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Entre plebiscitar y gobernar


por Axel Buchheister, abogado
Diario La Tercera, domingo 6 de noviembre de 2011


El movimiento estudiantil, como los que apoyan la Patagonia sin
represas y otros que quieren imponer alguna agenda, pretenden que sus
demandas se plebisciten. Suena de innegables credenciales democráticas
exigir que la gente decida y cunde la idea de una reforma
constitucional que establezca los plebiscitos vinculantes para
resolver problemas.

Juristas y políticos la promueven y ante los que dudan, citan ejemplos
de democracias "boutique" donde se practica, como Suiza, que realiza
con impecable regularidad el rito de los plebiscitos y con gran
efectividad, rechazando por amplia mayoría ideas románticas, pero
inviables, como suprimir el Ejército (no podrían entonces fabricar y
venderle al mundo las famosas cortaplumas "Swiss Army"), o California,
aunque con dudoso éxito, cuando sucesivos referéndums han aprobado un
sinnúmero de gastos y, contradictoriamente, límites a los impuestos,
siendo la crisis fiscal la causa del descrédito de los gobernadores de
ese estado norteamericano desde hace muchos años.

Pero precisamente en lugares como esos, con innegables credenciales
democráticas, cundió el pánico cuando el primer ministro griego
anunció que llamaría un referéndum para que decida la gente si está
dispuesta a someterse a las condiciones exigidas por Europa y el FMI
para el rescate de su quebrada economía. Nadie insinuó siquiera
esperar el resultado de la votación, que daría legitimidad al
sacrificio, en una consulta cuya pregunta a los griegos habría sido
algo así como: "¿Desea que los alemanes sigan pagando la cuenta o
prefiere hacerse cargo usted de ella?". Adivine la respuesta. El resto
de Europa la adivinó y no estuvo dispuesta a tolerarla, y los
políticos griegos deberán asumir su deber, a pesar de las protestas en
la calle.

Es un caso extremo para entender los límites y riesgos de la
democracia directa, que en rigor es una negación de la democracia y
una suerte de anarquía. La democracia es una forma de elegir a quienes
habrán de gobernar, a los que corresponde realizar una labor de
integración de las demandas con los recursos disponibles. Si la tarea
fuera preguntarle todo a la gente, ¿para qué habría gobierno? El
desafío de gobernar en democracia es hacer lo que se debe y con el
consentimiento ciudadano, que es cambiante, para lo cual el sistema
contempla elecciones periódicas, pero nunca todos los días. Lo que se
vota implícitamente en éstas es un balance de lo realizado, no cada
medida. Las consultas vinculantes a la ciudadanía no son ajenas a la
democracia, por el contrario, la potencian, pero deben tener fines
acotados y hacerse en forma que los que votan asimilen los costos y
beneficios.

En Chile, el gobierno ha tratado de practicar una forma de democracia
directa, leyendo las encuestas y actuando conforme a ellas, y no le ha
ido bien. En el último tiempo parece venir de vuelta y ha empezado a
asumir su rol, a hacer lo que se debe y decir que no a muchas ideas
populares, pero erradas. Los que creen que es intransigente y que no
oye el clamor popular no debieran olvidar que el mundo casi se
precipita a una crisis económica de imprevisibles repercusiones por un
llamado escapista a referéndum; y nada menos que en la tierra de
Pericles.

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