirmación. Una manera de levantarse en un mundo difícil. Gran idea. Buena película.
MÚSICA CAMPESINA
Dirección: Alberto Fuguet. Con: Pablo Cerda, James Cathcart, Jeffrey Novak, Cole Kinnear, Ezra Fitz. 105 minutos.
Alejandro Tazo (Pablo Cerda), ya cansado de hablar mal inglés, y una mesera acogedora (Lori Harrington): el desarraigo visto desde "Música campesina".
Por Ascanio Cavallo.
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