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José Mindlin



por Francisco Mouat
Diario El Mercurio, Sábado 19 de Noviembre de 2011
http://blogs.elmercurio.com/revistasabado/2011/11/19/jose-mindlin.asp

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Me acabo de enterar, con casi dos años de retraso, que José Mindlin ha muerto. El bibliófilo más importante y maravilloso de Brasil y seguramente de toda Sudamérica, vivía en Sao Paulo, en el barrio Morumbí, y fue en esa casa, en la que estuvo los últimos sesenta años de su vida, donde levantó la más hermosa biblioteca privada que haya visto hasta hoy.
José Mindlin era él también un viejo hermoso. Sencillo, inteligente, risueño, buen conversador. Nos conocimos el día en que fui a entrevistarlo a su casa para la Revista del Domingo. Me acompañó el amigo y fotógrafo Héctor Yáñez. Ese día Mindlin nos regaló un libro suyo llamado Una vida entre libros: reencuentros con el tiempo. Me lo devoré apenas regresé a Chile en uno o dos días. Empieza así: “El amor al libro y el hábito de la lectura vienen de lejos y constituyen uno de los intereses centrales de mi vida. Esos intereses pudieron ser atendidos sin que el resultado fuese una biblioteca de proporciones tal vez excesivas, si me hubiese limitado a los libros que consiguiera leer, comprando un libro cada vez, y sólo comprando el siguiente después de haber leído el anterior. Pero no aconteció así, y no creo que acontezca de esta manera en nadie que yo conozca y que realmente guste de los libros”. 
Su declaración de principios no puede ser más certera. Es gracioso, en todo caso, que él hable de una biblioteca “de proporciones tal vez excesivas”. Vivía en una casa grande, de dos pisos y cielos altos, tapizada de estantes con libros donde uno mirara, y tuvo que construir otra casa en el mismo sitio de más de 200 metros cuadrados para guardar el resto de su colección y mantenerla en condiciones ideales para que no se dañara: veintidós a veintitrés grados de temperatura, cincuenta a sesenta por ciento de humedad, luz artificial de moderada intensidad. Pero Mindlin no era un fetichista de los libros o un mero coleccionista. Él detestaba esa manera de vincularse a los libros. Lo suyo era amor genuino a la literatura, a la palabra escrita. Mindlin empezó siendo un gran lector, y probablemente no hay mejor punto de partida para querer a los libros.
Los que vivimos entre libros, los que gozamos leyéndolos, pensándolos, escribiéndolos, editándolos, sabemos que en nuestra biblioteca, por modesta que sea, hay muchos libros que aún no hemos leído, y lo mejor es que tampoco sabemos cuándo serán leídos, si es que eso ocurre algún día. Compramos más libros de los que somos capaces de leer. Algunos de nosotros incluso sin tener dinero nos endeudamos de manera irracional cuando encontramos un librero amigo que acepta que le paguemos con cheques a fecha a dos o tres años plazo, como es mi caso. Mindlin tuvo la fortuna de ser un empresario exitoso, y lo que ganó trabajando lo fue invirtiendo en libros y más libros. Su mujer, Guita, lo alentó incluso en momentos a perder todavía más la razón por un volumen que lo entusiasmaba y conmovía. Cuando lo conocí, y entonces Mindlin tenía ya 87 años, el hombre seguía “lupa en mano descubriendo y comprando libros por todo el mundo con la misma pasión con que los garimpeiros buscan oro y diamantes bajo la tierra”. La suya, según sus propias palabras, era “una locura mansa, que no le hace daño a nadie; una locura que da placer y que feliz o infelizmente es incurable”.
Volví a Sao Paulo uno o dos años después de aquella entrevista, lo llamé por teléfono para saludarlo antes de regresar a Chile y me invitó a almorzar. Jamás olvidaré ese almuerzo. Tomé un taxi desde el otro lado de la ciudad para ir a su encuentro, y no es poco decir esto en una de las ciudades más extensas del mundo. Tardé una hora y media en llegar, y me estaba esperando con la mesa servida más sana del planeta: limonada, ensalada, bistec, alguna fruta. Nos reímos mucho, y terminé pagando la carrera de taxi más abultada que me hayan cobrado en toda mi vida, pero también la mejor gastada. Cuándo iba a tener nuevamente el privilegio y el placer de compartir con este viejo maravilloso.
Esta mañana supe que José Mindlin murió el 28 de febrero de 2010 en un hospital de Sao Paulo, y me senté a escribir estas líneas. En aquel almuerzo, Mindlin citó una frase de Montaigne que está en su libro y que guió sus días: “No hago nada sin alegría”. “No siempre lo logro”, decía, “pero al menos lo intento”.

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